Newell’s nunca se enteró que jugaba una final en Floresta. Si lo sabía, no lo demostró en ningún momento. Derrumbado en lo físico, destruido anímicamente y superado ampliamente en el juego. Desconocido por completo. Ni una sombra del equipo que supo ser en algún momento de este año.
¿Dónde quedó ese Newell’s? Nadie lo sabe, pero ayer ante All Boys estuvo la antítesis. Un equipo entregado, sin autoridad ni reacción. Que moralmente se bajó de la pelea por el campeonato, por más que San Lorenzo hoy no le gane a Estudiantes.
All Boys lo jugó a morir desde el arranque y Newell’s se fue al descanso con tres goles adentro. No fueron más porque Nahuel Guzmán sacó un par. El Albo lo humilló y lo sometió, pero la Lepra colaboró, y mucho, para que pudiera ponerse en ventaja: error en el cálculo de Gabriel Heinze en el primer gol, pérdida de Lucas Bernardi en el segundo, floja respuesta de Guzmán en el tercero.
¿Qué paso con la solvencia del Gringo, la claridad del capitán, las subidas constantes y productivas de los laterales, la capacidad individual de Maxi Rodríguez, los goles de David Trezeguet? Newell’s fue apenas la intención de tener la pelota, la entrega de Hernán Villalba, el amor propio de Pablo Pérez y algo de lo que aportó Juan Ignacio Vieyra en el complemento. Nada más.
Quizás el destino le entregue una nueva oportunidad, San Lorenzo no gane más y Newell’s puede vencer a Lanús y salir campeón. Quién sabe. Lo impredecible del fútbol deja todas las puertas abiertas. Esas que Newell’s se encargó de ir cerrando en las últimas siete fechas en las que perdió la punta y las chances de repetir el título, que hoy no merece en absoluto. Porque si Newell’s fue el principal responsable de generar su propia ilusión también lo fue de enterrarla con una producción como la de anoche que lejos estuvo de sus mejores noches.