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La vida después de la vida

Germán Gianini tiene 31 años. El 16 de enero recibió un trasplante simultáneo de páncreas y riñón y ahora puede contar con buenas expectativas cómo es proyectar su nuevo futuro. Una historia de vida común, sobre un chico que puede vivir.

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Si se lo ve charlar, andar y vivir, Germán Gianini es como cualquier joven. Tiene 31 años, quiere terminar su carrera e irse a vivir a San Martín de los Andes (Neuquén) con un amigo. De cerca, sin embargo, nadie es uno más y él no es la excepción. Germán, que vive en zona sur y espera a El Ciudadano en la puerta de su casa porque se quedó sin luz, recibió, hace 24 días, un doble trasplante: de páncreas y de riñón. Hasta ese momento – o sea, durante toda su vida – también fue un pibe normal y distinto, como todos cuando se los mira con atención. Fue al club, contó chistes, pasaba cuatro horas a la semana haciendo diálisis y vivió cinco años sin poder orinar. Gracias a la donación de órganos y a una operación exitosa, Germán comparte una mesa y sueña con comer milanesas a la napolitana, con una vida simple, normal y distinta como cualquiera cuando se la mira con atención.

El timbre del teléfono despertó a la familia Gianini. Era la madrugada del 16 de enero y la hermana de Germán, que estaba durmiendo en el comedor de su casa víctima del calor sofocante, pudo atender rápidamente. La llamada les cambió la vida: avisaban que estaban los órganos para Germán. A las seis de la mañana de ese jueves, el joven estaba en su casa tomando té con galletitas. Ya se había sacado sangre en el Incucai y esperaba en las próximas horas saber si él y los órganos eran compatibles. Dos horas y media más tarde estaba en el sanatorio Parque. La ansiedad aumentaba. No era la primera vez que estaba ahí. Un mes atrás, Germán había llegado a esa instancia y tuvo que volver a su casa, le habían rechazado el trasplante porque el donante había tenido hepatitis. Pero esta vez sí cambió su vida. “¡Te trasplantamos!”, le comunicó la doctora Cristina Vázquez. A los pocos minutos Germán ya estaba dormido, efecto de la anestesia. Sólo recuerda una cosa: alegría terrible.

La casa de Germán está en la zona sur de Rosario, sobre el bulevar 27 de Febrero. En la entrada de su casa hay dos bicicletas. De una cuelga una bandera: “Fuerza Tortu”, se lee en letras negras. Él jugó al básquet hasta los 17, en el Club Bancario. Dice Germán que el apodo es porque era bastante lento para jugar al básquet. El día después de la operación, jugadores e hinchada levantaron la bandera de apoyo a su amigo.  Germán prepara la entrevista en el comedor de su casa. Sirve dos vasos de coca-cola bien fría: no hay luz desde hace dos horas. Él no toma. Todavía, cuenta, no se acostumbra a lo dulce, aunque lo tiene todo permitido. Eso sí: extraña, a fuerza de dieta, las milanesas a la napolitana.

Germán Gianini tuvo diabetes desde los 7 años. A los 26, víctima de tantos medicamentos, comenzó a sufrir insuficiencia renal y entró en diálisis. Por la cobertura de la obra social y por necesitar un trasplante simultáneo, tuvo que anotarse en Buenos Aires para esperar un trasplante. Eso atrasó la llegada del órgano, porque quedó en una lista nacional. Estar en Buenos Aires era problemático: en cualquier momento podía llegar el órgano, en cualquier momento deberían viajar, llegar a tiempo y rogar que el órgano sea compatible. Hace un año y medio, en un trabajo conjunto entre médicos y obra social, lograron que se haga la cobertura completa en Rosario.

La pregunta es obligada. ¿Cómo es ser joven y vivir todos los días esperando un órgano? “No fue muy caótico ni problemático. La diabetes se asume, mal que mal. Y gracias a dios tuve un buen grupo de compañía durante la diálisis. Fue muy humano, como ir al club. Nunca me sentí mal, a lo mejor sí físicamente, pero nada más. Nos juntábamos con chicos de mi edad y en la misma situación. Tomábamos un café, hablábamos y hasta el día de hoy los sigo viendo. Me fue llevadero. Nunca fue pesado”. El 16 de diciembre de 2013 Germán tuvo un rechazo de trasplante, porque el donante había tenido hepatitis y no lo pudieron trasplantar. El 16 de enero fue la operación, el gran día a partir del que empezó su nueva vida. Los órganos que recibió pertenecieron a un chico de catorce años, de Villa Constitución.

Germán estudia podología y le falta rendir algunas materias para terminar. Luego, piensa en irse a vivir al sur, a San Martín de los Andes con un amigo. Sin embargo, con el mismo entusiasmo que cuenta cómo proyecta su vida, dice que primero hay que ver qué pasa. “Todavía no caigo. No tengo que hacer más diálisis, los controles de glicemia dan parejos, puedo orinar. Es alguno nuevo, me cambió la vida. Espero que la gente tome más conciencia y done sus órganos. Yo sé que han aumentado los donantes, pero también creo que no hay mucha conciencia. Esto le cambia la vida a cualquiera. Mis compañeros de diálisis esperan riñones, algunos desde hace cinco o seis años y sería bueno, aunque no es fácil que la gente tome más conciencia”.

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