Si tendríamos que resumir el ¿para qué? de toda instancia de incomodidad física y emocional podríamos hacerlo simplemente diciendo: aprender a observar y descubrir que existo más allá de la experiencia.
Todos nos sentimos felices cuando alcanzamos nuestros objetivos externos de crecer, tener familia e hijos, ganar influencia, destacarnos en algún área y servir en este mundo, pero, ¿quién puede negar que en el intento de lograr estas metas sociales programadas, no pasamos por enormes retos internos: fuertes deseos, envidia, celos, miedo, ira, confusión y profunda angustia?
Estos residuos emocionales son naturales ahora porque señalan que todavía no nos sentimos libres, estamos identificados con las formas de pensamiento dual, nos visualizamos dentro del mundo de las formas aparentes. Esto no es ni bueno ni malo, permanecemos en un estado de dependencia del afuera, pero por notar dicha dependencia vemos desde adentro. La práctica es observar, sentir, reconocer y luego dejar pasar, dejar ir el pasado, soltar, permitirnos no retener, tal como hacemos con nuestros residuos en los procesos biológicos digestivos.
¿Por qué necesitamos aprender a soltar y dejar ir o perdonar todo lo que sucede a nuestra percepción? Para poder experimentar vívidamente nuestra más profunda libertad. Debido a que jamás podremos encapsular la felicidad, jamás lograremos encerrarla en algo, en una idea, en una persona, en una experiencia. Lo que ahora llamamos vida es un sueño temporal ya que dependemos de formas externas cambiantes, y los pensamientos también son forma. En las reuniones con nuestros amigos alguien puede que nos pregunte “¿te acuerdas de esa época?”, y pasamos a rememorar instancias añoradas del pasado. Incluso hay personas mayores que quedan ancladas por mucho tiempo al pasado sin poder salir de él. Como si la felicidad proviniese de la experiencia y quedaría retenida en un punto sin fluir, de tal manera que para vivir la vida hubiese que crear ciclos continuos de volver hacia atrás, rememorar y desear rememorar, una y otra vez lo sucedido. Sin embargo la felicidad no viene de la memoria ni se conserva en ella.
El miedo inhibe la belleza del momento presente y la valentía para dar el paso hacia lo desconocido. El miedo diseña el anhelo por lo que ya sucedió, para poder vivir escondido de la conciencia. Únicamente la desconfianza a la Vida puede fabricar esa disfunción interna que evidencia la permanencia del ego. Nunca hubo un mejor momento que este instante, de mayor despliegue y belleza interna, pero no es percibido porque estamos existiendo desde la memoria, sometiendo nuestra libertad y creatividad a los momentos de felicidad ya acontecidos, grabados, clasificados y “arduamente” conseguidos. La compulsión por el logro y el éxito no nos permite abrirnos al caudal ilimitado de experiencias fluidas de amor que es la vida.
Por lo tanto, sé un científico de tu propia libertad: observa, siente, analiza, date tiempos, comete errores, evalúa y vuelve a mirar. Encuentra tus dependencias y co-dependencias en personas y factores externos, todo aquello que reprime tu libertad y no la deja fluir. Las sensaciones propias del amor y la confianza parecen no llegar a ti sencillamente porque no están sometidas al tiempo, no están confinadas en ninguna burbuja universal, sino escondidas en tu más diáfana libertad.
Muchos de nosotros creemos estar en cierto grado de espiritualidad cuando aún no hemos encontrado nuestra propia libertad. Todavía enojados por la creencia en nuestra esclavitud y carencia, sentimos desasosiego al no satisfacer nuestros deseos ocultos. El encuentro con la libertad, expresado como decisión interna, es el hallazgo primario del sincero. Todos sin excepción necesitamos sentirnos libres en las dimensiones básicas antes de llegar al espíritu. Una joven lucha por su independencia emocional de sus padres, quiere pasar de niña a mujer, quiere sentir su madurez, quiere ser ella, libre de lo que cree que la condicionó. Una mujer adulta anhela la libertad del cautiverio de no sentirse amada profundamente, se perdona a sí misma por lo que sintió, libera a los símbolos de su culpa, sean personas o situaciones, y re-interpreta honestamente sus decisiones pasadas.
¿Quién puede tener logros espirituales si en su fuero interno está enojado y no lo reconoce? El ego nos mantiene enfurecidos día y noche, y a la vez reprimiendo el estallido para poder ser aceptados y queridos por aquellos a quienes queremos conquistar.
Observa hoy tus dependencias emocionales en situaciones y personas, escríbelas en tu diario, charla con alguien honesto y decide ver por largos días tu esclavitud auto-infligida. Has tu propio taller personal y libera tu vida hoy. Sin que te importe la opinión de otros sobre ti, no vivas desde el miedo, más bien reconócelo.
Y pasas a ser el liberador de tu mente, un científico de tu propia libertad, donde la eternidad es tu garantía… ineludiblemente.
(*) Rodrigo Joaquín del Pino