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La Florida: dueños de carritos reclaman volver cerca del río

Sostienen que el municipio les pidió en agosto de 2013 cruzarse hasta que concluyeran las obras sobre avenida Carrasco. “Es un sacrificio constante para poder trabajar”, se quejan propietarios: dicen que las ventas cayeron un 50 por ciento.

carreros-dentroA comienzos de 2013, el conflicto con los carritos de comida rápida de la Rambla Catalunya lucía sencillo de “cocinar”. Si bien la idea de mudarse a la vereda oeste de avenida Carrasco les resultaba difícil de digerir, la injerencia del Concejo Municipal en la problemática, a partir de la elaboración de un proyecto que apuntaba a la construcción de la bicisenda de forma paralela al cantero central –manteniendo los puestos sobre el lado más cercano al río– contribuyó a que la situación bajara el nivel de tensión hacia fin de año. Pero ahora el conflicto volvió a escalar: es que, según dijeron los propietarios que hablaron con El Ciudadano, desde la Municipalidad les habían prometido que iban a poder volver a donde estaban el 1º de diciembre. Eso no ocurrió y, con el verano a poco más de un mes de terminar, siguen estando al otro lado de la avenida, donde –aseguran– no sólo les bajaron las ventas a la mitad sino que –al no estar más del lado del Paraná– aumentaron los robos a transeúntes que andan por ahí.

Según los vendedores, el municipio les solicitó el pasado mes de agosto cruzar la calle para poder avanzar con la remodelación de ese tramo de la avenida. Se estimaba que los trabajos demorarían “unos meses” y que podrían regresar a su antiguo lugar de trabajo el primer día de diciembre, casi tres semanas antes de comenzar el verano, la estación pico del tránsito de personas en la zona costera del Paraná. Para volver, recuerdan, sólo había una condición: los carritos debían ser reemplazados por unos nuevos diseñados por la Secretaría de Planeamiento, que podían ser financiados a través de “créditos blandos” otorgados por el Banco Municipal.

La mayoría de los comerciantes gastronómicos adquirió los nuevos modelos y la fecha llegó, pero el desembarco del Dakar, con la consecuente necesidad de realizar obras en distintos puntos de la ciudad, llevó a que el traslado de los carritos se postergara un mes más. Los competidores del rally encendieron sus motores y dejaron la ciudad un mes y medio atrás, y hoy lo único que se oye rugir es a los puesteros que reclaman retornar a la vereda este de la costanera ya que, según afirman, las ventas decayeron hasta “un 50 por ciento”.

“Nos obligaron a fabricar un carro para trabajar en la calle, nos hicieron endeudar –porque aparentemente si no teníamos esos carros para antes del 1º de diciembre no íbamos a poder volver– y ahora que ya están listos seguimos acá”, se quejó ante El Ciudadano el propietario de uno de los carritos, que prefirió mantener el anonimato, aunque aclaró que es “uno de los más antiguos”.

En total, son ocho los comerciantes que fueron movidos, mientras que otros cuatro siguen instalados en su lugar original, frente a los puestos de pescadores, ya que no tenían lugar enfrente para trasladarse. “Nosotros queremos volver porque las ventas andaban mucho mejor y, la verdad, es que no molestábamos en ese lugar. Si nos ponen en la mitad de la calle, vamos a funcionar ahí, porque nosotros queremos trabajar. Pero hoy estamos haciendo malabares para que esto funcione”, ilustró otro de los gastronómicos.

El comerciante explicó que como todavía no pudo pagar la totalidad del nuevo vehículo, actualmente se encuentra trabajando “con un carro más chico” que le sirve para juntar sólo unos billetes por día. A fin de mes, la renta se ve reducida considerablemente con el pago de sueldos a los empleados que cubren el horario entre las 10 de la mañana y las 2 de la madrugada. “Las ventas cayeron en un 50 por ciento. Hoy saco entre 120 y 150 pesos sucios por día y después de pagar los sueldos me quedo casi sin nada para mí. Esto nos mató”, se lamentó.

Otro de los propietarios explicó que son muy pocos los paseantes que se cruzan exclusivamente para comer algo, ya que la mayoría circula por la vereda más cercana al río. “Antes, la gente pasaba y te compraba un cono de papas fritas, una gaseosa, un agua, un pancho; y así, pesito a pesito, es como se llega a fin de mes. Hoy no nos compra nadie”, sentenció.

Pero, de acuerdo a los relatos, la mudanza no sólo repercutió en las ventas. Aseguran que la presencia de los puestos servía como efecto disuasorio para los ladrones, especialmente para los que aprovechan la oscuridad de la noche. En referencia a ello, algunos aseguraron que días después de mudarse se registraron asaltos a paseantes a lo largo de la vereda donde antes estaban instalados.

“Los que transitan por la zona se dan cuenta que no hay gente por esa vereda (este). Muchos dicen tener miedo de pasar. En el momento que nos sacaron, esa vereda murió”, sostuvo otro de los que se quejaron por el traslado.

Muchos de los trabajadores fabricaron sus nuevos vehículos con fondos propios ya que –afirman– los créditos que ofrecía el Banco Municipal “tenían tasas de interés muy altas” y también “iban variando con el pasar de los meses”. Respecto a este punto, uno de los puesteros explicó: “Por suerte encontramos alguien que nos financió el nuevo carrito. Pero hoy en día estamos hasta acá (señalando el cuello) con las deudas. Es un sacrificio constante para poder trabajar”.

“Este verano ya lo perdí. Parece que no se dan cuenta de que nosotros vivimos de esto, que no tenemos otra entrada de dinero. No queremos discordia con políticos. La única política nuestra es el trabajo”, sintetizó otro vendedor.