El 12 de febrero de 1914, pegada a los carnavales, es la inauguración del monumento al Ejército de los Andes. En Mendoza y por la tarde, en el cerro que pasó a llamarse “de la Gloria”. Se conmemora la batalla de Chacabuco de 1817 y se decreta feriado en la provincia. El proyecto había cobrado impulso definitivo en el Centenario que desperdigó, a lo largo y a lo ancho del país, mojones evocativos que, como no podía ser de otra forma, delataban al mismo presente. Equívocos disfraces de piedra. Recién llegado de una Europa en aprestos bélicos, el joven santiagueño Ricardo Rojas confirma que es la hora del nacionalismo. Que la “pedagogía de las estatuas” es crucial para construir un imaginario nacional; que sin él no hay comunidad. En La restauración nacionalista (1909) despotrica contra las de Garibaldi y Mazzini en Buenos Aires y postula la necesidad de monumentos como el de Mendoza.
Exánime Roque Sáenz Peña, el desteñido vicepresidente Victorino de la Plaza no va a la inauguración. Dos altos militares representan al poder ejecutivo. También hay una delegación chilena, militares. Más que de tules, galeras y fracs, el protagonismo es de las charreteras. Tanto que el mismo San Martín queda disimulado en un conjunto escultórico que, como pocas veces, lo excede. Es al Ejército al que se celebra. A la majestuosa alegoría de la libertad, al cóndor, a la gloria también. Todo en grande porque es enorme la necesidad que tiene el régimen conservador de extraer del pasado la legitimidad y la fortaleza que ya no lo asiste. ¿Los pobres negros que mueren en Chacabuco y que contristan a San Martín? Bien gracias.
En horas de la mañana, en la rotonda del Parque San Martín –allí está el cerro de la Gloria– se había celebrado una misa de campaña con posterior desfile de tropas. El diario Los Andes informa que hasta el pie del monumento sólo tienen acceso las familias con “invitación oficial y en carruaje”. Apretados a los militares, son el segundo anillo. Añade entonces que las laderas del cerro se pueblan de una multitud de gente humilde que sólo mirando hacia arriba puede descifrar algo de lo que ocurre en esa esfera casi celestial. Rojas: “Una estatua que se alza tiene todos los caracteres de una resurrección, y no resucitan sino los dioses. Ha de ser bella, para tener el prestigio del arte; ha de ser justa, para tener el prestigio de la gloria: la gloria y la belleza han de prestarle el soplo de la inmortalidad”. El parque les pertenece a las familias que no se sienten intimidadas cuando ingresan por los imperiales portones traídos de París. Que no se tientan de risa ante los motivos escultóricos de las fuentes. Que saben quién es Thays. Dos “máquinas” sobrevolaron la inauguración y tomaron fotos. Nada sabemos de ellas.
Cuatro años más tarde, vigente la ley Sáenz Peña, es elegido gobernador uno de los caudillos fundamentales de la provincia, el radical José Néstor –el Gaucho– Lencinas. En paralelo con la promulgación de una legislación laboral que adelanta a la nacional, en 1918 Lencinas decreta feriado el 1º de mayo. Y en el parque San Martín, vuelto tablero de batallas simbólicas, erige un Monumento al Obrero. La alpargata identifica a los bulliciosos seguidores de Lencinas que no tarda en enemistarse con Yrigoyen.
Desde 1936 en Mendoza se celebra oficialmente la fiesta de la Vendimia, la más clásica de la Argentina moderna. Con elección de las reinas, por departamento y provincial, conjuga virtuosamente –así se gusta decir– lo democrático y lo tradicional. Con ropajes campesinos para el paladar burgués, el Parque San Martín es su escenario principal. La rotonda primero y, desde 1963, el “anfiteatro griego”. Allí mismo, en 1950, se llevó adelante uno de los actos más importantes del año sanmartiniano. Ante Perón y Eva, una cantata que tenía letra de Leopoldo Marechal rebautizó a San Martín “obrero de la espada”. En discusión apenas velada con el “santo” de Ricardo Rojas, e interviniendo en la tensa conversación que el parque aloja, entre prendas del guardarropa de la historia y sujetos sociales, Marechal intenta que San Martín vuelva a la tierra. Para que cultive la amistad de los que no tenían invitación oficial ni carruaje. También por esos años en el parque abre sus puertas la Escuela Hogar Eva Perón.
Un par de cuestiones. El cansancio ante la figura de San Martín, que la dictadura como nadie ayudó a producir, hizo que una canción de Sumo de 1987 aconsejara no ir a la escuela para no toparse otra vez con él. La ilusión, quizás, de que se podía prescindir del pasado, de sus ropajes y amistades. También reflejaba que el San Martín triunfante era el de la gloria y el de la santidad, no el obrero. De paisaje posproletario era la canción de Sumo. Después, cuando en 2010 hubo una ola de fascinación con el Bicentenario, sin dudas lo que se añoraba era la escena deferente de la inauguración del monumento. Fue tan sólo una olita, porque las condiciones estuvieron dadas para que la marea hiciera con la historia una fiesta.