En el invierno frío y con muchos temporales del año 1887, cinco hombres “extraños” se acercaron a la pulpería que Félix Hormazábal y Eduardo Picabea tenían entre las estancias de Luis Pulido Suárez y José Carreras. Atónitos por el helado clima de julio y en un mal castellano, los británicos que vestían “extrañamente” –según el pulpero– pidieron whisky teniendo suerte porque los comerciantes no habían logrado vender esa bebida y atesoraban dos cajas con varias botellas. Esos foráneos, que se abrazaron al escuchar la noticia de la mercancía líquida, llegaron al sur santafesino para construir el Ferrocarril Gran Sud de Santa Fe y Córdoba, y como era necesario por el aprovisionamiento del agua, a cada 40 kilómetros fundaban un pueblo. Así nació Santa Teresa, que mañana, miércoles 19 de marzo, cumple 125 años. Al igual que muchas de las localidades santafesinas, el pueblo que surgió en el taco de la bota cartográfica provincial, a 50 km de Rosario, se pobló de inmigrantes que se sumaron a los ya residentes criollos y le cambiaron el aspecto a esa parte de la llanura pampeana. A lo largo de su historia, la tranquilidad es una característica de la pequeña urbe, salvo algunos hitos que marcaron su pasado, como su participación en el Grito de Alcorta o en las luchas del sindicalismo rural, hasta los últimos piquetes agrarios, de 1994 y 2008, que se volvieron simbólicos.
Hormazábal, pionero
“Eran ellos de nacionalidad inglesa, de profesión ingenieros algunos y eran de la Compañía concesionaria del Ferrocarril del puerto de Villa Constitución a Río Cuarto, que se titulaba Ferrocarril Gran Sud de Santa Fe y Córdoba, la que tenía una sección llamada Compañía de Tierras del Sud de Santa Fe y Córdoba y en cada estación solicitaban en compra a sus propietarios de sesenta a setenta cuadras de terreno, los que fraccionaban en manzanas”, recordó posteriormente Félix Hormazábal quien contaba con 24 años en 1889. Su relato se presenta como un importante documento histórico que describe cómo se vivía en la campaña santateresina antes de la llegada del tren. A lo largo de su vida fue escribiendo la historia del pueblo Santa Teresa, un aporte invaluable que está perdido en la actualidad. Lo que se salvó, por suerte, fue una carta que le escribió a una coterránea que también se interesaba por el pasado. Félix había llegado de muy chico de España y su familia se asentó en San Nicolás. A los 15 años ya probó suerte y en 1885 puso una pulpería con Picabea.
La narración de Hormazábal fue hecha en 1934, cuando en Santa Teresa, como en tantas localidades santafesinas, no era extraño ver extranjeros. “En aquel tiempo, 1885, el vecindario eran todos argentinos siendo casual ver un extranjero y si había, eran mercachifles o vendedores de artículos de tienda”, refleja Félix, quien propone una postal del llamado Pago de los Arroyos antes de que se transformara en la “Pampa gringa” afirmando que “corrían por los campos abiertos manadas de venados v avestruces, había enorme cantidad de perdices, martinetas”.
Las vías del progreso
Sin embargo, ese panorama terminó y el paso del ferrocarril trajo “el progreso”. El 19 de marzo de 1889 se fundó el pueblo Santa Teresa con una traza de sesenta manzanas cruzadas al medio por las vías férreas. El sitio web santateresasf.com.ar señala que “la Compañía de Tierras del Sud de Santa Fe y Córdoba” fue la encargada de comercializar la tierra a lo largo del incipiente ferrocarril y que adquirió los terrenos al estanciero José Carreras quien, desde entonces, figura como uno de los fundadores del pueblo, junto a los colonizadores y empresarios ingleses Charles Tren Prebble y Edward Ware. A seis años, el censo nacional informaba que la población llegaba a unos 681 habitantes de los cuáles el 40 por ciento eran extranjeros, en su mayoría italianos; mientras que el azar marcó la colonización de Santa Teresa que mantuvo por años el arrendamiento rural. Hoy cuenta con unos 3.200 habitantes
Desarrollo posterior
Ese estilo de colonización deparó que Santa Teresa también tuviera su protagonismo en la protesta rural llamada El Grito de Alcorta porque el sistema de arrendamiento con cláusulas leoninas que favorecían a los dueños de la tierra y las máquinas, perjudicaba a los chacareros. Plácido Grela recordaba en su libro El Grito de Alcorta que del pueblo se destacó Pedro Barba, un socialista que integró la primera comisión de la Federación Agraria Argentina (FAA). También en esas jornadas, el dirigente socialista Juan B. Justo estuvo en Santa Teresa, donde conferenció sobre la situación del campo. El conflicto, que no se arregló del todo, dejó abiertas las puertas para otros problemas. En 1918 hicieron su aparición en escena los obreros rurales que repartieron simpatías entre anarquistas y sindicalistas rurales en distintas protestas de fines de la década del diez hasta fines de los 30, cuando la mecanización del trabajo rural desalojó a la mano de obra rural. La emigración, entonces, fue el camino para muchos. Últimamente, Santa Teresa apareció en las noticias. Un piquete de chacareros se volvió simbólico en 1994, porque desde es lugar partió el entonces dirigente de FAA, Mariano Echaguibel, para encontrar la muerte. En 2008, el conflicto por “la 125” retomó ese escenario entre las rutas provinciales número 90 y 18.
“No sé si me tiró la vieja o el pueblo”
“Yo estuve a punto de irme a Rosario, conseguí trabajo y todo allá. Pero me quedé acá, no sé qué me tiró para este lado, si la vieja o el pueblo”, recuerda Armando Tisera, un nativo de Santa Teresa quien está a punto de cumplir sus 99 años. Nacido en 1915, a un año de iniciada la Primera Guerra Mundial y con una crisis importante en Argentina, Armando rememora su infancia, cómo era su barrio “Alto verde”, su paso por las labores rurales, la sindicalización y su trabajo en el ferrocarril.
“Santa Teresa era diferente antes, no había muchas casas porque casi todos eran ranchos. Y estaban todos dispersos en el Alto verde”, relata Tisera y agrega: “Yo pude ir a la escuela pero hasta segundo o tercer grado; después me fui a trabajar de boyero”. Durante los años 20, la escolarización era un privilegio para pocos y la mayoría hacía su experiencia unos pocos años porque después debían ayudar en la economía familiar. Ese fue el caso de Armando, quien cuenta que desde una temprana edad le daba lo ganado a su madre. Más tarde, ya de muchacho, Armando se convirtió en bracero e iba a “cuncuñar” maíz haciendo la “campaña” en su pago e incluso en el extremo occidental de la provincia. “Cuando terminaba la juntada de maíz me compraba un traje en los 49 Auténticos, el resto se lo daba a mi madre”, confirma Tisera.
Durante esa época se produjo también la sindicalización rural en el centro sur provincial, y los trabajadores de Santa Teresa repartieron sus simpatías a los anarquistas de La comarcal de Villa Constitución, y a los sindicalistas revolucionarios y socialistas. Junto a ellos formaron el Sindicato de Oficios Varios, del que Armando fue encargado de actas, hasta una biblioteca, la “Juan Bautista Alberdi”, para que los obreros pudieran estudiar, leer y defenderse mejor.
Pero, hacia fines de la década del 30 llegaron las máquinas cortitrillas que desalojaron a la masa de obreros rurales. En ese trance, Armando logró un puesto en el ferrocarril. “Me acuerdo que fui a pedirle una recomendación a don Piero Baiocchi y él me acompañó”, rememora el santateresino y asegura que no fueron años fáciles pero que el trabajo de “catango” lo llenó de satisfacción. Hoy, como tantos otros ferroviarios la nostalgia lo cubre y desea día a día que el ferrocarril vuelva a darle vida a los pueblos del interior, como Santa Teresa.