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«Players» e hinchas, por la pasión

En su libro sobre la tradicional práctica, Julio Frydenberg analiza y explica cómo fue que los sectores populares se apropiaron de ese deporte, ahora ya naturalizado, y las relaciones que fueron tejiéndose entre los actores principales.

Por Paulo Menotti

HISTORIA Historia social del fútbol. Del amateurismo a la profesionalización  Julio Frydenberg Siglo XXI / 304 páginas / 2013
HISTORIA
Historia social del fútbol. Del amateurismo a la profesionalización. Julio Frydenberg. Siglo XXI / 304 páginas / 2013

“Primero son los colores del club, después los macaneos amorosos”, afirmaba El Ñato, el personaje encarnado por Enrique Santos Discépolo en el film El hincha, que contaba las peripecias de un trabajador que era fanático seguidor del fútbol y que decía dejar su vida por el juego. La película no es la única que abordó la popularidad del deporte, sino que se inscribe entre otras que supieron combinar la práctica del balompié con otras formas de participación y gustos culturales del pueblo argentino, el tango y el cine, por ejemplo. Al mismo tiempo, El Hincha no hace más que estimular una tradición popular, la del amor de la gente común, de la clase popular, por el fútbol. Sin embargo, el origen de la práctica deportiva estuvo alejado de esos cánones y se asienta en una disciplina de los colegios ingleses que la importaron y extendieron a las clases pudientes criollas durante el siglo XIX. Julio Frydenberg, con su libro Historia social del fútbol. Del amateurismo a la profesionalización, analiza y explica cómo fue que los sectores populares se apropiaron de ese deporte, hoy naturalizado y del que ya nadie discute su pertenencia a todo el mundo.

Un juego de caballeros

Como es tema conocido, el “football” fue traído a la Argentina por los inmigrantes ingleses, quienes lo practicaron en sus colegios como una disciplina deportiva para aprender valores, o también en algunas empresas, que lo inculcaron a sus trabajadores como práctica. Así nacieron Newell’s Old Boys, que retomó la tradición norteamericana de que ex alumnos de una escuela formen un equipo; y Rosario Central, formado por trabajadores ferroviarios. Pero para cuando muchos jóvenes se entusiasmaron con la práctica del juego y crearon clubes con el principal objetivo de jugar, ya había pasado bastante tiempo en que la práctica había estado recluida entre la comunidad inglesa, los colegios prestigiosos y la clase alta criolla. “El advenimiento del fútbol a la ciudad de Buenos Aires y su posterior desarrollo tuvieron tres vías: una mítica –la de los marineros–, una frustrada –la de los clubes–, y una heroica –la de las escuelas y la liga–”, afirma Frydenberg, quien señala que en los comienzos incluso los foot-ballers compartieron espacio con los cricketers. La escuela que tuvo éxito en afianzar el deporte fue la Buenos Aires English High School, que por iniciativa del profesor Alejandro Watson Hutton fundaron el Buenos Aires Football Club, equipo que posteriormente se transformó en el popular Alumni.
Al estilo de los ingleses, y de la adinerada elite argentina, el “football” tuvo como disciplina que sus practicantes fueran unos verdaderos sportsmen. “Las divisas del Alumni eran El sport por el sport (el deporte por el deporte) y Servato fidem (conservar la fe)”, afirma el autor, quien agrega que las cualidades del sportman eran las prescripciones morales que reglaban el juego, como “la corrección implacable”, “el acatamiento espontáneo de las leyes del juego”, “una conducta forjada en la rectitud e inspirada en el honor” y “la hermandad y efusión afectuosa para con el adversario”. Al mismo tiempo, ser sportman significaba practicar varios deportes y no demostrar “un temperamento nacional”, entre otras virtudes.
Frydenberg contrapone la idea de que en los colegios de estirpe británica la educación física se sustentó en la práctica de juegos, con la de lo que terminó incorporando el sistema educativo argentino, donde el lema “mens sana in corpore sano” se basó en la práctica de la gimnasia.
El pueblo se lo apropia

El recelo de los ingleses y el corset con el que intentaron contener a sus practicas culturales junto a la oligarquía argentina no pudieron con la afición de la muchachada argentina, que empezó a jugar “a la pelota” en los terrenos baldíos, en los potreros y en las calles provocando a su vez el enojo de los vecinos que se quejaban, incluso entrados los años 20, de las “patotas”, las “barras” que molestan a la hora de la siesta. El propio Hutton fue quien dio vida a la Argentine Association Football League (AAFL) y hacia 1900 se estableció que los nombres de los equipos fueran diferentes al de los colegios. Por eso nació Alumni, que fue el primer equipo que trascendió y se popularizó al ganar el campeonato varias veces durante la primera década del siglo XX. Y fue el primer equipo que fichó a un criollo, José Buruca Laforia, quien se convirtió en un verdadero “sportman”. A imitación de esta surgieron las ligas independientes de las que fueron saliendo otros equipos que se sumaron a la “Association”. Otra veta que hizo popular al fútbol fueron las giras de equipos ingleses, escoceses y sudafricanos, entre otros, que eran vistas como verdaderas demostraciones de cómo debía jugarse. En los grandes eventos que significaron estos partidos, las ligas menores paraban sus campeonatos para ir a verlos, situación que fue tornando al fútbol como un espectáculo, sostiene Frydenberg. Otro tanto hizo la prensa. Mientras la prensa masiva sólo prestó pequeños espacios, otras publicaciones comenzaron a reflejar de mejor manera al fútbol: La Argentina, PBT, Caras y Caretas y Pulgarcito fueron algunas, aunque el primer medio que se ocupó sin prejuicios por el fútbol argentino fue el periódico inglés The Standard.

Organización y pasión

Un pasaje de la película “El hincha”, en la que Enrique Santos Discépolo encarnaba a El Ñato, un fanático seguidor del fútbol.
Un pasaje de la película “El hincha”, en la que Enrique Santos Discépolo encarnaba a El Ñato, un fanático seguidor del fútbol.

Si bien Frydenberg habla de una primera etapa en la que muchos clubes no estaban en la zona de influencia de sus aficionados, muchos otros surgieron por interés de vecinos de barrio que tomaron el juego como forma de sociabilidad y de esparcimiento. De esa manera, surgieron los “clubes-equipo” en los que el nombre era una cuestión de suma importancia porque daba identidad a sus jugadores. El autor enumera entonces que los nombres de los clubes tuvieron que ver con la práctica, muchos llevaron en su escudo la denominación “Athletic Club” (posteriormente castellanizado), y las referencias al lugar. Por fuera estaban los nombres que intentaban romper con el reglamento del “fair play”. Frydenberg recrea el relato de cómo se fundó San Lorenzo de Almagro porque sus fundadores pensaron ponerle Los Forzudos, por ejemplo, hasta que un cura, Lorenzo Massa, les consiguió un terreno y les propuso ponerle el nombre de un santo junto al del barrio.
Esos amateurs que jugaron, fundaron clubes, e institucionalizaron el fútbol, también se transformaron en cracks que brillaban en los medios, como Américo Tesorieri, Fernando Paternoster o Miguel Ángel Lauri. A su vez, los hinchas incentivaron aún más el espectáculo que fue ganando espacio y simpatía entre los argentinos. Incluso los habitantes de las tribunas comenzaron a recibir provocadores apodos como “millonarios”, “diablos rojos”, “funebreros”, “canallas” o “leprosos”.
De allí en adelante, Frydenberg analiza cómo los desafíos de dos equipos de esas primeras ligas se fueron transformando en “clásicos”. Cómo siguieron organizándose los clubes, los campeonatos y sus reglas, y cómo se fue forjando la Asociación del Fútbol Argentino que terminó por profesionalizar al fútbol, son también líneas que desarrolla el autor. Sin embargo, lo más importante reside en poder examinar el punto de contacto de las instituciones y el juego, la vida cotidiana de los hinchas y el fervor de cada evento dominguero. Porque también en los comienzos se vivieron imágenes del presente: cómo fue la pasión, cómo se vivió la violencia, qué hicieron para resolverla. “¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones en las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?” (…) ¿Qué sería del fútbol sin el hincha?…El hincha es todo en la vida…”, concluye El Ñato.

Futbolero y de Independiente

Además de ser futbolero e hincha de independiente, Julio Frydenberg estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde se doctoró y actualmente enseña. Fundó y dirige el Centro de Estudios del Deporte de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de General San Martín. Docente en varias universidades del país, investiga desde hace más de veinte años sobre temas asociados con la historia del deporte en la Argentina, y específicamente con el fútbol. Ha recibido diversas becas de investigación que le permitieron desarrollar en profundidad las temáticas a las que se dedica. Pero tal vez lo que más cuente es que como investigador soslaya los mitos en relación a los orígenes del profesionalismo en el país, como así también el rol de los jugadores, los dirigentes y los medios.

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