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Pequeños melodramas barrocos y domésticos

La directora rosarina Alejandra Campá construye su atractiva “Apuesta de mujeres” a través de seis personajes femeninos y tres historias escritas por el actor y dramaturgo porteño Julio Chávez.

 

“El as en la manga”, uno de los tres momentos de “Apuesta de mujeres”.
“El as en la manga”, uno de los tres momentos de “Apuesta de mujeres”.

 

teatro3Aparecidas, seducidas y abandonadas en un mundo en el que los hombres son, apenas, un resquicio en el relato, una presencia lejana, un recuerdo quizás doloroso, quizás feliz, pero la ausencia misma. Seis mujeres unidas, más allá del género, por lo arbitrario del deseo, por esa cotidianidad esquiva y al mismo tiempo agobiante del “interior del interior”, de pequeñas historias que se reproducen en pequeñas comunidades y contaminan el decir, el hacer, el suponer del otro, el estar a la defensiva.

Con la impronta clásica de una de las tantas radiografías posible de un grupo de mujeres de clase media argentina que parecen escapadas de una telenovela de Alberto Migré o quizás, al mismo tiempo, reveladas al ejercicio de la heroína clásica, la directora rosarina Alejandra Campá construyó su Apuesta de mujeres, toda una postura de género narrada a través de seis personajes femeninos bien delineados y tres historias escritas por el actor, maestro, director, dramaturgo y artista plástico porteño Julio Chávez.

Se trata de las obras breves “Los amores de Águeda”, “El as en la manga” y “La bruta espera”, historias con aires de personajes de Manuel Puig pero en el presente, que relatan un momento decisivo, determinante, en la vida de seis mujeres singulares en distintos contextos y situaciones algo extremas que van de lo tragicómico a lo patético y lo absurdo.

Si en “Los amores de Águeda”, lo que el autor de La de Vicente López y Mi propio Niño Dios lo que patentiza es el imbricado mundo vincular entre dos hermanas muy particulares dentro de un ruinoso taller de zapatería de la ciudad de Balcarce, lugar del que Águeda quiere escapar buscando un mundo nuevo y “mejor” en una gran ciudad, en “El as en la manga”, lo que cimienta son la contradicción y el engaño de un poder pequeño pero histórico que se contrapone entre dos primas sólo unidas por el parentesco, al tiempo que en “La bruta espera” lo que se pone en primer plano es la contradicción casi inimaginable pero posible de dos mujeres a punto de ser madres, con una de ellas queriendo “escapar” de esa “pesada” situación.

Para construir este singular imaginario, teñido a su vez por cierta lógica almodovariana desde el tratamiento del color, las texturas, el vestuario y la música, Campá arma una especie de gran friso a escala humana que contiene, como si se tratara de pequeñas casas de muñecas, cada una de las historias que, a su vez, arman un entramado común pero funcionan por separado, apoyadas, al mismo tiempo, por un universo sonoro propio y el atinado diseño lumínico de Fernando “el Moderno” Burgo, quien apela a pequeños recursos, acordes a la minuciosidad y dimensión del detalle de cada una de las escenas, para darles luz o profundidad dramática.

Es en la palabra de Chávez y en los cortes que la directora practica en el texto de cada una de las escenas, algo que para nada daña la acción dramática, que este trabajo adquiere valor artístico, más allá de los altibajos en las actuaciones que, por encima de ese detalle, consiguen buenos momentos, abordando una inusual coherencia en el registro de los seis personajes, algo complejo de trabajar y de entramar.

Pero, sobre todo, el trabajo sirve para poner en valor en la escena local a un creador como Chávez cuya producción dramática es tan vasta y tan rica casi como su inagotable talento a la hora de componer un personaje.

De hecho, lo que Campá sostiene acerca de Chávez, que es “mucho más que un gran actor de teatro, cine y televisión, que proyecta su universo personal a la par de una aguda mirada crítica sobre la sociedad contemporánea”, es lo que la directora consigue poner en escena en este espectáculo en el que la realidad es revelada a través del prisma de quien entiende del mundo femenino.

Hay entre esta propuesta y la obra dramática de Julio Chávez un diálogo permanente, una relación dialéctica, un juego de opuestos que pintan un mundo pequeño que se engrandece en escena, una elección por estos pequeños melodramas barrocos y domésticos que la directora elije correr de su lugar de sombra para ponerles luz. Así, ya lejos de la rutina y la invisibilidad del mundo que les dio origen y que pareciera quitarles el aire a estas mujeres, Campá hace foco en el dolor, en la pérdida, en la insignificancia, pero también en lo que detenta el poder de unos sobre otros y de lo que implica la verdad cuando, finalmente, logra salir a la luz.

La última de las tres escenas de la obra, montada a partir de “La bruta espera”.
La última de las tres escenas de la obra, montada a partir de “La bruta espera”.
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