Cristina de Kirchner y la cúpula de la Iglesia cerraron el jueves en privado una semana de rispideces en público en una reunión que mantuvo la presidenta con el titular del Episcopado, José María Arancedo; el secretario del cuerpo, Enrique Eguía Seguí, y el adjunto del arzobispado de Buenos Aires, Joaquín Sucunza.
Como cumpliendo los pasos más previsibles de un libreto, el encuentro siguió a la dureza de la respuesta que la presidenta dio el sábado 11 al documento de la conferencia de obispos que había señalado las responsabilidades de la dirigencia política y del gobierno en la violencia que, entienden los obispos, empapa a la sociedad argentina. En el acto que recordó al cura Carlos Mugica, asesinado hace 40 años, la presidenta marcó una línea jugosa para el debate: la diferencia entre un francisquismo laico -representado por ella, que aconseja leer al Papa y no sólo visitarlo y sacarse fotos con él- y el francisquismo de sotana, representado en esa tribuna por los obispos.
Todo conflicto en política que escala hasta la exasperación anuncia, cuando alcanza su pico más agrio, los términos de la reconciliación. Tampoco las peleas en la cúpula pueden durar mucho; la altura de los protagonistas anula la agresividad. ¿Cuánto pueden criticar los obispos a un jefe de Estado?, ¿cuánto puede un jefe de Estado de un país católico hostigar a los obispos? Más cuando los actores se sienten -como todos el jueves en Olivos, incluyendo al testigo y promotor de la cita, el secretario de Culto Guillermo Oliveri- hijos de la misma Santa Madre y compiten, con títulos y modos diversos, en gestos de piedad que entienden manifiesta su identificación con la mayoría del público.
Contra lo que diría una crónica también esperada: no hubo reto presidencial ni arrepentimiento de los visitantes, que fueron con el texto del documento “Felices los que trabajan por la paz” y la aclaratoria que hizo uno de los autores, Fernández, en un diario esta semana como réplica a la bronca presidencial y que lleva un título irónico que pudo levantar otra polémica con el gobierno: “La violencia de no saber leer”. Algo así como un “update” del lema tomista “Tolle, lege” (“Toma y lee”), dicho de un Fernández a otra Fernández. Un dardo que encabezaba la explicación del teólogo cordobés Fernández: “La intencionalidad del texto está expresada en esta frase: «Cada uno está llamado a sanar sus propias violencias»”.
El texto de la declaración original se le atribuye a Jorge Lozano, sobre el cual cayeron otras manos que cristalizaron en varios borradores que se filtraron a la prensa antes de que se lo hiciera conocer formalmente el viernes 10 de mayo. Esta petite histoire es pertinente porque, como había informado Ámbito Financiero al iniciarse la reunión de los obispos el lunes 5, el criterio era no dar a conocer ninguna declaración para no entorpecer el acto del sábado 10 en recuerdo del asesinado cura Carlos Mugica. Había borrador, aunque la idea era dar a conocer el texto final dentro de un mes, pero cuando un diario adelantó algunas frases se modificó el criterio y se apuró su publicidad.
La responsabilidad final estuvo a cargo de la comisión redactora formada por Arancedo, Lozano y Fernández, a quien todos ven no sólo como el inspirador de los movimientos doctrinarios del Papa. También es quien pudo recibir la instrucción vaticana de dar a conocimiento público la declaración de los obispos para que no quedase todo en las frases sobre la “enfermedad de la violencia” que se habían conocido por adelantado. Dar el documento íntegro, creyeron, podía aclarar todo, pero resultó peor el remedio que la enfermedad.
Lozano es otro bergoglista de paladar negro y seguramente el obispo más crítico del gobierno de ese grupo; secundó al actual Papa en el arzobispado de Buenos Aires hasta que lo envió a Gualeguaychú para administrar el final de la crisis con el Uruguay por la pastera de Fray Bentos. Ese conflicto tiene una trama clerical que aún está por contarse en detalle, ya que debió capearla el entonces intendente de Gualeguaychú, Daniel Irigoyen, un ex seminarista de los Palotinos que se salvó de la masacre durante la represión clandestina del terrorismo y pasó algunos años como preso político de los militares. En esa desgracia, compartió detención con otro perseguido de aquellos, Jorge Taiana, que debió administrar la puja desde el Ministerio de Relaciones Exteriores. En esa línea de relaciones hay que anotar la decisión de Bergoglio de mandarlo de obispo a Gualeguaychú para que actuase como uno de los felices que buscan la paz.
La aclaración dirigida a quienes el obispo Fernández cree que no leyeron el documento se publicó un fatídico martes 13, y ese mismo día Oliveri se comunicó con Eguía para promover un encuentro con la presidenta que ésta aceptó de inmediato. Aprovecharon que el jueves Arancedo estaba en Buenos Aires y que la presidenta permanecería en Olivos para recibir a otra estrella criolla, el boxeador perdedor Marcos “Chino” Maidana. Entre los papeles que repasaron la presidenta y sus visitantes, además de la declaración y la aclaratoria, estaba el texto de la llamada Oración por la Paz que se le atribuye a San Francisco de Asís (algunos lo consideran un apócrifo de la época del santo que refleja su leyenda) y que Arancedo le leyó al grupo. Ese texto francisquista, se comprometieron los visitantes, será leído en todas las iglesias del país como prenda de esta nueva paz que peligró, para mortificación de todos, por una semana, La lectura ante el grupo el jueves pasado en Olivos remarcó la frase final del pseudo Santo de Asís: “Perdonando es como se es perdonado”.