Nada respeta tanto la política como el Mundial de fútbol. Sólo basta ver que, excepto una ralentizada agenda de actividades de gobierno, el resto hiberna. El día que termine el Mundial se abrirá la tranquera y el malón de precandidatos a cuanto cargo electivo exista saldrá a trote con la mira puesta en las elecciones de 2015.
Tanto los que ya cuentan con alto nivel de conocimiento, como los que la reman desde atrás, planificaron en base al calendario del Mundial. No hay político que se atreva a cometer el sacrilegio de asomar las narices en medio de la Copa, conciente de que es más probable que sume por la negativa que por la positiva. Incomodar a un hincha (y en esta somos todos hinchas) es lo más parecido al tiro por la culata.
Para los que se propusieron ser candidatos en 2015, el año electoral empieza cuando Argentina se vuelva a casa o, si hay suerte, cuando acallen los festejos. A partir de allí tienen seis meses para hacerse ver, caminar el territorio y posicionarse, hasta que llegue el momento del cierre de listas, allá por febrero, quizás marzo. Y entonces larga el cronograma electoral a full y ya no hay retorno, los que entraron en carrera entraron, y los que no se quedaron afuera.
Una de pirata
Miguel del Sel se puso un parche en el ojo, una pata de palo, un garfio y salió con su nave de banderas amarillas del macrismo al abordaje de los galeones peronistas. Tiene muy bien identificado su objeto de deseo, que es el disperso justicialismo santafesino.
Se reúne con senadores provinciales, dice que habla con Reutemann y se ofrece como líder de peronistas invadidos por el sentimiento de orfandad y ausencia de conducción.
Apenas escuchó esbozar alquimias de unidad en el justicialismo santafesino, agarró caña y anzuelo y salió de pesca. Sus movimientos ponen en alerta a los otros precandidatos, como el rafaelino Omar Perotti, al que en teoría le parece muy linda la unidad partidaria, pero intuye el riesgo de terminar enredado en acuerdos que le faciliten la acumulación al Midachi para que se quede con más votos peronistas. María Eugenia Bielsa por ahora tampoco hace juego.
La presencia de un candidato como el Midachi es un problema para el PJ, al menos para los que no lo ven como la solución. También para Sergio Massa porque le dificulta hacer pie en Santa Fe. El de Tigre tiene el apoyo de Carlos Reutemann, pero carece de un candidato a gobernador taquillero. Su mercado electoral parece copado por la suma de candidatos propios del peronismo y Del Sel, que parte de un probado segundo puesto.
Menú a la carta
La jugada del PRO tiene doble cara en Santa Fe. Mientras Del Sel es el caballito de batalla en el interior provincial, cada vez que pisa Rosario lo esconden de los medios de prensa y los periodistas al tiempo que lo sacan a caminar barriadas periféricas.
La razón es que Miguel del Sel no encarna el PRO que Macri le quiere vender a Rosario.
La estrategia de penetración del jefe de Gobierno porteño no apuesta al chiste vulgar del Midachi sino al sello PRO que gobierna la Capital Federal. Eso explica la sede de la Casa de Buenos Aires en el Paseo del Siglo con vistas a plaza Pringles, obras de teatro que llegan con auspicio porteño y funcionarios que se montan a su éxito, la publicidad del Banco Ciudad en la camiseta de Newell’s (estuvo cerca de quedarse también con la de Central) y el preliminar de tango. Está claro a dónde y a quién se apunta.
Alerta amarilla
Para el socialismo, esa estrategia de penetración en Rosario es un alerta amarilla. El PRO vino creciendo en las últimas tres elecciones hasta llegar al actual bloque de cinco bancas de ineludible protagonismo en el Concejo Municipal. Los números demuestran que el incremento del caudal electoral se registró en seccionales del centro y macrocentro, donde el socialismo mandaba solo.
Sin embargo el déficit del macrismo en la ciudad pasa por no haber podido construir todavía una figura que cotice más alto que la marca PRO. Por ahí pasa uno de sus desafíos.
Se podría decir que desde que empezó el año también el kirchnerismo camina la comarca del socialismo, casi con una presencia nacional todas las semanas o semana de por medio. Pero la presencia de ministros como Florencio Randazzo, Agustín Rossi o Sergio Berni resulta negocio para las dos partes. Ceder parte de la estación Rosario Norte a un centro de documentación, recibir a gendarmes y prefectos para colaborar con la seguridad pública o anunciar obras como el tren, viviendas o cloacas pueden ser capitalizadas por los gobiernos local y provincial a pesar de que se hagan por decisión política de la Nación. No es el caso de las visitas del PRO.
La calma perdida
La mañana del domingo 8 de junio, cordillera de los Andes y Océano Pacífico de por medio, en la lejana Auckland Antonio Bonfatti y su esposa y funcionaria provincial Silvia Tróccoli pasearon a lo largo de unas veinte cuadras, miraron vidrieras y charlaron distendidos sin la más mínima custodia y preocupación por la seguridad personal.
Esa postal no se consigue en Santa Fe desde que la noche del 11 de octubre de 2013 cuatro encapuchados tirotearon la casa del gobernador en barrio La Florida. Lo mismo ocurre con otros funcionarios del Poder Ejecutivo y Judicial. La anécdota viene a cuento sólo para recordar lo jodida que siguen estando las cosas a pesar de que en el último año y medio grandes bandas fueron golpeadas: Los Monos, los Bassi, Reina Quevedo, Delfín Zacarías, Los Lagartos, entre otras.
De regreso de su gira por Nueva Zelanda, el gobernador prorrogó por otros 18 meses la emergencia en seguridad.
Emergencia permanente
La ley de emergencia votada por iniciativa de la oposición permite destinar al área de Seguridad fondos extra a los originalmente presupuestados; usar mecanismos extraordinarios para comprar y contratar; ampliar la planta de agentes y aplicar reformas a la organización institucional-territorial de la Policía.
La emergencia es una herramienta de trabajo, no la solución. Acompaña la decisión política de introducir reformas, que son/van lentas y que tienen el valor de proponerse la exploración de caminos no transitados antes, como disponer jefes policiales por municipios, eliminar el esquema de unidades regionales y concursar los ascensos en la fuerza.
En definitiva, a 18 meses de haber declarado la emergencia y tres meses después del desembarco de fuerzas federales en Rosario, Bonfatti tiene recursos suficientes, apoyo de Nación y una hoja de ruta.
Su problema son los tiempos de la gente. Porque si algo ocurrió en Santa Fe es que la sociedad asumió antes y con mayor convencimiento que el gobierno (probablemente también antes que la oposición y el periodismo) que parte central del problema era la propia Policía de Santa Fe.
Convencer a la gente de que los cambios que se proponen son los correctos, y que se requiere más paciencia para implementarlos, es todo un desafío para la administración del Frente Progresista.