Tristeza. Dolor. Bronca. Impotencia. Desazón. Amargura. Por cualquiera de estos estados pasamos los argentinos una vez que el italiano Rizzoli marcó el final y una vez que Lahm levantó la copa. Todos queríamos ver a nuestro Lionel Messi en ese lugar. Pero no fue posible. Por un error propio atrás y por fallas –y cuántas– arriba.
El dolor es inmenso. Y el silencio invade la redacción de El Ciudadano. Sólo se escuchan las teclas de cada computadora y las caras largas son el denominador común. Aquí, disfrutamos, nos quejamos por un planteo táctico, nos abrazamos con los goles agónicos de Messi a Irán y de Angelito Di María a Suiza, ‘pedimos’ la hora contra Bélgica y gritamos hasta quedarnos afónicos ante Holanda. Ayer nos preparamos para festejar la tercera copa, pero no fue posible.
Sin embargo, el agradecimiento a ese grupo de 23 jugadores será eterno. Ellos, sí, ellos, nos devolvieron la fe y pusieron nuevamente al fútbol argentino en lo más alto. Es verdad que todos los flashes se los lleva el campeón, pero este plantel se merece más que un aplauso. Estos jóvenes, además de un cuerpo técnico trabajador, nos hicieron felices durante un mes. Nos volvieron a hacer creer en la selección y que todo un país se una detrás de un sueño, aunque sea por unos días, en pos del bien general. Por eso, simplemente gracias…