La frase se repite en cada uno de los relatos de los comerciantes de la zona de Salta al 2100. Aquella fatídica mañana de hace casi un año, los propietarios de los negocios cercanos al complejo de edificios que explotó por una pérdida de gas descontrolada debieron cerrar sus puertas con la incertidumbre de cuándo podrían volver a la rutina. Algunos demoraron unos pocos meses, otros tuvieron que buscar un modo alternativo para vender la escasa mercadería que pudo rescatarse entre el polvillo. A un año de aquel episodio, el movimiento no es el mismo; las ganancias mucho menos. Pero el vacío que en un momento fue ocupado por la desazón hoy tiene lugar también para la esperanza de que ya vendrán tiempos mejores.
“Tuve que arreglarme como podía porque el negocio es el único ingreso que tengo. Estar parado me tiró todo para atrás. Si bien el subsidio que nos entregó la provincia nos ayudó un poco, no fue lo mismo. Los proveedores se portaron muy bien porque me trajeron mercadería para abrir y después pagarla como podía”, relató Pablo, propietario de un local de ropa para bebés situado en la esquina de Salta y Balcarce.
“Empezar de nuevo fue duro, pero acá estamos, seguimos”, afirmó con el convencimiento de quien le pone el pecho a las circunstancias.
El negocio a su izquierda pertenece a Cecilia. Según contó, lo más complicado fue no poder saber cuánto tiempo iba a tener que mantener cerrado su comercio de objetos de diseño y para el hogar.
“Lo tuvimos que vaciar, arreglar algunas cosas y volver a pintar. Perdimos mucha mercadería porque había muchas cosas de vidrio”, reveló a este diario en una recorrida por la zona de la explosión.
Cada historia tiene su característica distintiva y sus particularidades. Sin embargo, en todas ellas se repite el mismo sentimiento de dolor que hasta el día de hoy sigue acechando a sus puertas.
“Mercadería perdimos todo. Este mes estamos facturando lo mismo que en la misma fecha del año pasado. De los meses anteriores mejor ni hablo. En la atención al público eso se siente muchísimo porque falta gente. Nos dijeron que se fueron de la zona alrededor de 750 personas. Pero la cosa no terminó ahí para nosotros”, contó Rocío, dueña de una perfumería ubicada sobre la mano impar de Salta, mientras se mordía el labio inferior y sonreía sarcásticamente para ocultar su indignación.
Es que ella vivía en la casa situada entre su negocio y los edificios posteriormente demolidos. “Tenía permiso de demolición pero logramos que la provincia se hiciera cargo de los gastos de reparación hasta donde pudiera y nosotros pusimos el resto del dinero”, agregó.
Las fechas de reinauguración fueron variando dependiendo siempre de su localización, el nivel de daño y la capacidad de reinversión de sus dueños.
Los más apartados al lugar de la catástrofe tuvieron que esperar unos pocos meses para recibir nuevamente al público, que tímida y gradualmente volvió a circular por esa arteria. En tanto, a otros les costó un poco más de trabajo.
“Abrimos recién a los cuatro meses. Mientras tanto, un amigo de mi papá nos alquiló un depósito, desde donde empezamos a trabajar ahí como se podía”, se lamentó Rocío, que nunca pensó en mudarse ya que eso significaría abandonar una tradición familiar.
Este sentimiento de arraigo es compartido por Pablo, quien a pesar de no tener otro medio de sustento apostó por la resurrección de su emprendimiento cual Ave Fénix: “No puedo decir que no se me cruzó por la cabeza mudarme porque los primeros días fueron bastante complicados. Pero irme a otro lugar era empezar todo de cero, así que aposté por remarla”, se sinceró.
Los valores inmobiliarios
Desde la Cámara de Empresas Inmobiliarias de Rosario (Cadeiros) y el Colegio de Corredores Inmobiliarios (Cocir) no hubo variaciones en cuanto a los valores de las propiedades ubicadas en la zona de Salta y Oroño.
“Una vez que el barrio volvió a la normalidad los niveles volvieron a estar como antes. Lo que sucedió fue una eventualidad que de ningún modo impacta el precio de los inmuebles”, contó Carlos Rovitti, al frente de Cadeiros.
En tanto, para Javier Grandinetti, al frente de Cocir, “el movimiento se detuvo en un primer momento por el primer impacto emocional, las trabas en cuanto a la movilidad y las operaciones de demolición”, pero aseguró que en la actualidad no se registra “ningún impacto negativo en cuanto al valor o deseo de la gente de vivir en esa zona”.
No obstante, el empresario reveló que sí se observaron algunas variaciones en los contratos de alquiler de aquellas propiedades que, como consecuencia de denuncias de olor a gas, poseen el suministro del servicio cortado. Ello obligó a una renegociación en algunos casos, pero paulatinamente se fue acomodando y normalizando”, afirmó.
Los que se fueron y los que siguen
Sólo unos pocos comerciantes de la zona de Salta al 2100 decidieron cerrar definitivamente las puertas de sus negocios.
La lista la integran una joyería, un gimnasio, una peluquería (todos ellos situados sobre la vereda par) y un quiosco que se hallaba situado al lado del edificio siniestrado.
También está el caso de un minimarket que se mantiene, aunque con otro dueño.
En tanto, entre los que decidieron apostar por la recuperación se encuentra la marquería donde se constató la primera víctima fatal como consecuencia de la explosión
También la pizzería de la esquina de Oroño, una panadería, una dietética y algunos locales de ropa femenina que se suman a los comercios de los entrevistados.