El Stand Up es una estética que carece de todos los recursos de los que habitualmente se vale el teatro, es decir puesta en escena, escenografía, luces, vestuario y efectos varios, y por lo mismo, el género requiere, como dato fundante y excluyente, del talento de su protagonista y de un texto que, más allá de los lugares comunes por los que suele transitar, por lo general asociados a pequeñas tragedias cotidianas que padecen todos los seres humanos, proponga algo que el artista en cuestión logre transitar como propio y conocido, porque de lo contrario puede ser la nada misma.
Exactamente eso es lo que ocurre con el “standupero” español Luis Piedrahita (La Coruña 1977), definitivamente una rara avis dentro del género, que el sábado se presentó por primera vez en la ciudad, en una sala Lavardén literalmente colmada de público, con Dios hizo el mundo en siete días… y se nota, un espectáculo de éxito probado en España por más de una década con el que el artista realiza su primera gira en el país.
Sin fronteras intelectuales aunque con un inusual manejo de la lengua y del significado de las palabras, Piedrahita juega, más allá de la existencia de un texto preestablecido también de su autoría, con el siempre complejo presente del teatro: el aquí y ahora es una clave de su trabajo del mismo modo que la inteligencia y sutileza con la que capitaliza cada detalle de lo que pasa en la sala en favor de su propuesta.
Así, todo puede convivir en el “mundo Piedrahita” por invisible e imperceptible que parezca; desde el banalizado vínculo madre-hijo, con sus arbitrarios y al parecer universales condimentos, hasta el tiempo que lleva hacer una valija, pasando por la reacción que cada uno pueda tener después del indeseado raspón al auto por la intromisión de una “columna fantasma” en el estacionamiento (acaso el momento más desopilante del show).
En reclamo a un Dios que pareciera haber creado el mundo para “alquilarlo” y no para habitarlo, el artista instala su discurso, sin dobles lecturas ni exagerados remilgos intelectuales, en el siempre complejo tránsito del humor blanco: no dice nada incómodo, no hace nada que pueda molestar y, sin embargo, dada esta inusual circunstancia, su propuesta transita momentos de una gran provocación.
Todo es posible a instancias de lo cotidiano, todo es gracioso, pero el artista, que sostiene que es uno de los “peores actores del mundo”, dota a su alter ego, si es que se entiende por tal a alguien que es él mismo pero potenciado en escena, de un incuestionable talento para narrar historias, basándose especialmente en la vocación de de hurgar en los detalles, en ver eso que si bien está, no se nota o no se percibe ni describe.
Del mismo modo, el artista, escritor, director de cine e ilusionista, de gran reconocimiento en España tanto por su labor teatral como televisiva, se corre de la media del Stand Up tradicional y, micrófono en mano, ocupa el espacio escénico y parte de la platea dotado, también, de un incuestionable humor físico con el que acompaña cada uno de los pasajes de su relato, apelando a una empatía con el público que dista bastante de los cánones del género. Podría decirse, incluso, que Piedrahita, mal que le pese, es un gran actor.