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Fayad, biografía casi perfecta del mendocino

Mirada con la serenidad a la que obligan ciertas circunstancias, la trayectoria de Víctor Fayad (muerto el jueves pasado a los 59 años, en Mendoza) puede calificarse como la de una biografía casi perfecta.

Mirada con la serenidad a la que obligan ciertas circunstancias, la trayectoria de Víctor Fayad (muerto el jueves pasado a los 59 años, en Mendoza) puede calificarse como la de una biografía casi perfecta. Logró en vida que se le reconociese como el hombre que transformó una de las principales ciudades de la Argentina, a la que gobernó tres veces y a la que convirtió en modelo de urbanización para muchas otras.

Logró, además, siendo radical, tener poder en su distrito sin que nadie le hiciese sombra, un privilegio para un militante de una formación a la cual el ejercicio del poder le es menos apreciado que la pelea por obtenerlo y mantenerlo. En el país de los fracasos encadenados lo despidieron sus correligionarios de la UCR –que viajaron en masa a Mendoza para acompañar el entierro– y también políticos de otros partidos que confrontaron con él sin suerte en el dominio del poder en esa provincia.

A los 29 años, apadrinado por su tío Felipe Llaver, gobernador de Mendoza, Fayad asumió la intendencia de la capital provincial y sorprendió por la capacidad de este abogado identificado entonces con el storanismo para llevar adelante obras de transformación de una Mendoza con un vecindario exigente, que lo premió en varias oportunidades con el voto como intendente (reasumió el cargo en 2009, en el cual reeligió en 2011) y como diputado nacional.

En esos turnos, demostró que entendía su distrito y que tenía la habilidad para tejer alianzas de poder que sumaban adhesiones de todas las tribus políticas. En 1987, ser intendente ligado al radicalismo gobernante podía ser un paseo. Lograrlo en 2009 tuvo otra exigencia, que superó sumando detrás de sí a todas las tribus del radicalismo, entonces dividido por lo menos en tres líneas contrarias (UCR formal, ARI, lopezmurphismo).

Caminante de cornisas como pocos, Fayad siempre jugó al borde de la militancia como única forma de construir poder en la adversidad. En 1995, agrió su relación con los correligionarios al colgar una candidatura a gobernador a dos boletas presidenciales, la de la UCR (Horacio Massaccesi-Antonio Hernández) y la del Frepaso (José Bordón-Chacho Álvarez), que había arrastrado a muchos radicales a la disidencia.

Perdió esa elección, pero se mantuvo dentro del partido como diputado nacional, con destacada actuación en la Comisión de Energía. Sabía mucho de petróleo, ciencia que aparentan dominar todos los mendocinos, y eso le hizo intentar ser secretario de Energía cuando su partido llegó al poder en 1999; tampoco lo logró.

Ese talento para entender el oficio lo completó Fayad con un estilo personal encantador, seductor se diría, que no reconocía barreras. Lo prueba su amistad fraternal con una de sus contradictoras internas en el partido como Elisa Carrió, todo un desafío a la inteligencia y a los afectos, que nunca se quebró pese a las disidencias. También lo prueba la forma en que arrastró detrás de sí a funcionarios del kirchnerismo, como la propia Cristina de Kirchner o Julio De Vido, que eligieron sostener su gestión a riesgo de que los peronistas de Mendoza montaran en cólera, más que los radicales, que siempre supieron que Fayad era “vitista”, que sabía construir poder para él pero también para el partido. Jugueteó mucho en la relación con sus conmilitones, pero al final siempre se inclinaba hacia ellos.

Le tocó encima hacer política en Mendoza, y honró una escuela que sigue esperando un teórico que explique sus orígenes y su naturaleza, y que ha producido varias generaciones de políticos de todos los partidos, maestros en el estilo florentino de la negociación y la persuasión. Agregó a eso los modos de su cultura familiar, esa capacidad averroísta que tuvieron otros para suspender cuando era necesario el principio de no contradicción –clave del dominio de la cultura de inmigración árabe en muchas provincias argentinas–.

Por si faltasen desafíos, tuvo además que convivir con titanes locales de su partido, a quienes sobrevivió ejerciendo el poder, de la dimensión de un Raúl Baglini (a quien Raúl Alfonsín calificó alguna vez de “genial”) o de los actores contemporáneos como Julio Cobos, Ernesto Sanz o Roberto Iglesias. Confrontó con todos ellos en algún momento, y les ganó.

Lo que logró lo hizo además sin salud. Le tocaron todas: problemas de cadera y columna, enfermedades del corazón con operaciones de alto riesgo. Hace un año anunció que padecía un cáncer, enfermedad que sufrió su mujer, quien murió hace algunos años. Nunca perdió ese ánimo con el que compartía las madrugadas de La Biela con el trío que integraba con Elisa Carrió y Mario Negri, eje de una de las tertulias más recordadas de la noche porteña. Hasta hace pocos días, llamaba a esos amigos para decir que seguía vivo y animarlos con bromas y observaciones agudas. Transmitió hasta el final salud y también alegría; quienes lo trataron conocen en detalle cómo y cuánto gozó lo que le brindaba la vida. No dejó flor sin deshojar; empedró de imperfecciones esta biografía casi perfecta. Muere joven, con poder, y todos lo alaban. Le decían “Viti”.

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