Hay dos grandes disciplinas que tienen el poder de definir, con amplia aceptación social, enfermedades o conductas delictivas: la Medicina y el Derecho. Trazan las rayas entre lo que se tiene por normal y lo que queda afuera de ese cómodo espacio y que, por lo tanto, es objeto de intervenciones correctoras. El problema es cuando esas definiciones que se pretenden racionales o científicas se parecen más a “invenciones”.
Por ejemplo, cuando se decide por votación si la homosexualidad es o no una enfermedad, como efectivamente ocurrió. Elvio Galati, investigador de la Universidad Nacional de Rosario, estudia los avances desmedidos de ambos saberes sobre la vida de las personas, a los que denomina medicalización y juridización.
Hasta 1973, la Asociación de Psiquiatría de los Estados Unidos consideró enfermo a cualquiera que hubiese elegido una sexualidad diferente a la hétero. A muchos niños se les diagnostica un trastorno de conducta, y por ello son carne de consultorio, sólo porque no prestan la atención que se espera de ellos en el aula. Sebastián Arriola fue enviado a tribunales y luego a la cárcel porque entre sus ropas la Policía encontró tres cigarrillos de marihuana (si hubiera sido alcohol, o tabaco, o un medicamento de venta libre, no hubiera quedado atrapado en esas vastas redes burocráticas de penalización).
Casos en los que la Medicina y el Derecho invaden la vida de las personas dibujando barreras entre lo correcto y lo incorrecto. Y no es casual en esas disciplinas, explica Galati: ambas reclaman visiones totalizadoras y de allí derivan su poder para dictaminar, a veces hasta por arbitraria votación, qué conductas o actos son normales, cuáles no. Y así, construyen los justificativos que les permiten operar sobre los “anormales”.
Medicalización y juridización de la vida son los nombres con los que Galati designa estas expansiones profesionales en una investigación que lleva adelante a pulmón, sin la cobertura de becas o subsidios.
“La Medicina justamente apunta a eso, a la normalidad. La medicalización tiene su costado negativo, porque en última instancia considera a todos como iguales, cuando en general no lo son, y tiende a intervenir cuando no debería hacerlo”, señala Galati, doctor en Derecho e integrante del Centro de Investigaciones de Filosofía Jurídica y Filosofía Social de la Facultad de Derecho.
Esta medicalización, señala, acecha a lo largo de toda la vida. Fija incluso hasta su duración, porque pretende diagnosticar y legislar tanto el comienzo como el momento en que puede terminar. “Hay medicalización desde el instante en que la persona se concibe, que comienza a ser tal, hasta la muerte, hasta que deja de ser. Por ejemplo, la pregunta de si la persona es. Esto se dio en el caso de la llamada pastilla del día después, un tema relacionado a la intimidad de la mujer, si decide o no tener hijos, si es junto a una pareja o no. Ahí el Derecho y la Medicina se interponen diciéndole: ‘No, a partir de ahora usted tiene que respetar a alguien que es una persona’, cuando eso está muy debatido en todos los ámbitos de la ciencia, incluso hasta en la teología, porque no siempre la postura de la Iglesia fue que hay persona desde la fecundación del óvulo por el espermatozoide. Hay una fijación con que la concepción es desde la fecundación, cuando en realidad puede serlo desde otros muchos momentos”.
En el otro extremo, el del instante de la muerte, también se entrometen Derecho y Medicina. “El caso de la eutanasia es considerado por la ley como un asesinato más. Debería cuestionarse eso, que es el último acto de la medicalización: cuando la medicina interviene en la muerte, producto de la tecnología médica que atrasa su momento natural, y entonces ella, junto a otros ámbitos, decide cuándo una persona puede morir, puede dejar de ser tal”.
En el medio, ocurre lo mismo. “Hay medicalización de la infancia. Si uno repasa todos los trastornos que se construyen en torno a ella, como los llama por ejemplo el manual de la Asociación Psiquiátrica de EE.UU., encuentra que, en el fondo, lo que hay es algo que el chico quiere expresar pero no puede traducir en palabras, y por eso se mueve, es inquieto, no presta atención, fastidia al docente y a los compañeros. Y la mamá y el maestro lo que quieren es que se quede quieto. Entonces se inserta a ese niño en el circuito médico, lo que genera una estigmatización”. Todos deben comportarse igual, cuando no son iguales ni están en las mismas circunstancias, resume Galati.
Ni las sábanas se salvan de estas intromisiones normalizadoras y sus consecuencias.
“La Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, durante mucho tiempo, debatió si la homosexualidad era o no una enfermedad. Y por votación, así como los astrónomos dijeron en 2006 que Plutón ya no era un planeta, a partir de 1973, por mayoría, dejó de ser una enfermedad para los psiquiatras. Esto es emblemático sobre cómo la arbitrariedad y la voluntad deciden qué es lo normal y qué no lo es, qué es lo aceptable y lo inaceptable”.
Sentencias legitimadas en una supuesta racionalidad científica sobre cuándo se nace, cuándo se muere, con quién relacionarse y… qué consumir: “Está el de Sebastián Arriola, el chico cuyo caso llegó a la Corte Suprema de Justicia, porque le habían encontrado tres cigarrillos de marihuana en el bolsillo, ingresó en trámites con la Policía, varias instancias judiciales. Hay que imaginar toda esa intromisión y dispendio de gastos y recursos del Estado, que podrían destinarse a otra cosa pero apuntan a insertar a una persona en la cárcel. Y más en la cárcel argentina, con todo su abanico: desde el padre Julio Grassi con una reclusión de privilegio, hasta el más desgraciado, que termina contrayendo enfermedades, con condenas extras. Termina odiando a sus semejantes, se generan monstruos”. Al cabo, la profecía autocumplida y autojustificada: tratar como enfermo o delincuente a quienes no lo son suele transformarlo en la etiqueta impuesta.
Todo, además, como resultado de definiciones que se pretenden de racionalidad irrefutable, de lógica y de fundamento científico pero son fruto de relaciones de poder, de decisiones de un momento histórico. “¿Cómo se designa la relación de la persona con la sustancia?, porque uno puede tener una conducta adictiva con la comida o el trabajo, el juego o las drogas. Hay gente que se enferma y, sin embargo, a nadie se le ocurre andar arrestando gente en el City Center, pero sí se mete presas o se manda a centros de rehabilitación a quienes están en contacto con sustancias prohibidas” sin consideración por si el consumo es problemático o no.
Galati aclara que está en la etapa inicial de su investigación sobre el vínculo entre Medicina y Derecho, en la de las preguntas sobre las circunstancias en que estos dos saberes “omnipotentes, interventores” y dictadores de la normalidad se conjugan para medicalizar y juridizar la vida. “No hago investigación médica sino filosofía de la medicina o de la salud, me es más fácil porque es un recorrido también jurídico y social. Recorro documentación de medicina, normas, fallos, artículos de doctrina. Ahí está la picardía del investigador en poder sistematizar de manera original todo ese material disperso”.
Despenalización y cautela
Elvio Galati cuestiona la legislación local sobre drogas, que estigmatiza y criminaliza al consumidor más allá incluso de si es un adicto o no. Pero aclara que tampoco vale la ligereza a la hora de importar modelos: “En Argentina hay que tener especial cuidado, no se puede comparar alegremente la regulación que hay en Holanda con la que podría haber en la Argentina, no son las mismas situaciones, los países europeos tienen más aprendizaje, y aquí juegan otros factores como las carencias y la marginalidad, que fuerzan a las personas a buscar escapes a través de las sustancias”.
La “normalidad”
“Medicalización y juridización tienen en común el hecho de que tanto la Medicina como el Derecho comparten su categoría de disciplinas omnipotentes, son dos grandes saberes interventores sobre la vida humana. Tienen una filosofía que los excede, son dos expresiones de la normalidad. No por casualidad, y sin ánimo de crítica, un candidato hablaba de un país normal, es expresivo de la disciplina en que se formó”, refiere Galati aunque, aclara, sin ánimo de realizar una crítica sobre el esologan de campaña del diputado Hermes Binner, formado en el ámbito de las ciencias médicas.