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La Fusiladora y caída de Perón

El autor recuerda el bombardeo sobre la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, en lo que fue el bautismo de fuego de la aeronáutica y diera lugar al posterior derrocamiento del presidente de la Nación tras renunciar al Ejército.

El 16 de junio de 1955, un grupo de civiles y militares sobrevoló la Plaza de Mayo en un supuesto desfile aéreo que había sido dispuesto por el ministro de Aeronáutica. Lo que se planteó como un acto de desagravio a San Martín y de adhesión a Perón, culminó en un salvaje ataque a la ciudad indefensa, en lo que fue el bautismo de fuego de la aviación naval. Dicho ataque tenía como objetivo abrir camino a una tropa de la infantería de marina, que debía tomar por asalto la casa Rosada y asesinar a Perón. Para ello no vacilaron en bombardear la mismísima Plaza de Mayo al horario de mayor circulación de transeúntes.

El odio irracional de una minoría fue vomitado sobre la ciudad indefensa en una mansalva de bombas y metralla que dejo un saldo de más de 300 muertos y millares de heridos.

La reacción del pueblo fue instantánea. Gran cantidad de trabajadores convergieron hacia la Plaza de Mayo y la CGT y al grito de “Perón” reclamaron armas y ofrecieron su apoyo en la defensa del gobierno constitucional, comprendiendo que sólo había una forma de detener la contrarrevolución: luchando contra ella en las calles.

Hacia las 16 la situación estaba controlada por las fuerzas leales del Ejército, pero este fracasado intento subversivo de elementos de la Marina sería la señal de que el conflicto entre el gobierno y la oposición estaba en su punto más álgido y que ya no había retorno.

No obstante ello y con la sangre aún caliente de los millares de víctimas, Perón llamaría esa misma tarde a la “convivencia democrática” y “la consolidación nacional”.

Hasta finales de agosto el mapa político será el mismo: Perón invitando a la oposición a la conciliación y pacificación del país, y ésta rechazándola con más conspiración, sabotaje y atentados, viendo en el mensaje de Perón un signo de debilidad y cobardía.

En ese escenario, el 31 de agosto, Perón ofrece al Partido y a la CGT su renuncia a la presidencia como último acto de reconciliación nacional ya que “la oposición condicionaría su actitud a mi retiro del gobierno”. Las respuestas de la CGT y del Partido son contundentes: se rechaza categóricamente la dimisión de Perón y aquella dispone un paro general con movilización invitando al pueblo a concentrarse en Plaza de Mayo, y en todas las plazas de las respectivas ciudades y pueblos del interior.

Se producirá entonces el famoso discurso de Perón del 5 x 1, que nunca se llevará a la práctica y no evitará la caída del gobierno constitucional.

Dos semanas después, en la madrugada del 16 de septiembre, Lonardi subleva la Escuela de Artillería de la ciudad de Córdoba, conjuntamente con otras guarniciones del interior y el Litoral. Si bien el golpe triunfará, no será por el accionar de los focos subversivos que imaginó Lonardi, pues para el día 20, un día después de que Perón girara su ofrecimiento de renuncia al ministro Lucero, la situación de Córdoba, foco central de la sublevación, estaba prácticamente controlada por las fuerzas militares leales al gobierno.

Pero la negativa de Perón a la lucha, la frágil lealtad de los cuerpos castrenses hacia él y el deseo de evitar la abierta confrontación con el pueblo en las calles y armado, contra una profunda decisión de los sublevados de llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias, llevaron a la caída del gobierno peronista.

Contrariando su duro discurso del 31 de agosto, Perón sin mostrar actitud de lucha y cediendo a la presión cursó el ofrecimiento de su renuncia. Pero esta vez no al Partido Peronista y a la CGT, quienes eran verdaderamente leales a él, sino al Ejército. De esta manera planteaba lo que era una lucha civil entre oligarquía y pueblo en una lucha entre distintas facciones del Ejército, creyendo él también, que la disyuntiva era Perón si-Perón no, cuando en realidad se estaba representando la lucha entre dos proyectos diferentes de Nación.

El ministro Lucero recibió el ofrecimiento de Perón como un hierro caliente y enseguida se deshizo de él formando una Junta Militar con la misión de llevar adelante las tratativas de pacificación, y se invitó a los comandos subversivos a concurrir al Ministerio del Ejército a fin de iniciar dichas tratativas. Pero los sublevados no estaban dispuestos a cesar en su lucha hasta que Perón renunciara, y así se lo hicieron saber a Lucero.

De esta manera Lonardi colocaba a la Junta en un callejón sin salida: su misión no era hacerse cargo del gobierno, sino llevar adelante las tratativas de negociaciones en nombre del gobierno constitucional, pero para ello los líderes rebeldes exigían la renuncia del presidente. Quedaban dos caminos: o la Junta devolvía la pelota al gobierno declarándose incapacitada de llevar adelante las negociaciones o interpretaba el ofrecimiento de Perón como una auténtica renuncia y se hacían cargo del gobierno.

Pero claro, la Junta Militar no era ni el Partido ni la CGT; los militares no estaban dispuestos a sostener la lucha, ni a ceder el protagonismo al pueblo. Increíblemente, con la sublevación controlada por las fuerzas militares leales y con todo el pueblo en la calle apoyando al gobierno, el 20 de septiembre el general Lonardi, como jefe de la Revolución Libertadora y por decreto Nº 1 asume el gobierno de la Nación. Comenzaba una de las páginas más tristes de nuestra historia: la persecución, represión, asesinato y tortura para con los trabajadores no se hizo esperar…

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