“Nos cargamos al viejo. Ahora sí podemos hacer la política económica que siempre quisimos implementar y que este gobierno se merece”. El joven dirigente de La Cámpora hablaba así el miércoles por la tarde con el alto funcionario del Ministerio de Economía, festejando la salida del gobierno de Juan Carlos Fábrega. Fue a las 17.15, cuando ambos hablaron telefónicamente al confirmar que Cristina de Kirchner finalmente había aceptado la renuncia del ex presidente del Banco Nación. Minutos después, hubo cierta desazón en el equipo que maneja Axel Kicillof: ni el actual secretario de Finanzas, Pablo López, que ya había sido director del BCRA en 2013, ni Germán David Feldman, el hombre que el ministro de Economía había designado en el directorio de la entidad para que sea los ojos y la conciencia de la política monetaria que se piensa en el Palacio de Hacienda. Igual, Kicillof quedó tranquilo con la noticia de que sería Alejandro Vanoli el que llegaría al sillón de Fábrega: el ex titular de la Comisión Nacional de Valores (CNV) se puso a su disposición hace ya algunos meses, y trabajó directamente, codo a codo, los últimos tiempos cerca de la visión estratégica del ministro de Economía. Obviamente, lejos de la de Fábrega sobre cómo enfrentar y salir de la crisis.
Ahora, aseguran en Hacienda, no habrá freno para que Kicillof pueda aplicar los mecanismos en los que cree y confía para salir de la crisis, ya sin trabas ni “palos en la rueda” desde el edificio de la calle Reconquista.
Lo que desde el Ministerio de Economía se entiende por poner hacia delante en práctica es simple y claro, y generó una interna insalvable desde noviembre de 2013 (cuando el ministro asumió con Fábrega) hasta este miércoles.
Tipo de cambio
Para Kicillof y su equipo, la devaluación del 19 por ciento del 22 y 23 de enero pasado fue un error, en todo sentido. “Una decisión espantosa”, consideró hace poco el propio ministro ante colaboradores directos. Para Economía, la forma de enfrentar la crisis de comienzo de año, como la actual, es con más controles y mayor profundidad de penas sobre los que operan en los mercados alternativos, como el “contado con liqui” o el dólar Bolsa; y, fundamentalmente, en el blue. Para Kicillof, aquella devaluación abrió luego la especulación permanente de otras medidas similares, y derivó, por ejemplo, en que los sojeros decidieran no vender sus stocks a la espera de nuevas caídas en el valor del peso. Según el equipo de Kicillof, las circunstancias actuales derivarían casi inevitablemente en una nueva crisis con Fábrega.
Ahora, el desafío del ministro es que el mercado confíe en que no habrá devaluaciones en el horizonte, y que el sueño de un dólar a 9,45 pesos promedio (según dicta el proyecto de Presupuesto 2015) es posible.
Tasas de interés
Era el punto que más separaba ideológicamente a Fábrega de Kicillof. Según la visión de Economía, subir los tipos de interés para absorber pesos y evitar así que éstos si dirigieran hacia el dólar o a acelerar el consumo (y en consecuencia la inflación) significaba todo lo que el ex profesor de la UBA combatía en su visión de la política monetaria. Kicillof afirma a quien quiera escucharlo que el gran error del gobierno fue aceptar aumentar las tasas de interés en momentos en los que la economía real comenzaba a cerrar un comienzo de año recesivo. Fábrega, de la vieja escuela de la universidad de la calle financiera, cerró el 23 de enero pasado el círculo de contención del alza del blue subiendo los intereses hasta el 27 por ciento anual, lo que para el ministro potenció la caída de la actividad e impuso un corsé a cualquier intento de recuperación futura.
Inflación
Para Fábrega, el alza de los precios actual es fruto, en gran parte, de la expansión monetaria y la falta de anuncios sobre la contención del déficit fiscal. Kicillof piensa diametralmente diferente. Según el ministro, la principal causa de la inflación es la puja por los ingresos del público, debido a una disputa entre los grandes empresarios y corporaciones que buscan quedarse con la mayor parte de la renta generada en los últimos años, y el trabajador y asalariado sobre el que debe caer ese dinero. Los primeros aumentarían los precios para quedarse con una parte mayor a la de los costos reales justificados, mientras que los segundos deben recibir un mayor nivel de ingreso para sostener el consumo interno.
Contactos con banqueros
Desde julio pasado, era el tema que más enfrentaba a Kicillof y Fábrega. El ministro le reprochaba al titular del Central falta de compromiso en la persecución de los operadores del sistema cambiario y bursátil para combatir el alza del dólar blue y de las compras de acciones y títulos públicos para realizar maniobras de “contado con liqui”.
Según el Palacio de Hacienda, las acciones “golpistas” desde algunos bancos y entidades financieras eran evidentes, y no tenían las embestidas necesarias desde el Central para que fuesen sancionadas severamente. Creía el ministro ver en esta actitud del BCRA demasiada comprensión, fruto, quizá, de los muchos años (más de 30) en los que Fábrega trabajó dentro del sistema financiero.
“La mejor manera de terminar con estas bicicletas financieras especulativas es con gente que no esté contaminada”, aseguraba hace unos días un alto colaborador del equipo de Kicillof. Se le reprochaba a Fábrega mucha “cercanía” con los tradicionales banqueros, a los que, para Economía, hay que tratar con más mano dura.