Los principales referentes del Frente Progresista irán mañana a la Casa de Gobierno para cerrar filas con el gobernador Antonio Bonfatti. Será el primer gesto de unidad en mucho tiempo de una coalición que a veces funciona bien y a veces funciona como la mona. Lo ocurrido durante las últimas semanas, con el gobierno provincial bajo fuego, es una clara muestra de lo que está pasando: todos en el Frente se entretienen especulando sobre listas de candidatos a cualquier cargo y en la mesa de café reparten el poder que dan por descontado que retendrán por otros cuatro años, mientras desde la Casa Gris, como en el partido de fútbol del barrio, el gobernador Antonio Bonfatti y su ministro de Gobierno Rubén Galassi ven venirse a los del equipo contrario y a los gritos empiezan a pedir a sus compañeros que bajen a defender, que no se puede ganar si todos juegan de delanteros.
La movida prevista para mañana busca suplir ese déficit, muy notorio en las últimas semanas en las que la agenda del gobierno se vio superada por una serie de acusaciones apuntadas a la línea de flotación del socialismo en particular y del Frente en general.
El socialismo demostró capacidad para maniobrar en tormentas peliagudas, pero hay una en especial que lo incomoda: cuando ponen en tela de juicio la honestidad y transparencia de sus funcionarios. Esa es su línea de flotación, es como hincar el corazón mismo de su vínculo con el electorado. Vínculo que, más allá de los errores o aciertos de gestión, le permite en momentos críticos como los que vivió esta semana, recordar que “en 24 años de gobierno municipal y 8 provincial no hay funcionarios judiciales bajo proceso en la Justicia”. Una carta que marca diferencias con los otros partidos.
Escaso de trinchera
“No nos queda más que responder y esperar que la gente nos crea como lo hizo siempre”, repite el gobernador Antonio Bonfatti.
Estos días en su portafolio cargó una pila de documentos relacionados al presunto robo de mellizos de Zavalla, a la denuncia de la ONG La Alameda que presentó a Sunchales ante el país como la capital nacional del delito, a las escuchas telefónicas entre dos presos (uno ex policía), entre otros, que sacó y guardó todas las veces que fue necesario para respaldar sus argumentos.
¿Es posible que estén dejando solo a un gobernador con el nivel de imagen positiva que tiene Antonio Bonfatti? A juzgar por ese portafolios pareciera que sí. De lo contrario es incomprensible que sea él quien tiene que andar explicando y llevando documentación a un canal nacional sobre el caso de los mellizos. Más aún, es llamativo que el gobierno esté a la defensiva en un caso donde no está involucrado ningún funcionario ni área de gobierno, y que sean el propio mandatario y su ministro de Gobierno quienes tengan que contrarrestar la lluvia de misiles.
Ese caso de los mellizos tiene un trámite judicial desconcertante, que va de un extremo a otro. En la causa no hay ni el más mínimo enlace lógico que involucre a Dante Binner.
Sin embargo la mención del obstetra de 80 años le dio una dimensión política al caso que al gobierno provincial le cuesta trabajo contrarrestar. Y eso a pesar de que las conmocionantes denuncias públicas de la monja de Corrientes, ahora sumergida en el silencio, nunca fueron volcadas a la causa. La victoria de quienes buscan pegar al gobierno al caso es que lograron instalar en el debate público un estado de cosas que está bastante divorciada de la investigación judicial.
La Justicia está haciendo lo que tiene que hacer, que es seguir investigando todas las hipótesis posibles. Sus resultados se guían por la obtención de pruebas. El gobierno, por el contrario, fue arrastrado en contra de su voluntad a un terreno donde no hay verdades comprobables sino relativas. Ni la monja ni La Alameda le pudieron aportar a los fiscales datos de otros casos que respalden sus denuncias de tráfico de chicos en Santa Fe, pero el gobierno siente que el “daño ya está hecho”.
Campañas y peleas políticas
El gobierno denuncia una campaña de difamación y operaciones para vincularlo al narcotráfico y ensuciar a sus dirigentes. El viernes Bonfatti apuntó sin nombrarlos a los diputados del Movimiento Evita cuando habló de “mercenarios de la política” y los acusó de armar operaciones en Buenos Aires, en referencia al artículo aparecido el domingo pasado en Página 12. El Movimiento Evita se dio por aludido y respondió, esta vez con un comunicado público y de frente. Si algo incomoda a cualquier gobierno es que lo cuestionen desde otro registro. En este caso se trata de una mujer que dice que le robaron hijos, la monja Pelloni, una ONG dedicada a “causas humanitarias” y abogados de narcos y policías corruptos sin nada que perder que disparan contra todo y todos.
Ninguno de ellos es un adversario político constituido como tal, lo cual imposibilita discutir de igual a igual.
Dos casos
Como hombres y mujeres experimentados en la cocina de la política, en el gobierno provincial y el Frente Progresista saben que no alcanza con denunciar campañas de difamación o alegar (muchas veces con razón) que los adversarios se dedican a hacer operaciones políticas y de prensa en las sombras. Que operaciones hay, las hay. Pero también es cierto que hay hechos concretos que requieren ser explicados y argumentados.
Vamos al caso del ex jefe de Policía Hugo Tognoli. Su detención en 2012 se disparó horas después de que la exigiera un diario porteño. Pero eso no quita que efectivamente había un requerimiento judicial para apresarlo que dormía hacía tiempo en los tribunales federales de Rosario. El próximo 11 de noviembre se inicia el primero de los juicios contra Tognoli, el que instruyó el juez Miño en la capital provincial. Quienes leyeron la acusación aseguran que los hechos allí descriptos demuestran una impunidad brutal.
Pues bien, ese juicio y el otro que se realizará en Rosario, quizás en 2015, es previsible que sean utilizados por la oposición como insumo electoral. Como lo será el caso Boudou para los opositores en el orden nacional, salvando las distancias entre elegir a un jefe de Policía y un vicepresidente.
La contratara del caso Tognolli son las acusaciones contra el ex secretario de Seguridad Pública Marcos Escajadillo. Tras la caída de Tognolli, sectores de la oposición inundaron de rumores a la prensa local y foránea que agitaban la sospecha de connivencia entre mandos políticos y los hechos de corrupción por los que se va a juzgar al ex jefe de la fuerza. Sin que nadie lo dijera por sí, era un hecho que Escajadillo era el recaudador político de las cajas negras de la Policía y que un viaje a su Perú natal no fue para despedirse de un familiar que agonizaba sino para arreglar una operación de tráfico. La aparición de los videos que demostraban que todo era inminente, cuestión de días, horas.
También en esa oportunidad se disparó una minicrisis cuando una agencia porteña puso en formato de noticia esos rumores. Y sin embargo nunca hubo denuncia judicial ni apareció ningún video.
Ambos casos demuestran lo fangoso del terreno a transitar. Una constelación de grupos justicialistas desarticulada, desperdigada, sin un eje vertebrador en la acción política y el discurso, promete una guerra de guerrillas sobre el liderazgo del Frente Progresista. De hecho, una de las versiones que más corrió esta semana en ámbitos oficiales, se jura que de muy buena fuente, es que un dirigente santafesino tenía preparada una campaña para empapelar las carteleras con fotos de Binner y Tognolli después de que la Justicia fijó la fecha del juicio al policía.
Replantear la defensa
La foto de mañana, con la presencia de referentes de todo el Frente Progresista en Casa de Gobierno, será efectiva en la medida que, más allá de las legítimas diferencias internas y aspiraciones sectoriales, desemboque en una estrategia para recuperar la agenda, devolver al primer plano los activos de la gestión y entornar al gobernador, que no por estar impedido de ser reelecto dejará de ser figura gravitante en las elecciones. La carrera a las urnas está en marcha. No alcanza con publicitar actos de gobierno, gacetillas y cortes de cintas. Los que están enfrente también juegan, fuerzan yerros y aprovechan los errores no forzados. Tras el desgaste de las últimas semanas parece hora de que el oficialismo rearme su defensa y revise su estrategia para ganar el partido.