Juan Matías Loiseau, conocido como “Tute”, es humorista, dibujante y realizador audiovisual. Desde 1999 publica en el diario La Nación y también en algunos medios extranjeros. Tute es el creador de Batu, personaje de la tira que ha saltado a los libros, que fueron publicados en distintos países.
Tute estará nuevamente en Rosario para presentar su novela gráfica “Dios, el hombre, el amor y dos o tres cosas más”, este viernes a las 19, en el Centro Cultural Ross, Córdoba 1347. El autor estará acompañado por el humorista Decur y el periodista local Marcelo Tapia.
Ubicado entre los más destacados humoristas gráficos e hijo del recordado Caloi, contó con Quino para un prólogo de su primera novela. Es un detalle menor que el creador de Mafalda se haya tomado un año para escribirlo, lo importante es el elogio que hizo de su obra, al punto de que llamarlo “Maestro”.
“Tute es para mí, sin duda alguna, el mejor dibujante de humor gráfico argentino surgido en los últimos años. La originalidad de sus ideas, el lenguaje de sus personajes, que va con natural fluidez de lo culto a lo popular según haga falta, su refinado sentido del humor, los atrapantes silencios que sabe crear entre cuadro y cuadro, hacen que, a mi entender, ya merezca el título de Maestro a su temprana edad”, escribió Quino.
En diálogo con El Ciudadano, el humorista confesó que sólo pudo dedicarse a la novela en exclusiva durante un mes, y después debió alternar con su personaje Batu que publica todos los días en el diario y en la Revista dominical del diario para el que trabaja: “Me vi obligado a hacer las dos cosas, por lo que tuve que leer muy bien los personajes y meterme en la novela”.
—¿Cómo se define a la novela gráfica?
—Para decirlo brevemente, es una historieta de largo aliento, que puede tener distintos formatos. “Dios, el hombre, el amor y dos o tres cosas más” es bastante atípica, porque no es clásica en el sentido de desarrollar una misma historia, no es lineal básicamente por el modo en que fue escrita y dibujada, porque la hice como suelo hacer las páginas dominicales en La Nación Revista, que es sin boceto previo, sin un caminito prefijado, sino que se va construyendo a medida que se van volcando sobre las páginas.
—¿Por esa manera de escribir y dibujar fue necesario volver atrás cuando la trama lo pedía?
—Sí, claro, la novela tiene muy poca edición, tiene mi lápiz previo y mi historia previa; arranqué con un tipito que iba caminando y apostaba que algo le iba a pasar a él y a mí. Yo sabía que era un libro cuadrado, de 300 páginas, que era lo que me había autoimpuesto de manera muy libre, confiando plenamente en el inconciente y en la libre asociación de ideas, que la historia y los personajes fueran surgiendo. Pero es una novela gráfica atípica porque es de situaciones de microrrelatos encadenados, con muchísimos personajes e historias, como si uno asistiera a momentos de muchos personajes relacionados con la pareja, la soledad, la amistad, con Dios.
—Dios es un triángulo con un ojo que irradia una luz y es quien abre la novela.
—Bueno, esa parte sí es el resultado de una edición, porque a Dios me lo encontré en el primer tercio del libro y me gustó que apareciera… decidí ponerlo en el inicio y que quedara balanceado. Es un Dios medio atorrantón, con errores, medio humano, calentón. Ahí se nota también la diferencia con los libros anteriores que eran recopilatorios de publicaciones. Al ser una novela me dí gustos como cuando Dios decreta seis días de oscuridad, que se reflejan en seis páginas en negro.
—El libro tiene un registro con gran ritmo, a medida que pasan las páginas el lector queda envuelto en su trama y sus tiempos.
—Es un libro absolutamente caprichoso, donde están todos mis temas preferidos, mis obsesiones y maneras de abordar esos temas. Donde me aburría algún registro, ponía otro, y en él conviven todos los tipos de registros que me gustan: hay humor blanco, humor negro y humor escatológico. Hasta un perro mal hablado. En fin, digamos que me divertí mucho haciendo esta improvisación dibujada.
—Decías que es una novela caprichosa. ¿Esto tiene que ver con el diseño, la libertad de los márgenes y del formato en que se presentan las páginas?
—Sí, porque decido dibujar hasta el borde, sin una caja (que es como dibujo siempre cuando estoy bocetando), me daba la impresión de que iba a ser más libre y más entretenido. Hay tachones, hay múltiples tonos, de humor absurdo, por momentos más lírico o poético, hay blanco y negro y también color. Esto fue muy simple, cuando comenzaba a aburrirme o el material me pedía algo, se lo daba. Si se ponía demasiado farragoso en cuanto a globos o textos me inclinaba hacia algo más sintético, con silencios; o si había demasiado blanco y negro, me pedía color el material y yo ponía una doble página a color. Y también si sentía que le faltaba poesía, ponía una suerte de poema ilustrado, así que es un libro muy variopinto y dinámico.
—Como la “lengua larga” que cruza las páginas…
—Bueno, es otro gusto que me di, porque siempre trabajé en formatos breves, en cuadros, como dibujamos para las páginas de los domingos, y cuando sabés que podes hacer algo que atravesara cinco o seis páginas, te parece buenísimo, confieso que nunca lo había hecho, y en la novela no me lo reprimí.
—Quino te presenta con un elogio y te nombra “Maestro”. Esa dedicatoria viene de alguien destacado de la cultura argentina, pero también muy próximo a tu entorno familiar. Quino junto a tu padre, Caloi, y a Roberto Fontanarrosa forman la trilogía de la historieta argentina. Sin dudas, vos te criaste con ‘sangre de tinta, cómo dicen algunos.
—Quino para mí es como un maestro, si bien lo conocía, no es tan cercano. Digamos que no era el tipo que venía todos los fines de semana a casa cuando yo era chico, como sí lo era Fontanarrosa, que era una especie de tío postizo y lo sentí siempre muy cerca.
—¿Podés reconocer algo de ellos en tu dibujo?
—Absolutamente. De todos ellos tengo algo, pero mi viejo fue mi primer maestro, en casa. Nunca me dijo cómo tenía que dibujar o qué tenía que hacer, pero desde muy chiquito vi cómo era el proceso de pergeñar humor, cómo era realmente este oficio, desde el principio de la creación de la idea. Cuando lo veía a mi viejo sentado en el escritorio pensando, después bocetando y pasando a tinta. Después lo acompañaba a llevar esa tira que hacía al diario, y al otro día lo veía publicado. Yo conocía muy de cerca todo el proceso.
—En un promocional del libro Sendra cuenta que Caloi entregaba Clementes dibujados por Tute. ¿Es verdad?
—En la escuela le pedían a mi viejo dibujos con dedicatorias y él estaba harto, se olvidaba de hacerlos, entonces yo, que los dibujaba bastante bien, terminaba haciéndolos y mis compañeros no se daban cuenta.
—¿Seguís dibujando a “Clemente”?
—El otro día hice uno. Fui a la escuela de mis hijos y estaban viendo a Mafalda, Batu, Clemente y otros personajes de historieta y alguno me pidió un Clemente. Lo hice, sólo que yo hago un modelo viejo, un modelo ochentoso. Los personajes van mutando, cambiando quizás sutilmente, pero si uno mira un personaje de hace veinte años, del primero al último hay un cambio.
—¿Hay algo de Caloi que reconozcas en tus viñetas?
—A esta altura, más que el trazo lo reconozco en una intención poética que creo aprendí de él. Esto de utilizar la poesía como una herramienta más para el humor. Y del Negro Fontanarrosa y de Quino tengo muchas cosas también, aunque uno va encontrando su estilo, sus temas y sus obsesiones y poco a poco se empieza a diferenciar de sus maestros, pero sin dudas que todavía tengo muchas cosas de ellos tres que son los que más me influenciaron.
—¿Dibujás con lápiz?
—El libro está hecho directamente con marcador sobre papel, que es como hago las páginas dominicales, sin lápiz previo. Donde sí dibujo con lápiz es en las tiras que salen todos los días en el diario.
—Además del dibujo, otras de tus pasiones es la música. ¿En qué estado se encuentra entre tus actividades?
—Ahora estoy haciendo algunas cosas mientras espero el momento para sacar un disco con canciones que estoy trabajando. Yo hice uno con Hernán Lucero y ahora estoy componiendo en otros géneros, algunas en colaboración con otras personas, donde yo pongo letra y ellos las músicas. Creo que me voy a animar con melodías propias, para lo que voy a invitar a algunos amigos para cantarlas, porque si bien tengo un vozarrón, no es para cantar.