Cuando hablamos del tranvía inmediatamente nos viene a la memoria otra denominación, la de tramway, que muchos creen que es su nombre en inglés. No confundamos: el tramway (de tram, riel plano; y way, vía) fue su antecesor, un coche tirado por caballos que se desplazaba sobre vías férreas. El tranvía era la versión moderna, en la que se había reemplazado la tracción a sangre por la electricidad.
El primer servicio de tramways en Rosario fue instalado por Alfredo de Arteaga y unía la actual plaza López con la zona del puerto. Entre otros empresarios que habían presentado proyectos para la instalación de ese sistema de transporte se encontraba José Hernández, autor del Martín Fierro, que por entonces residía en esta ciudad, en la calle Buenos Aires número 52, luego 280 y 880 en la actualidad.
El servicio de tramways funcionó durante casi cuarenta años (entre 1872 y 1908) acompañando el crecimiento de la ciudad. Fue el empresario norteamericano Rodrigo M. Ross, más conocido como Mister Ross, quien impulsó su progreso llevando el tramway a zonas alejadas del centro, extendiéndose por el norte hasta el pueblo Alberdi, por el sur hasta el barrio Saladillo y por el oeste hasta el pueblo Eloy Palacios, luego barrio Vila y hoy barrio Belgrano.
Cada coche era tirado por dos caballos, conducidos por un cochero; un mayoral era el encargado de vender los boletos. Y era acompañado por un cuarteador de a caballo para ayudar en los tramos en que el camino era ascendente. Estos coches hacían su recorrido de ida y vuelta por la misma vía, de modo que cuando llegaban al final de su recorrido había que desenganchar los caballos y atarlos nuevamente del lado opuesto para que pudieran regresar. Al llegar a las esquinas, el cochero debía hacer sonar una corneta para advertir a los otros coches y a los peatones, para evitar accidentes.
La mala educación de los cocheros y mayorales, la mala alimentación y el maltrato a los animales, la lentitud y la suciedad de los coches, entre otras, fueron las causas de la desaparición de este sistema.
Decía el diario El Municipio, en enero de 1900: “Los caballos que tiran de los carruajes no eran caballos, sino sombras casi incorpóreas, especies de arenques secos, descuajeringados, cansados del trabajo y más dispuestos a tenderse cómodamente sobre las aguzadas piedras de la calle que a tirar del coche, que no pocas veces necesitan del auxilio de los changadores de las esquinas para seguir su camino”.
El mismo diario publica para esa fecha una carta de lectores referida al maltrato que recibían las pobres bestias que tiraban de los tramways: “Esta noche, a las nueve, en la calle Entre Ríos esquina Jujuy, he tenido la oportunidad de presenciar, conjuntamente con otras personas, un hecho por demás inhumano cometido con un pobre caballo del tramway Ciudad del Rosario. Habiéndose caído de cansancio y de hambre, uno de los que arrastran un coche de la empresa, en vista de no poder conseguir que se levantara, a pesar de los latigazos y golpes que le daban sus verdugos, fue atado de las patas traseras y arrastrado a la cincha más de una cuadra dejando al pobre animal en estado deplorable”.
Así, el antiguo sistema de transporte cedió su lugar, en nombre del progreso, al moderno “tranvía eléctrico”.
El nuevo medio de transporte hizo su viaje inaugural el 31 de octubre de 1906 a las 15.
Los coches partieron desde la calle Aduana (hoy Maipú) entre Córdoba y Santa Fe, siguiendo por bulevar Argentino (hoy avenida Pellegrini) y La Plata (hoy avenida Ovidio Lagos) para llegar a la usina ubicada en ésta última y calle Montevideo, donde se realizaron los festejos correspondientes. Al día siguiente se inauguró el servicio público.
Los primeros tranvías eran de origen belga, a los que se sumaron años más tarde otros de origen inglés. Los había de diferente capacidad: para 32 y 40 pasajeros.
El pasaje costaba 10 centavos dentro de la ciudad, 15 centavos hasta los barrios Alberdi, Vila (hoy Belgrano) y Saladillo, y 5 centavos para los obreros en horarios especiales. El tranvía no era más veloz que el viejo tramway; la velocidad permitida era de 12 kilómetros por hora en el centro y de 20 kilómetros por hora en las afueras de la ciudad.
Con el nuevo transporte otros personajes aparecen en escena: el “motorman” reemplaza al viejo cochero y el “guarda” al mayoral. Superados los temores iniciales el nuevo sistema de transportes tuvo gran aceptación por parte del público; la cantidad de pasajeros que hizo uso del mismo duplicó las expectativas, de modo que en el período de mayor auge resultaba difícil tomar un tranvía porque siempre venía abarrotado de gente.
Las vías cruzaban la ciudad en todas direcciones. Era tal la profusión de cables, entre los de teléfonos, telégrafos, tranvías y alumbrado eléctrico, que llevó al doctor Juan Álvarez a escribir en una nota, titulada “Las cosas que ensucian nuestro cielo”, que “lo que necesitamos es un intendente que se le anime al plumero y arremeta contra la telaraña”, haciendo referencia a que en otras ciudades los tranvías no utilizaban cables aéreos.
Dificultades económicas, falta de mantenimiento de las vías, conflictos laborales y huelgas condujeron al tranvía a su desaparición, nuevamente en nombre del progreso, para dar paso a nuevos medios de transporte, como el colectivo y el trolebús, ambos vigentes en la actualidad. Así, el 12 de febrero de 1963 partieron del Palacio Municipal los coches 278 y 287 de las líneas 6 y 1, doblaron por Santa Fe, luego tomaron por Laprida hasta avenida Pellegrini, y por ésta hasta Ovidio Lagos, y entraron al galpón de la Empresa de Transportes Rosario, del cual habían salido en su viaje inaugural 57 años antes. Una multitud los despedía entre gritos y lágrimas.