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Rosario juega en la primera división de la ciencia mundial

“Hicimos pesar la necesidad de protección intelectual del conocimiento que generamos en Argentina”, dijo el científico.

El pasado martes se inauguró, en el Centro Universitario Rosario, el laboratorio Max Plank de Biología Estructural Química y Biofísica Molecular de Rosario. Con él se instala el centro de excelencia internacional de microscopía Nikon, uno de los siete que esta firma tiene en el mundo.

Se trata de darle más dimensión y alcance a un trabajo de investigación que repara en el estudio estructural y funcional de las proteínas. A través de este conocimiento y de la inclusión de tecnología de Resonancia Magnética Nuclear, se puede avanzar en el estudio y diseño de fármacos para enfermedades neurodegenerativas.

El responsable de este laboratorio, Claudio Fernández, es un científico formado en el país con doctorado en Göttingen, Alemania, quien junto a otro grupo del IBR logró instalar el primer resonador y producir estudios cuyas publicaciones permitieron hacer estos avances.

Al laboratorio inaugurado esta semana se le ha incorporado una novedosa tecnología en microscopía. “Hemos adquirido dos microscopios de última generación: uno con focal y otro de florescencia, que están equipados con una cámara que nos permite tener imágenes de microscopía en el interior de células vivas, con las que podremos hacer búsquedas automatizadas de los efectos de los fármacos en las células. Vamos a poder analizar rápidamente cientos de fármacos y, después, con los seleccionados, pasar a la Resonancia Nuclear Magnética para llegar a las moléculas que mejor eficiencia demuestren”, afirma Fernández.

El profesional se explaya sobre las posibilidades que estas nuevas tecnologías pueden aportar a la síntesis de sustancias para diseñar medicamentos. “A partir de nuestro conocimiento se van a generar «quimiotecas», en las que se calificarán compuestos que vamos a ensayar en fases preclínicas; es decir, en laboratorio y animales, y en función de los resultados auguramos que puedan pasar a fases clínicas, es decir, en humanos. Éste es un proyecto multidisciplinario que implica grupos de investigación en el área de biología, de la biofísica y de la química”, explica Fernández.

Pese a la importancia de la instalación de este laboratorio modelo, no es lo único que entusiasma a su director, quien adelanta que “el año que viene van a venir cuatro estudiantes alemanes de los institutos Max Plank de Göttingen a realizar su estudio doctoral en nuestro laboratorio, ya que vamos a ofrecer un doctorado internacional, producto de un convenio que sellaron la Universidad de Rosario con la Universidad de Göttingen”.

Göttingen es la ciudad donde está uno de los instituto Max Plank, donde se formó Claudio Fernández, y hoy ha pasado a ser un socio de este laboratorio que se acaba de inaugurar.

La ciudad de Göttingen cuenta con 47 Premios Nobel con una población de 120.000 personas, lo que da un galardón por cada 3.000 habitantes. Uno de ellos, Stephan Hell, quien accedió al Nobel de Química este año, “y que será uno de los profesores de este doctorado internacional y nos va a venir a dar un curso en 2015 si su agenda lo permite; de lo contrario será en 2016”, agrega Fernández.

Claudio Fernández destaca que el vínculo, matriz de esta unión, no es unidireccional sino que es simétrico. De todos modos, hubo muchos intentos para relocalizar el laboratorio en Alemania. “Pero hicimos pesar nuestra necesidad de protección intelectual del conocimiento que generamos en Argentina y pudimos convencer a los alemanes de que este laboratorio se instalara en Argentina”, enfatiza.

Lo que Rosario ha conseguido tiene un origen: “Todo comenzó con el descubrimiento de un compuesto para enfermedades neurodegenerativas que hicimos en 2009. Se trataba de un compuesto que estaba en fase clínica y que se desconocía su mecanismo de acción. Seguimos el proceso de investigación con científicos alemanes, con quienes publicamos el trabajo en la revista Proceeding, de la Academia Nacional de Estados Unidos. Luego seguimos trabajando sobre el tema y la semana pasada se aprobó la publicación en Nature, la segunda revista en importancia del mundo.

“Trabajamos en cooperación con científicos alemanes desde ese conocimiento que se generó en Argentina”, concluye Claudio Fernández.

El largo camino recorrido desde el abandono al Centro Científico Tecnológico

Entre las décadas del 60 y 70, el Conicet, creado por Bernardo Houssay en los años 50, decide separar su actividad de la Universidad por considerarla un lugar hostil; en ese período se van creando institutos para la investigación científica. En Rosario por esa época estaban instalados el Instituto de Física Rosario (Ifir) y el Instituto de Química Rosario (Iquir).

A propósito de la existencia de estos institutos, se crean en el país los llamados Centros Regionales del Conicet. Uno en Mendoza, otro en Bahía Blanca y en Santa Fe, el de Rosario, que era el Cerider cuyo director fue un ministro de Educación de Jorge Rafael Videla.

Cuando regresa la democracia, el Cerider quedó abandonado. Las nuevas autoridades heredaban cinco esqueletos de hormigón y un solo instituto funcionando. El resto del predio estancado y en estado de abandono. Esta situación se mantuvo hasta 1999, cuando el Conicet decidió cerrar el Centro de Rosario y devolver el predio a la Universidad.

Para ese entonces funcionaban en Rosario seis institutos del Conicet en plena actividad, entre los que estaban el Ifir, el Iquir, el Irice, el Cefobi y el IBR. Ante la decisión de la Nación de levantar el centro del Conicet Rosario, se reunieron los seis directores de los institutos y al evaluar la situación, decidieron presentar un proyecto para recuperarlo.

Elevaron el mismo al vicepresidente de asuntos científicos del Conicet, el doctor Tirado de Córdoba, quien fue muy receptivo.

El país estaba entrando a la crisis económica de 2001 y les manifestaron que no habría recursos para las obras. El proyecto giraba alrededor de un campus científico tecnológico. Rosario contaba con recursos humanos capacitados. En el caso de la biotecnología había grupos consolidados de recursos humanos altamente capacitados pese a que la región no contaba con empresas biotecnológicas; mientras que en el área de la comunicación el ámbito académico era débil y la región contaba con una buena cantidad de empresas funcionando. Paradójicamente, la región contaba con el Nodo Tecnológico Rosario, “cluster” de casi un centenar de pymes vinculadas a las tecnologías de la comunicación.

Desde allí se proyectó reconstruir el Centro Científico Tecnológico apoyado en estos dos pilares, los que desarrollados podrían brindar servicios a las empresas de la región.

Y en la articulación del sector público con el privado. Con el proyecto conformado, el Conicet a partir de 2003 comenzó a enviar subsidios para terminar uno de los edificios.

Se estableció que fuera el IBR, que fue inaugurado en diciembre de 2011.

Una de las ideas era incorporar al sector privado. Se tomó contacto con Bioceres, en la Bolsa de Comercio, empresa que estaba interesada en construir Indear, una empresa de biotecnología para al agro, la que finalmente se instaló en el CCT a partir de 2010. Con lo cual se lograba articular el desarrollo de la ciencia con quienes tienen la necesidad de absorber esos conocimientos para desarrollar productos de innovación para la región, el país y el mundo.

Otro convenio fue el que se logró a partir de un acuerdo con la Universidad de Marsella, Francia, y hoy ya está habilitado el edificio del Centro Internacional Franco Argentino de Ciencias de la Información y de Sistemas (Cifasis). Y hace pocos meses se inauguró el edificio del Instituto de Física Rosario (Ifir).

De este modo, y con mucho esfuerzo, Rosario pudo cumplir con su propuesta de hacer de ese predio abandonado un Centro Científico Tecnológico.

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