El derrotero de una mujer multiplicada, facetada, partida, estallada. La misma en muchas, y al mismo tiempo, una sola, enajenada y vestida de riguroso negro. Actriz, dramaturga y directora, Mónica Cabrera realiza desde la semana pasada su primera temporada en Rosario con su elogiado unipersonal Arrabalera, mujeres que trabajan, con el que esta noche, a las 21.30, y los restantes viernes del mes, se presenta en el marco del ciclo “Un verano fresquito”, que tiene lugar en el teatro municipal La Comedia (Mitre y Ricardone).
“Estar en Rosario es como estar en otro país, con otro lenguaje; los rosarinos tienen algo al hablar que son como los españoles, o los mexicanos. Y no es el «ruido» al hablar, sino que son las palabras y las formas de armar esas palabras, y los modos de vincularse. Es una ciudad donde la gente, conmigo, es muy gentil y muy agradable”, dice Cabrera, atenta y feliz ante la entrega de un público que la valora y la aplaude de pie como ocurrió el viernes último en la función estreno de un espectáculo que surge de muchos cruces; el primero, el del título de dos films de la época de oro del cine nacional: Arrabalera es una película con Tita Merello y Mujeres que trabajan es otra película, con Niní Marshall y las mellizas Legrand.
Arrabalera, mujeres que trabajan es una propuesta teatral-musical en la que la actriz repasa momentos clave de la historia política argentina a través de estereotipos de las mujeres del tango, y lo hace a través de una potente mezcla de humor y denuncia, con pasajes verdaderamente antológicos, al tiempo que, sabiamente, ni juzga ni redime a ninguno de sus personajes. Se trata de una propuesta en la que la actriz despliega un histrionismo inusual a través de mujeres que tienen en común el hecho de ser sobrevivientes en un mundo dominado por hombres, en el que Cabrera se carga siete personajes que intentan demostrar que la denominada “cultura del trabajo”, muchas veces, puede volverse un hecho anacrónico y hasta violento. Esta obra completa la trilogía que componen Las lágrimas negras de Santita Monjardín y El Club de las Bataclanas, ambas estrenadas en el porteño Centro Cultural Recoleta.
Con libro, dirección y actuación de Mónica Cabrera, dirección de arte de Laura Sánchez, diseño de iluminación de Miguel Solowej, edición de sonido de Gabriel Lucena y asistencia de dirección de Sofía Herrera, la actriz se pone en el cuerpo a Chichita trabajadora del sanitario; Chabela la limpia, Marucha dietóloga, Chola de la agencia, Ceci sex trabajadora sexual, Mecha literata y Pochi de cobranzas, al tiempo que mixtura su performance con versiones de los tangos “Niebla del Riachuelo”, “Grisel”, “Mano a mano”, “El que atrasó el reloj”, “Cristal”, “De buena fe” y “Arrabalera”, que canta en vivo y que hacen las veces de separadores.
Ganadora del Premio Konex a la Labor Unipersonal de la Década, entre muchos otros reconocimientos, Cabrera, que en los últimos años ha desplegado una interesante carrera televisiva (Tratame bien, Malparida, Somos familia y este año estará en la tira Esperanza mía), encuentra en el teatro el soporte que mejor la representa, donde puede desplegar, como lo ha hecho, por ejemplo, desde la primera edición del Festival de Rafaela hasta la fecha, una coherencia ideológica que es la misma tanto arriba como abajo del escenario.
—¿Qué tiene “Arrabalera” para marcar vigencia; cuál es la tensión que genera el espectáculo para que se vuelva tan empático con el público?
—Es raro lo que pasa con este espectáculo porque lo hice en el 2001. Por entonces, dirigía una escuela de teatro en Merlo y después de nueve años no me renovaron el contrato y me quedé en la calle. Pensé qué podía hacer y me puse a vender comida en la calle, y le daba de comer a la gente del Museo de Bellas Artes, al Centro Cultural Recoleta y al Palais de Glace. Y al mismo tiempo, por las tardes, en el Recoleta, ensayaba Arrabalera. Y como el anterior unipersonal, El Club de las Bataclanas, tenía mucha puesta y cambios, este lo hice como el gran René Lavand: de la nada, simple como el pan, como lo que él hacía, todo a la vista, con una sola mano, y diciéndote: “Más lento no se puede”.
—Algo que en sí mismo se volvía todo un desafío…
—Claro, porque yo ya había hecho un unipersonal y volver con otro se revelaba como todo un desafío porque era un momento en el que al unipersonal se lo veía como algo berreta, era como “eso que hacían los actores que no tenían trabajo en televisión, porque los productores no lo llamaban”; uno tenía la sensación de que a los unipersonales, que no los querían ni en los festivales, para el afuera eran como una “rascada”, y por lo tanto tenía que superar todo eso. Entonces es un espectáculo sin utilería, apenas con algunas cosas, un vestido negro, mínimos elementos y la clave estaba en René Lavand: por eso ahora intento producir una magia en la que no se puedan ver los trucos, y tenía que ser una cosa de verdad.
—¿Y qué pensás que rescató el público de ese procedimiento y de sus resultados?
—La verdad es que no lo sé, pero me lo pregunto siempre; miro los videos y digo: “Qué gran estafa es esto, con esa gorda monótona saltando toda sudada…, algún marido que le pase un cheque, ¡por favor!, alguien que la ayude, que la pobre señora se va a infartar en el escenario. Que haga una dieta; me pregunto por qué no va a un médico que la ayude si la comida es una adicción, como todo” (risas). De verdad, es un espectáculo sin chistes, porque no sé hacerlos, como tampoco un remate o un gag. Es como un quantum que es gracioso en sí mismo, pero es un espectáculo en el que todo el tiempo se está hablando de la muerte, del fracaso, de lo imposible; la verdad es que este espectáculo, para mí, es un gran misterio, porque a pesar de todo eso la gente se ríe mucho.
—Quizás alguna de las claves de este espectáculo esté en que ni redimís ni juzgás a los personajes.
—Puede ser, pero yo no tengo opinión sobre estos personajes. Lo genial es que en notas y sobre todo en críticas me he enterado de cosas acerca del espectáculo que yo no sabía, porque los periodistas suelen ver cosas que yo no veo, llegan a algunas conclusiones que yo no llego ni imagino. Cada uno ve algo en los personajes y muchos ven cosas muy distintas e incluso hasta pueden llegar a cambiar de opinión acerca de ellos.
—¿A partir de qué universo se arman esos siete personajes?
—Arrabalera arma un universo que es el universo de este país y de lo que nos pasó desde la década del 40 hasta acá; los ministros de economía, las propagandas en la radio, y me centré en un universo sonoro que sigue el recorrido de la obra y que es, precisamente, el de la radio, porque antes que nada mi universo es la literatura, luego la radio, después el cine, y finalmente el teatro, ya de grande. Y en mi mundo armo un libro y después imagino cómo se oye ese libro en la radio y en el medio hay propagandas, goles, discursos, cosas que nos pasaron y cómo la política y la economía se meten en nuestras vidas. Y no es solamente la intimidad de cada uno sino que lo macro se mete en nuestras vidas y nos puede llegar a matar, incluso, hasta de tristeza. La historia de la economía de este país es una impronta en todos nosotros y los tangos tienen que ver con una estética, con la voz de Buenos Aires. Mis personajes son mujeres que padecen cosas: obsesiones, temores o se hicieron violentas para sobrevivir; todo lo que les pasa les pasa atravesando este país y el tango es el marco estético justo para el recorrido.
—Tus personajes parecieran renegar siempre de cierta misoginia instalada en la sociedad, y el más claro ejemplo es el de la presidenta de la Nación, que tiene que soportar agravios y violencia de género, incluso, de muchas mujeres ¿A qué atribuís ese machismo insoslayable?
—Es un tema complejo. En general veo poca televisión, pero he visto últimamente cosas muy raras, veneno por vía endovenosa, odio, cosas de mucha perversión, gente muy enferma, sin retorno. Creo que hay un grupo que está siendo tocado en sus intereses que va a ponernos a todos una bomba y si nos tienen que matar lo van a hacer porque no aguantan más. Son asesinos, gente sin ética. Y la presidenta es una gran estadista, con una inteligencia superior, una gran facilidad de palabra, con lo mejor de la mujer por esa capacidad de estar en siete cosas a la vez, y está en su esplendor, y la votó el 54 por ciento de la gente. Y si no te gusta, tenés que esperar a las elecciones. Pero no: algunos quieren que su mandato se termine ahora, por eso digo que son el colmo del odio y del resentimiento, algo que va mucho más allá de la misoginia.