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Reflexiones

Los gappers, la raza de trotamundos del siglo XXI

Para ellos es una especie de pasantía en la adultez, que les requiere voluntad. Los oficios son duros y, según en qué sector, muy sacrificados, tanto en horarios como en las remuneraciones. Así debieron limpiar baños en Estados Unidos, recolectar kiwis o destripar pescados en Nueva Zelanda.


Son las siete de la mañana. Con una palmada Bernardo Carignano (31) apaga el despertador. Pronto se da una ducha y desayuna a lo grande: huevos, cereales y café. El tiempo es tirano y por la ventana del hostel observa la camioneta que lo trasladará a la granja: hoy lo espera otra dura jornada de recolección de kiwis. Atrás quedaron los años de estudio y su trabajo como ingeniero en Telecomunicaciones en Córdoba, su provincia natal. ¿Una locura? No si se considera que el campo en cuestión estaba nada menos que en Te Puke, Nueva Zelanda. Pero la aventura de Bernardo no es única. En los últimos años aumentó la tendencia de jóvenes recién egresados de la universidad y profesionales que deciden poner un alto a su carrera para volcarse a trabajos precarios en el extranjero, un ticket de ida a la vuelta al mundo. Bienvenidos a bordo.

Esta camada de trotamundos denominados gappers (tiene su origen la palabra inglesa gap: vacío) se divide en dos ramas. Están los independientes, que elijen su destino a dedo, y quienes con anticipación se postulan a empleos a través de agencias de viajes, en programas denominados Work and Travel o Work and Holiday.

Hasta hace apenas unos años esta última oportunidad estaba limitada a rajatabla a estudiantes de grado de hasta 25 años, pero una serie de convenios entre la Argentina y los países de destino abrieron la puerta a interesados de mayor edad.

Hoy existen numerosas empresas que se dedican a ofrecer esta clase oportunidades, pero el mercado local se concentra en Tije, Weusa, Asatej, Welcome Abroad y Startravel.

El paquete que ofrecen ronda los 3.000 dólares y cubre los aéreos, el seguro médico, asesoramiento legal y la visa. Una vez que los viajeros culminan el período laboral, utilizan las ganancias para iniciar una travesía.

En búsqueda de un cambio contundente, son muchos los que decidieron “armar las mochilas” y partir. Las motivaciones que los llevan a este vuelco difieren entre sus protagonistas, pero tienen un común denominador: una experiencia de vida distinta, una ruptura de la rutina y un enriquecimiento personal que al parecer sólo se adquiere a miles de kilómetros de sus hogares.

El tiempo y el lugar de destino son relativos, aunque la mayoría se extiende hasta un año. En el caso argentino es cada vez más común ver a jóvenes que se van a Australia y Nueva Zelanda, trabajan ahí por un tiempo, perfeccionan su inglés, ahorran dinero y luego parten a recorrer el sudeste asiático.

Aun así, la ocasión tiene el sabor amargo de la despedida. Dar el portazo a una vida de comodidades no es fácil. “Muchas personas se preocupaban por el trabajo, pero para mí es mucho más difícil dejar los afectos. A todos ellos, mi familia, mi novia y mis amigos.

Pero no fue tan grave, cuando regresé ahí estaban, esperándome”, relató Guillermo Enríquez (32), administrador de empresas y un eterno trotamundos que ya recorrió gran parte de Asia, África y América latina.

También recuerda cuando dejó su puesto por primera vez, cerca de los 27 años. “En ese entonces sentía que había comenzado bien, que en la empresa donde estaba iba a hacer carrera, pero sabía que no me conformaría con una vida de oficina. No por lo menos en ese momento”, explicó. Diversos empleos acompañaron su aventura: “Repartí correos, fui mozo y ayudante de peluquería por menos de dos dólares la hora. Todas las monedas ayudan para extender el viaje”, afirma entre risas.

Para ellos es una especie de pasantía en la adultez, que les requiere voluntad. Los oficios son duros y, según en qué sector, muy sacrificados, tanto en horarios como en las remuneraciones. Así debieron limpiar baños en Estados Unidos, recolectar kiwis o destripar pescados en Nueva Zelanda.

Aunque hay excepciones, como las de Martín Zalucki (30), diseñador gráfico. Luego de intentar conseguir trabajo sin éxito en Barcelona y antes de que caducara su visa como turista, decidió emprender un viaje por varios países de Europa. Fue a su arribo a Ámsterdam cuando tuvo un golpe de suerte. “Recién llegado caminaba por la calle principal cuando en un local leo un cartel escrito en inglés que necesitaban un empleado. Entré inmediatamente”, cuenta. La tienda “estaba dividida en sectores, había desde un sex shop hasta pipas para fumar marihuana”, explica sobre la que fue su “oficina” durante cinco meses.

Tras un suspiro y pausa mediante, Martín cuenta los motivos que lo llevaron a irse de su casa y dejar su puesto en una agencia de publicidad. “Básicamente querés conocer lo que ves en la televisión y en las revistas desde chico. Hay un mundo ahí: vamos a verlo”, dice inquieto. “La rutina me tenía agobiado, estaba todo el día haciendo lo mismo, tenía ganas de irme”, sentencia.

Coincide con él Giselle Calíbrese (31), licenciada en Comunicación Social y una gapper experimentada. En su curriculum ya cuenta con tres viajes al extranjero, dos a Estados Unidos de al menos cuatro meses de duración, y el último de un año que repartió entre Nueva Zelanda y Asia. “Este tipo de viajes te abre la mente, te cambia desde adentro, se sale del cuadrado en el que estamos todos los días”, razona la periodista, y motivos tiene de sobra. Sólo en 2009 recorrió siete países: Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam, Indonesia, Singapur y Malasia.

Mientras el fenómeno crece a nivel mundial y ya abarca a adultos de todas las edades, las empresas deben adaptarse a la “fuga” de sus empleados. Tanto en Europa como Estados Unidos, las compañías aplican ciertos programas de retención que les permiten a sus asalariados ausentarse por largos períodos de tiempo sin goce de sueldo. Incluso en Argentina, IBM posee un esquema de licencias personales que le permiten al profesional faltar entre tres y 24 meses con la ventaja de que al regreso su cargo estará intacto. Guillermo de deshace en risas cuando recuerda el momento que le dio la noticia a su jefe. Sin tapujos le preguntó: “¿Quiere que le traiga un regalito de Marruecos?”.

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