La figura del general Manuel Belgrano suele monopolizar el recuerdo y la conmemoración del 27 de Febrero, aniversario de la creación de la bandera nacional, izada por primera vez ese día de 1812 a orillas del río Paraná, en el por entonces humilde caserío que luego se convertiría en la ciudad de Rosario.
Tal recuerdo, de por sí merecidísimo en lo que a Belgrano refiere, suele eclipsar un hecho no menos importante. El izamiento del pabellón que desde entonces nos distingue frente a los pueblos del mundo no fue un hecho sólo castrense, ejecutado puertas adentro de un cuartel.
Pese a la exigua población de la Rosario de aquel año, el dato demográfico no impide afirmar que Belgrano contó, en el paso de indudable contenido político de atizar el fuego revolucionario independentista que estaba a punto de realizar, con un decidido apoyo y fervor popular. No debe olvidarse que la Junta surgida de los sucesos de mayo de 1810 gobernaba en nombre del rey de España. De manera que, levantar dos baterías militares cuyos nombres serán Libertad e Independencia, sumado al simbolismo que encierra izar una bandera propia, no podría pasar desapercibido. De ese pueblo genérico que fue protagonista del hecho nos quedan, sin embargo, escasos registros que personalicen con nombre y apellido a cada uno de los presentes.
Entre quienes acompañaban a Belgrano desde su salida rumbo al Norte figuraba Celedonio Escalada, militar que habiendo nacido en España se había plegado al bando americanista al estallar la Revolución de Mayo. Ya en Rosario, el mismo día de su arribo, el 15 de febrero, Belgrano lo nombró comandante del destacamento militar del Pago de los Arroyos. A su cargo estarían las dos baterías que el Triunvirato le ordenó levantar en ambas márgenes del río. Escalada participó del izamiento de la bandera y tuvo una destacada actuación un año más tarde, cuando intentó detener, aunque en vano, el avance de una escuadra realista. Las naves enemigas pasaron por Rosario el 30 de enero de 1813. Pese al fuego que abrió sobre ellas, al no poder detener su avance, el comandante partió con su regimiento rumbo a San Lorenzo, a colaborar con el general José de San Martín y tomando el camino entre ambas poblaciones en paralelo a la ribera derecha del río (por el mismo lugar donde actualmente se encuentra el paso bajo nivel que lleva su nombre) pudo alertar a tiempo al Libertador sobre la proximidad del enemigo.
El papel del cura Navarro
Otro de los personajes de aquella histórica jornada fue el cura párroco de la Villa del Rosario, Julián Navarro, quien por pedido de Belgrano bendijo la bandera nacional, poniéndola bajo la protección de Dios, hecho significativo y que habla a las claras de que la versión revolucionaria del creador de la enseña se alejaba del volterianismo cultivado por Moreno, Monteagudo y otros.
El padre Navarro asistiría a los moribundos y heridos tras el Combate de San Lorenzo y su entrega y arrojo en el desempeño de su labor de asistencia espiritual impresionó de tal forma al Libertador que éste le solicitó que fuera uno de los capellanes del Ejército de los Andes. Cruzó la Cordillera y estuvo en Chacabuco y Maipú, radicándose definitivamente en Santiago de Chile, donde llegó a ser director del Seminario Mayor de esa ciudad, en la que finalmente murió en 1854.
Durante los días que permaneció en Rosario, Belgrano se alojó en la casa del abogado Vicente Anastasio Echevarría. Fue allí, es de suponer que en las típicas tertulias que en la época eran el modo más común de sociabilizar, y mucho más en las tórridas tardes del verano rosarino, que el prócer conoció a la hermana de su anfitrión, María Catalina Echevarría, dama que tendría el honor de ser quien confeccionó con sus propias manos la primera bandera de la Patria. Luego de 1812, se establecería con su familia en la ciudad de San Lorenzo, lugar donde murió en 1866, encontrándose sus restos sepultados en la iglesia del Convento de San Carlos de esa ciudad.
Maciel, el abanderado
¿Quién fue el encargado de izar la enseña azul y blanca en ocasión tan solemne? El joven santafesino Cosme Maciel fue, por orden de Belgrano, el primer abanderado cuando a las 18.30 del 27 de febrero de 1812, ante la mirada contenida del vecindario y la tropa formada, con gargantas anudadas y los ojos enrojecidos presenciaron por primera vez la bandera bordada por María Catalina.
Vida de aventurero sería la de Maciel. Con el correr de los años protagonizó la revolución de 1815 que proclamó la autonomía santafesina respecto de Buenos Aires.
En 1824, participó de una fallida revolución para derrocar al gobernador, don Estanislao López. Se dice que éste lo visitó en la cárcel y le ofreció “exilio o fusilamiento”. Al parecer, Don Cosme eligió aprovechar la oferta del Patriarca de la Federación. La vida lo llevaría a radicarse en Buenos Aires, más precisamente en la desembocadura del Riachuelo, en lo que en la actualidad es la ciudad de Avellaneda. Allí instaló su residencia y se dedicó a la construcción y reparación de naves, su eterna pasión. El lugar pasó a ser denominado por los vecinos Isla Maciel, como aún se lo llama, pese a no ser más una isla desde hace más de un siglo.
Cuestiones organizativas del año escolar hicieron que el Día de la Bandera se festejara cada 20 de junio, en homenaje a su creador en el aniversario de su muerte. No obstante, en estas tierras que fueron testigo de aquel acto de arrojo y coraje protagonizado por todo un pueblo, sigue viva en la memoria colectiva cada 27 de febrero de 1812.