En las últimas semanas se instalaron en los medios de comunicación nuevas situaciones de violencia que tuvieron como lugar de desarrollo las escuelas y los alumnos. En esta oportunidad, viejas rencillas entre colegios privados derivaron en una guerra de pintadas durante el fin de semana largo de Semana Santa y un encuentro abortado de pelea entre alumnos de dos colegios. El duelo había sido planificado y calentado a través de las redes sociales, lo que derivó en que un grupo de más de una veintena de jóvenes se hiciera presente en la institución para alentar una pelea entre dos alumnos.
Nada es nuevo bajo el sol, ni las agresiones entre estudiantes de distintas escuelas, ni su convocatoria mediante redes sociales, ni su organización en grupo. Todo es previsible y forma parte de una violencia social que se instala en las escuelas como escenario de conflicto. La violencia es multicausal, por eso debe ser abordada desde su complejidad.
La escuela y sus integrantes son una parte en la complicada trama causal, que debe ser complementada con la presencia de otros profesionales formados en la prevención y resolución de conflictos.
Conocer el aula
El psicólogo Norberto Boggino sostiene que “para comprender y plantear cualquier estrategia preventiva o propuesta de resolución de escenas de violencia en el aula hay que conocer los procesos estructurales que impactan y atraviesan las instituciones educativas y el modo en que es percibido por los actores; aún cuando la resolución de los procesos estructurales escape a las posibilidades de los directivos y docentes”.
No obstante ello, la violencia es más que la escuela y es importante dejarlo en claro para que no sean las instituciones y sus docentes los que carguen con la resolución de problemáticas que los trascienden. La psicóloga Ana Quiroga sostiene: “El mundo está sometido en su totalidad a una frustración del hombre en su posibilidad de realizarse. La violencia puede ser definida como una reacción colectiva ocasionada por la acumulación de frustraciones de individuos que, en un momento dado, por identificarse en un mismo conflicto, adquieren una pertenencia”.
El otro dato significativo de los hechos de violencia de estas semanas es la organización en grupos mediatizadas por las redes sociales; en este caso, cerca de una veintena de alumnos se convocó mediante Twitter para darle cobertura a la agresión. Las autoridades del colegio “agredido” sostuvieron que “las redes mantienen vivo el conflicto, lo que lo hace ingobernable”. No es la primera vez que las redes se transforman en herramientas para la convocatoria masiva de jóvenes que tienen como objetivo un acto violento. Las acciones de estos grupos, conscientes o no, constituyen la versión digital de la vieja pandilla, y hasta podríamos definirla con la misma lógica.
Ana Quiroga sostiene que “la pandilla es una organización que apunta a un objetivo: resolver la situación de inseguridad, de falta de identidad y pertenencia que se ha convertido en un universo de nuestra cultura. Un grupo de adolescentes inseguros forma un conjunto con caracteres operacionales que, a través de un juego de roles asumidos y adjudicados, y luego de elegir un líder, planifican tareas que toman las características de una conducta hostil.”
Acuerdos de convivencia
En el marco de la conflictividad escolar, algunas instituciones han elaborado proyectos de “acuerdos de convivencia” con la intención de bajar la agresión en los colegios y sumar voluntades para tratar de entender la importancia de convivir en paz dentro de las escuelas. Estos acuerdos son sostenidos por equipos interdisciplinarios integrados por psicólogos, abogados, docentes, padres y alumnos.
En 2012 el Concejo Municipal de Rosario aprobó una norma sobre prevención y tratamiento de la violencia y el acoso escolar, que depende de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, que aún no ha sido puesto en práctica. La ordenanza propone abordar esta problemática con un programa de mediación permanente y resolución alternativa de conflictos, que aproveche los recursos en personal que tiene el Estado municipal.
Según datos de Unesco nuestro país figura entre los primeros en la lista de violencia escolar de la región; según este informe Argentina se encuentra a la cabeza de casos de insultos, amenazas y violencia física entre compañeros de colegio. Por su parte el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas dio a conocer el primer estudio a nivel nacional en base a dos niveles de enseñanza: secundaria y primaria. En este estudio, 34,5 por ciento de 3er año de secundaria y 38,8 por ciento de 9º de primaria, señalaron haber sido agredidos de forma física en sus escuela. Otro estudio de corte nacional dirigido a estudiantes de secundaria de colegios públicos sostuvo que el 52,9 por ciento de los estudiantes señalaron haber sido víctimas de hostigamiento y 16,9 por ciento víctimas de golpes y amenazas.
Los resultados de la violencia no son gratuitos. Sostiene el proyecto: “En los problemas de violencia y acoso escolar se han evidenciado consecuencias en el ajuste y adaptación socio emocional de las víctimas y victimarios. Por un lado, los niños, niñas y adolescentes que son víctimas suelen sufrir de problemas como ansiedad, depresión, baja autoestima, tendencia a consumir drogas, trastornos psicosomáticos, negación hacia el colegio y las relaciones sociales, ideas suicidas y hasta suicidios reales; mientras que los agresores pueden transformase en agresores crónicos y, a la larga, generar un desajuste social grave”.
En este contexto, la pregunta que se impone es qué función cumple la escuela como expresión cultural y social de una comunidad y si, en este marco, debe ser la que resuelva problemas complejos independientemente de su instancia curricular. Graciela Frigerio sostiene que “más allá de desajustes y obstáculos, la escuela es portadora de un mandato social que debe actualizar en una dinámica de cambio constante para dar respuestas a las diversas exigencias que platea el cuerpo social(…) El nudo de la tarea es la recuperación para la escuela de las prácticas de enseñanza y aprendizaje que cumpla con su función social y distribuya saberes socialmente significativos.”
Abrir la escuela a la comunidad
Pero, aun así, es fundamental educar en valores y normas de carácter ético que rigen la vinculación entre las personas, para contribuir a los procesos de internalización de lo que es legal para una comunidad en un momento determinado. Para cumplir con esta misión, sostiene el psicólogo Horacio Tabares: “La escuela debe abrirse a la comunidad estableciendo redes y relaciones con todas las instituciones. Para que la escuela se transforme en un laboratorio de aprendizajes (científicos, sociales, éticos, corporales y emocionales) debe apelar al cuerpo social para que reconstruya los controles societarios”.
No es una tarea sencilla para la escuela generar estos ámbitos de encuentro y hasta podría decirse que excede el campo de formación profesional de los docentes. Las instituciones han cargado en los últimos tiempos con una cantidad de tareas que la trascienden. El hecho de haberse constituido en expresión cultural del cuerpo social ha complejizado su tarea al punto de tener que responder a múltiples demandas. No obstante ello, hay algo que la escuela puede realizar en la formación general de los adolescentes y es “seleccionar en la trama curricular aquellos saberes pertinentes y necesarios para que niño y el adolescente actual puedan estar en condiciones de situarse y funcionar en un mundo conflictivo y cambiante”. Si se logra garantizar este tópico, se hará ganado buena parte de la lucha contra la violencia.