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Libros para conocer y crecer, a la vista y al alcance de la mano

El Instituto Fisherton de Educación Integral, en otra de sus innovaciones pedagógicas, sacó la biblioteca al patio.

Ahí está, flotando. Es una nave a punto de zarpar o también en pleno viaje, y por qué no atracando junto a un muelle. Una embarcación con forma de biblioteca, donde todos son pasajeros de un viaje imaginario. Sus tripulantes son niños del jardín, chicos de la primaria y adolescentes secundarios prestos a subirse a la lectura que los llevará al lugar que ellos quieran. Dentro de la biblioteca hay más de nueve mil volúmenes clasificados que los chicos buscan con avidez. Su piso flotante y el ronroneo de sus acondicionadores de aire hacen verosímil este barco que puso proa al saber.

El viejo roble, estoico testigo de miles de recreos y rayuelas, cela con su sombra a su nuevo amigo, lo mismo que al tranvía que está enfrente y parece abandonado, pero al que los chicos trepan y vuelven a hacer rodar por adoquines imaginarios. Como una jugada del destino, desde algún lugar mágico, Osvaldo Soriano, amante de los gatos, envió uno para el día de la inauguración. Llegó para quedarse y hoy Fausto, como lo llaman, ronronea al pie del ingreso y su pelaje se camufla con el color de la madera. En este barco no hay peligros –cada libro es un salvavidas– y en cubierta otros niños dibujan, juegan a las cartas o simplemente conversan.

La biblioteca al patio

La necesidad fue el disparador. Más de noventa alumnos inscriptos para comenzar el primer año de la secundaria, con sólo dos salones, obligaba a cnstruir un tercero. “¿Por qué no usar la biblioteca como aula y buscar un nuevo lugar para la biblioteca?”, se preguntó entonces Fernanda Fignoni, a cargo de la Mutual del Instituto Fisherton de Educación Integral, que en los últimos tres años saltó de tener 900 alumnos a los casi 1.200 de hoy. A partir de esa idea, el sentido de pertenencia de la comunidad educativa llevó a padres y docentes a elegir el centro del patio para montar el proyecto, ejecutado por el arquitecto Diego Formica (recuadro) y bautizado Bibliofei.

La fundadora de “la Integral”, Silvana Méndez, que este año cumple apenas 90 años, y su compinche, Amanda Pacotti, siguen el legado de las hermanas Olga y Leticia Cossettini.

Cuando se inauguró la biblioteca se sumaron al trencito junto a los integrantes de AJI (Asociación de Jubilados de la Integral) con juguetes y risas.

Fignoni traza el perfil de esta escuela modelo que ya tiene más de medio siglo de vida:
“La idea del mutualismo está presente incluso hasta en la currícula cuando les hablamos a los chicos de economía solidaria. También, respetamos los íconos de la Integral como lo son el tranvía y el roble, que junto a esta nueva biblioteca, tienen que ver con lo simbólico, ligados a la creatividad, la vida y el movimiento”.

Junto a Fignoni se suman los bibliotecarios Raquel Garrone y Sebastián Reynoso, que desbordan entusiasmo y agregan que “cada nivel educativo propuso un don para la biblioteca. El jardín propuso el don de la palabra, y así contamos con la biblioteca parlante: contamos cuentos durante los recreos y los puede leer el que quiera, un chico, un papá o un docente. La primaria propuso el don de los sueños –en un arcón hay dos botellones de vidrio donde los chicos escribieron sus deseos– y la secundaria propuso el don del movimiento, dice Garrone.

Reynoso también comenta que “se actúan los cuentos. Los adolescentes se ponen de acuerdo con un texto y se teatraliza. Todos intervienen, decorando el patio, con el maquillaje, en el montaje del escenario. Incluso, mucha veces dejamos el final abierto para que los chicos vengan en busca del texto para saber cómo termina”.

Una idea sobre educar

Fignoni subraya los objetivos académicos de la escuela: “Los alumnos que pasan por la Integral van desde los 2 años hasta los 17. Queremos que sean personas que puedan apostar a descubrir qué quieren, cuál es su deseo, su creatividad, su producción. No es la idea del alumno correcto, prolijo, educado, sino, por el contrario, pensarlo en la lógica del desorden, no caótico, pero con el acompañamiento de toda la comunidad educativa.

La inversión que hicimos en la biblioteca fue un acto loco: apostamos fuerte al libro y a generar un espacio de vinculación con ellos. Aún cuando no se sea lector, el hecho de transitar, verlos, olerlos, hacer esa apuesta, en plena era tecnológica, es un acto revolucionario”.

La idea del movimiento y el desorden tiene que ver con interrogarse permanentemente sobre por qué uno hace lo que hace.

Los bibliotecarios dijeron que desde el mes de junio “una ex docente vendrá a dar un taller literario para los alumnos de la secundaria, rompiendo con el prejuicio de que para escribir uno tiene que ser un buen lector, y trabajando para que ellos puedan encontrarse con su propia escritura”.

“Otro taller es para docentes, donde se discute por qué elegimos un cuento determinado para darles a los chicos”, concluyeron.

“Para navegar en un mar de preguntas”

“Soy un hijo adoptado por la escuela Integral. Mi esposa es ex alumna y no dudé en sumarme a la idea”, dice el arquitecto Diego Formica responsable de levantar la Bibliofei, a la que define como una estructura de metálica recubierta con panales de contrachapado de cien metros cuadrados.

“El verdadero trabajo de un arquitecto es diseñar espacios capaces de convocar las tareas de los usuarios, y en este caso es casi una juguetería. Está vinculado a lo lúdico que el Integral defiende. Los libros están puestos para que se vean desde afuera, a la mano de todos. Que puedan entrar sin pedir permiso”.

Formica la describe como “una nave para moverse en un mar de preguntas” y se refiere a la política educativa que implantaron Silvana Méndez y “estas mujeres cultoras del perfil bajo, generosas y contenedoras, que nos pasan el trapo a cualquiera y que desde chico te enseñan a tener tu propia ética”.

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