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Temor ante los exámenes

Dudas y fobias ponen en jaque a los alumnos ante una mesa examinadora. Educadores y psicólogos explican una situación que provoca bloqueos, ansiedad, dolores corporales y en algunos casos, hasta el abandono de los estudios.

La mayoría de los estudiantes están atravesando en estos meses instancia de exámenes –trimestrales, parciales, etc–. En este contexto, aparecen las dudas y temores que toda evaluación trae aparejada. Muchas veces, estos miedos se transforman en verdaderas “fobias a los exámenes” que pueden manifestarse mediante bloqueos, ansiedad, temblores, dolores corporales y situaciones, que en sus expresiones más extremas, hasta pueden llegar a ocasionar el abandono prematuro de los estudios.

Esta sintomatología puede expresarse también frente a situaciones de exposición pública, como la participación en clases o el temor a colaborar con algún concepto que pueda ser considerado por el docente como “inapropiado”. La fobia a los exámenes, sostiene el director del Centro de Ansiedad Social, licenciado Guillermo del Valle, “esta íntimamente relacionada con la social y se activa ante la inminencia de un examen final, es focalizada, y se agudiza cuando es de forma oral. Las personalidades más propensas son las introvertidas, exigentes y obsesivas”.

El temor frente a un examen es normal en su justa medida, el problema es cuando se transforma en un síntoma severo. Los especialistas sostienen que este problema puede formar parte de una patología de ansiedad social o depresiva, aunque muchas veces, es un trastorno en el aprendizaje. En este marco, la problemática puede no ser detectada como una dificultad psicológica, sino como una consecuencia de la falta de estudio, lo que generalmente, termina derivando en una consulta a profesores particulares.

Si bien muchos profesionales sostienen que la timidez es parte del problema, el doctor Juan Manuel Bulacio considera que “no todos los que padecen fobias a los exámenes son tímidos”, y explica que el tímido se siente generalmente amenazado en relación a sus pares, pero en esta patología, el temor es a ser evaluado por una autoridad. Tampoco es siempre cierto que ‘se ponen nerviosos, porque no saben’, porque la ansiedad proviene de la percepción subjetiva de lo que saben, que siempre es negativa”.

Métodos de evaluación

En la mayoría de los estudiantes la dificultad no está focalizada en el estudio sino en el momento de rendir el examen. Generalmente el trastorno se activa frente a la posibilidad de ser evaluado de manera negativa, lo que nos pone frente a la necesidad de analizar el fenómeno más allá de las particularidades de tal o cual persona.

Generalmente la “fobia a los exámenes” suele ser analizada desde una perspectiva subjetiva. En este sentido, las condiciones personales de los alumnos pueden ser determinantes al momento de sostener un trastorno psicológico. Entonces, la cura siempre será individual, y en muchos casos, medicamentada, pero sería importante comenzar a interpelar los métodos de evaluación, como posibles causantes de sufrimiento mental del alumno.

Bulacio habla de “amenaza de ser evaluado por una autoridad”. En este marco, habría que preguntarse cuál es la incidencia de esa autoridad al momento de hablar de “fobias a los exámenes”. Poner en tensión ese concepto es debatir, entre otras cosas, acerca de cómo el sistema educativo implementa las instancias evaluativas.

“La evaluación es uno de los componentes principales del proceso educativo, caracterizada, en el discurso teórico, como permanente, progresiva, práctica, crítica, flexible, global, participativa y cualitativa. Sin embargo, en la práctica pedagógica de algunos profesores, sólo se ha entendido como obligación institucional, como control disciplinario y como asignación de calificaciones, menos como una práctica reflexiva del proceso educativo”.

Según la posición que adopte el docente (como autoridad) frente a los exámenes, mayor o menor será la afectación negativa sobre el estudiante. Evaluar, desde el paradigma tradicional, equivale a determinar el valor de un fenómeno educativo. Autores de esta corriente, sostienen que “la evaluación es el acto mediante el cual se compara un hecho, persona o cosa con un patrón previamente determinado, en este sentido, la evaluación no será otra cosa que la comparación entre lo que se quiere lograr y lo que se logra a través de la institución docente”.

Experiencias de los alumnos

Distinto es entender las instancias evaluativas desde un concepto cualitativo o procesal. Mireya Carvajal sostiene que “la evaluación de los aprendizajes se concibe como un proceso interactivo de valoración continua, que permite recoger y analizar evidencias sobre experiencias previas y los alcances progresivos de los alumnos… tomando en cuenta las condiciones en que se realiza el aprendizaje, el desarrollo evolutivo del aprendiz y los criterios e indicadores que permitan establecer la distancia entre lo planificado y lo alcanzado por los alumnos, para propiciar la toma de decisiones consensuadas y orientar, retroalimentar y mejorar el proceso de enseñar y aprender”.

Asimismo, Antonio Cárdenas sostiene que la evaluación debe tener en cuenta todos los componentes de la práctica pedagógica para obtener el mejoramiento continuo de quienes participan en el proceso educativo, superando la idea de “acción terminal” que atiende sólo a los resultados obtenidos por los alumnos, por la de “acción continua y permanente” que se desarrolla a lo largo de todo el proceso de enseñanza. Ciertamente estos conceptos no se apoyan sobre la medición de los resultados, sino sobre la valoración de dicho proceso en función de unos criterios previamente establecidos que postulan de manera democrática el derecho del alumno a expresar sus puntos de vista y sus opiniones en el aula, la escuela y la comunidad educativa.

El estudiante protagonista

Sin lugar a dudas estas formas de evaluación, que potencian el valor de la participación y el consenso como formas de transformar y modificar el proceso de aprendizaje, tenderá a bajar las ansiedades de los estudiantes, considerados como sujetos activos de su propio proceso de enseñanza y no como meros objetos mensurables.

En este sentido, es probable que las “fobias a los exámenes” disminuyan considerablemente, o se transformen en temores normales de procesos evaluativos que no serán terminales sino procesales. El fracaso ya no será sujeto de análisis psicológico, sino de la necesidad de reforzar contenidos conceptuales, procedimentales y hasta actitudinales.

La evaluación considerada como proceso no es menos académica que la tradicional, es otra manera de entender el acto educativo, que incorpora al estudiante como protagonista de su propio devenir pedagógico y al docente como facilitador de los conocimientos o ideas previas que los alumnos tengan adquiridos, para detectar errores o carencias básicas que puedan ser corregidos para garantizar el éxito de los aprendizajes.

En Pedagogía del Oprimido, Paulo Freire sostiene: “La educación se torna un acto de depositar, en que los educandos son depositarios y el educador el depositante. En lugar de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los educandos, meras incidencias u objetos, reciben pacientemente, memorizan y repiten. He ahí la concepción bancaria de la educación, en la que el único margen de acción que se ofrece a los educandos es el de recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos”.

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