Mauro Riquelme tenía 18 años. Y desde hacía algunos meses intentaba “rescatarse”. Su padre y su hermano estaban presos, y pese a contar con las condiciones desfavorables que brinda un barrio marcado por la droga, el chico empezó primero por los talleres. La carpintería lo llenó de ilusión: “Mamá, te voy a hacer una mesa. Mamá, te estoy haciendo una cama”, iba sumando, ilusionado con sus logros, según recuerda María Elena Domínguez, su mamá. Incluso, juntaba a sus amigos del barrio para la carpintería. Mauro, el Gordo, es uno de los tantos pibes que pasó de “menor” por las distintas instituciones del Estado, que no hicieron nada para contenerlo ni ayudarlo. Es uno de los tantos pibes que egresó del Instituto de Recuperación para Adolescentes (Irar) y se suma a los más de 50 muertos tras su egreso en los últimos años, una cuenta que nadie más que los operadores de la institución llevan con dolor. Pero lo más duro para María Elena y para su hija Milagros es no tener la certeza de que este caso sea investigado, ni que alguien vaya preso por matar a Mauro. Como si tener antecedentes no habilitara ni la reinserción ni la justicia.
La mujer todavía paga con su trabajo como empleada doméstica los 15 mil pesos que le costó el velorio de su hijo, ya que le dijeron que en una sala velatoria podrían traer a su marido y a su hijo, presos por el homicidio de Mercedes Delgado (la dirigente social asesinada en enero de 2013). Pero no, no los llevaron. Y el velorio terminó en el cementerio, donde una razia policial ni siquiera permitió que la familia entera despidiera al pibe.
“Yo pido justicia por mi hijo, me lo mataron como un perro”, dice María Elena, entre las lágrimas y la angustia. Y recuerda con esperanza que “él se estaba recuperando, hacía un taller de carpintería, donde iba los martes y los jueves. Él no podía venir al barrio, como pasó el tiempo vino hace unos seis meses. Es todo mentira lo que dicen, lo ensuciaron como soldado y no. Somos gente pobre y somos trabajadores”, asegura.
Balazos
El 12 de junio pasado, Mauro caminaba hacia su casa desde el taller ubicado en Olavaria y República. “Vienen en moto, se bajan como si nada con las armas en la mano. La gente me cuenta que primero le tiraron un balazo en la espalda, él se cayó y cuando estaba en el piso le siguieron tirando. Se desangraba ahí en el piso, hasta que me avisaron” reconstruye María Elena.
“Llegamos con mi hijo y lo llevamos en un móvil de la Policía hasta el Hospital Alberdi y de ahí lo trasladaron al Eva Perón. Yo iba hablando con él en la ambulancia, me decían que estaba muy grave pero yo iba hablando con él. Él nunca perdió el conocimiento, me decía: «Ma, yo no puedo respirar» y yo le decía «quedate tranquilo hijo»” recuerda María Elena. “Le pregunté quién le tiró, pero me decía que no sabía porque el asesino tenía casco”.
María Elena trata de reconstruir un mapa que le indique el camino que la lleve al asesino de su hijo, y las causas. Y para ello traza la compleja fotografía del barrio en el que vive.
“La Policía está siempre metida en el medio, cuidando a los traficantes. Cuando la Policía ve a un pibe que está comprando droga se la saca y le dice «andate a tu casa«. No busca al que le vende”, sostuvo.
“Vivimos en un barrio donde se vende droga como si fueran caramelos en un quiosco. Eso es lo que pasa en el barrio”. Y aclaró que su familia nunca estuvo vinculada al narcotráfico. “Somos laburantes”.
Sobre su hijo, María Elena cuenta con orgullo que había dejado de drogarse. Y vincula su muerte con un hecho que ocurrió un tiempo atrás.
“Él tenía una novia, yo nunca la conocí. Le había regalado un celularcito para poder hablar con ella, uno barato”.
Un día Mauro caminaba por calle Magallanes (donde está el famoso búnker ahora derribado en el que fue asesinado Rolando Mansilla, de 12 años, unas horas después de que balearan a Mauri). Y la encontró a la joven con zapatillas nuevas y un súper celular. “Cuando le preguntó de dónde lo había sacado, la chica le dijo que lo había comprado la madre de ella”, cuenta María Elena.
Un amigo de Mauro, que lo vio hablando con la chica, le aseguró que ella “soldadiaba” en ese búnker. “El se enojó, fue, le sacó el celular a la piba y se fue”.
“Yo llego a la conclusión de que todos los soldados se repartieron la droga y la plata y le dijeron al dueño del bunker que el gordo Mauro los robó y vinieron hasta mi casa”, reflexiona María Elena.
La hermana de Mauro recuerda que un día después de la pelea con su novia, el muchacho le pidió que lo acompañe hasta la parada del colectivo.“Estábamos por salir y bajaron de dos motos y se pararon en el medio de la calle y sacaron las armas. Yo cerré la puerta y no lo dejé salir, esos eran los dueños del búnker que derrumbaron”, detalló.