La escasez de oferta y los altos costos que representa hacerse con un instrumento musical de alta gama (la gran mayoría son producidos en el exterior) que consiga plasmar en el sonido cada centavo invertido convirtió a la luthería en una de las profesiones que mayor terreno ganó en el último tiempo. La posibilidad de redireccionar el dinero que únicamente representa llevar impreso un nombre o marca para la compra de materiales de primera calidad, sumado un trabajo fino en detalles, no sólo aporta mayor fidelidad sonora y comodidad sino que también habilita una personalización que convierte al instrumento en único en el mundo Rosario es un auténtico generador de artistas que se dedican a esa precisa disciplina.
“Si bien el trabajo artesanal no vale, por sí solo, la calidad de nada, llevado a un nivel fino y de sutileza posee abismales diferencias con un producto de fábrica, sea nacional o internacional”, sintetizó Alejandro Llamosas, luthier de guitarras con extensa trayectoria que abarca más de 15 años.
En el mismo rubro y con más de 20 años de experiencia, los instrumentos de Esteban Martínez llamaron la atención de reconocidos músicos del ambiente local y aficionados a la música que apuestan por sus productos incluso desde el exterior. “Es llevar el oficio al mayor nivel que se pueda. En ese punto crucial no existe nada que no sea el valor humano invertido para concebir una pieza que, además de ser única y personalizada, tiene un montón de otras cuestiones alrededor”, contó. No obstante, aclaró que si bien personaliza algunos aspectos a encargo posee una estética propia, tanto física como sonora. “Si te gusta y coincidimos, buenísimo, hacemos un camino juntos”, agregó.
Mercado en crecimiento
Representando a los instrumentos sinfónicos, Gervasio Barreiro, luthier desde noviembre de 2014 del teatro Colón de Buenos Aires, se formó durante cinco años en la escuela Stradivari, de Cremona (Italia), para regresar luego al país y continuar su camino. “Me piden muchos instrumentos de acá (Argentina) y me gusta mucho poder ir a escucharlos, verlos envejeciendo. El más lejos que vendí es a Japón y no lo vi nunca más. Me pierdo el desarrollo. Escuchar un violín mío después de 10 años de uso me permite entender cosas que hice o que ya cambié”, explicó.
Martínez analiza que “el mercado interno creció mucho”, al tiempo que observa “un mayor acercamiento hacia los luthieres locales”, muy bien vistos en el mundo. “En contacto con gente de afuera, se habla de la luthería argentina como una forma de trabajo. Hace años que vendo la mayoría en el país. Nosotros tenemos excelentes músicos, sobre todo en lo que respecta a las cuerdas de nylon, que viajan por todo el mundo. Ese tipo algún día se cruza con otro y así empieza el boca en boca”, señaló.
Aprendizaje constante
Este trabajo íntimo y personalizado con músicos profesionales, que utilizan los instrumentos entre diez y doce horas por día, y con verdaderos aficionados que alcanzan un nivel igual o hasta a veces superior ha llevado a los luthieres a continuar perfeccionándose dentro de su propia rama. En referencia a ello, Martínez reconoció haberse encontrado en situaciones sorprendentes. “He tenido clientes que no son profesionales pero que están todo el día tocando en la casa y cuando los escuchás te vuelan la cabeza. Tienen una motricidad tan fina que no la podes concebir. Tuve un cliente que me juraba que un mango era más fino que otro y yo recién me pude dar cuenta cuando lo medí con especímetro, que mide décimas de milímetros. Tenía dos décimas de milímetro menos. ¡El tipo lo sentía en la mano!”, explicó con los ojos prácticamente desorbitados mientras intentaba representar esa medida con sus dedos pulgar e índice.
Llamosas reconoció que “ese acercamiento con el músico permite incorporar ciertas cuestiones” que no se encuentran detalladas en ningún manual. “Uno tiene su impronta, forma y estilo que no va a cambiar, aunque siempre se pueden ir puliendo pequeñas cosas para el mejoramiento del producto”, concluyó.
Organizados para difundir el oficio y la tradición
La Asociación Argentina de Luthiers (AAL) es una asociación sin fines de lucro cuya finalidad consiste en fomentar y difundir el trabajo de los profesionales asociados, especializados en construcción, reparación y restauración artesanal de instrumentos musicales. Cuenta hoy con más de 130 miembros de todo el país y numerosas actividades y proyectos. La entidad se originó en sintonía con el grupo Luthiers Argentinos, a comienzos de 1999, que organizó, a fines de ese mismo año, la primera exposición conjunta de artesanos, que continúa realizándose ininterrumpidamente, donde se exhiben las producciones de artesanos que se especializan en la fabricación de instrumentos que van desde guitarras clásicas hasta otros que resultan prácticamente imposibles de localizar en cualquier casa de música tradicional.
Un creador de liras
El luthier alemán Volker Phoenix, más conocido en el ambiente como Aurelio, es productor de liras, uno de los primeros instrumentos de cuerdas de la historia y vive en la ciudad. El instrumento reflejado en el Antiguo Testamento bajo la denominación de “Arpa de David” y utilizado en las civilizaciones griegas y egipcias es motivo de inspiración y se convirtió en su principal sustento económico desde que perdió su empleo en 1997.
La lira fue utilizada con frecuencia, a comienzos del siglo pasado, en el tratamiento de jóvenes autistas o con discapacidad mental, paralelamente con la utilización de la pedagogía Waldorf. Hoy, una lira de fabricación artesanal cuesta entre 390 y 1200 pesos.
“Hay terapeutas que establecen que con hacer sonar la lira basta para que el niño se acerque, rompiendo con esa burbuja. Lo que generalmente se usa es el Cantele, que es como una pequeña lira con siete cuerdas afinadas en el modo pentatónico”, contó mientras hacía sonar el instrumento motivando un delicado sonido que parecía extraído de un cuento de hadas.
Con entusiasmo, el titular de Lira Aurelio recordó una presentación a la que fue invitado en Villa Adelina, Buenos Aires, con la participación de un grupo de niños que trabajan con esa pedagogía. “Era impresionante cómo todos podían tocar, coordinadamente y de memoria, una hermosa melodía”, agregó.