Hoy se cumplen 175 años del nacimiento de quien fue para muchos el más singular de los pintores argentinos y uno de los máximos exponentes del arte naíf en el país: Cándido López.
Su obra y la Guerra del Paraguay o Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) quedaron indisolublemente unidas en su voluntad de dar testimonio de aquel colosal fratricidio que él, paradójicamente, relató casi en miniaturas.
Oficial voluntario del Batallón de San Nicolás, López perdió la mano derecha en combate –por efectos de una granada durante la feroz batalla de Curupaytí, en septiembre de 1866– y debió “enseñar” su arte a la mano izquierda para reconstruir en tela sus memorias. Esas pinturas del “manco de Curupaytí” son el testimonio más rico de aquellas jornadas trágicas en las que perdieron la vida centenares de miles de personas, entre ellas la mayor parte de la población masculina del Paraguay, país invadido por la alianza que conformaron tres de sus vecinos: Brasil, la Argentina y Uruguay.
López supo reconstruir desde el campo de batalla momentos y situaciones fijadas con realismo, sencillas, prolijas. No buscó el virtuosismo ni pretendió hacer alarde de su arte. Reflejó soldados, carpas, armas, hospitales de sangre, aprestos bélicos, momentos de guerra y momentos de descanso. El exuberante paisaje fue un marco que dio el tono preciso a cada una de sus creaciones: bosques, árboles aislados, ríos y arroyos.
Esos soldados pintados por Cándido López forman, en su anonimato, una suerte de coro que protagoniza el gran drama de una guerra entre pueblos hermanos. Cuando se los contempla, se puede intuir que, al reconstruir esos momentos, el artista debió sentir las mismas agonías que habrá sentido en aquellas jornadas: el calor aplastante, la molestia del bicherío, la ansiedad de las vísperas de batallas, la euforia de los triunfos y la melancolía de las derrotas, el dolor por tantos camaradas muertos, junto con la seguridad de estar cumpliendo con un deber patriótico.
Con todo, Cándido López es el único artista de su generación cuya obra fue rescatada del olvido y valorada mucho después de su muerte.
De fotógrafo a artista plástico
Cándido López nació el sábado 29 de agosto de 1840, en el barrio porteño de Montserrat. Sus padres eran Sebastián López y Josefa Viera, de larga estirpe criolla. Desde niño se hizo evidente la que sería su vocación y sus padres decidieron mandarlo a estudiar con un maestro argentino, el retratista Carlos Descalzo, con quien comenzó su carrera artística como fotógrafo daguerrotipista en 1858.
Más tarde, Descalzo lo derivó al taller de Baldassare Verazzi, un pintor italiano radicado en la Argentina, donde aprendió dibujo, composición y perspectiva. A los 18 años Cándido pintó su Autorretrato. Esta obra fue el anuncio de su camino solitario dentro de la naciente pintura argentina.
A partir de 1859, López formó una sociedad con el fotógrafo francés Juan Soulá y hasta 1863 viajó por las entonces pequeñas ciudades y poblaciones de la provincia de Buenos Aires y sur de la provincia de Santa Fe realizando gran cantidad de fotografías.
Debido a que la daguerrotipia (arte de fijar en chapas metálicas las imágenes recogidas con la cámara oscura) exigía una extremada composición y planeamiento previo de la imagen, López comenzó a iniciarse en el trabajo de esbozos que lo llevaron a dedicarse a la pintura. Fue así que los conocimientos de daguerrotipista fueron clave para su posterior carrera como pintor: se hizo observador de encuadres, minucioso por la realidad y se interesó por documentar lo que veía como momentáneo para “eternizarlo”.
En estos primeros años de su juventud fue su mentor el maestro lombardo Ignacio Manzoni, pintor muralista, quien lo alentó a explorar los colores y las perspectivas. Bartolomé Mitre era admirador y amigo de este pintor italiano, romántico, francmasón, seguidor de Giuseppe Garibaldi y de los ideales liberales. Manzoni fue quizás el escalón para el acercamiento de Cándido al mitrismo que lo llevará, poco después, a su enrolamiento voluntario.
En junio de 1865, sorprendido en San Nicolás por la declaración de guerra, López se enroló en el Batallón de Voluntarios de esa ciudad bonaerense, que integraba el Primer Ejército al mando del general Wenceslao Paunero. De este cuerpo de 800 hombres, sólo 38 regresarían de la guerra. Un año y medio más tarde, en febrero de 1867, después de haber participado en las principales batallas de la Guerra de la Triple Alianza, se dispuso el pase de Cándido López al Cuerpo de Inválidos como teniente primero.
En 1872 Cándido López se casó con Emilia Magallanes, con quien tuvo 12 hijos. Vivieron en diferentes lugares, entre ellos Baradero, donde López conoció al doctor Norberto Quirno Costa, quien ofició de mecenas brindándole su casa para pintar y lo alentó a seguir con sus óleos y exponerlos.
Por su intermedio, Cándido López realizó la única exposición individual de su vida: en 1885, en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, mostró 29 óleos sobre la Guerra del Paraguay.
Es importante reparar en el informe que la comisión, al cuidado de aquella muestra, elevó como aceptación, porque el criterio con que se juzga a López será el que moldeará la opinión sobre su obra durante los próximos 70 años. Allí se menciona la “escrupulosa severidad histórica” de un soldado que “ha compuesto y pintado esos cuadros con su mano izquierda y por sólo afición patriótica”, cuadros que “no se presentan con pretensiones artísticas” y en los que incluso se señalan “imperfecciones de dibujo”.
Por esos años los gobiernos solían encargar obras y los pintores pintaban, pero una vez más este no fue el caso de López. Nadie le encargó nada. Nada pareció unir a aquel “inválido de guerra” a la construcción de los héroes, aunque su pintura trataba de una guerra tristemente victoriosa. No hay en sus cuadros ni héroes ni vencidos ni la exaltación de las facciones. Sólo altos árboles de maravilloso follaje; atareados campamentos; tristes y humeantes campos de batalla, en los que yacen hombres y caballos. Gloriosos amaneceres sobre los palmares; cruces de ríos y barcos balanceándose en las ondas del Paraná.
En 1887, hallándose en la miseria, López le envió al ex presidente (1862-1868) Bartolomé Mitre una carta en la que le pidió ayuda. El fundador del diario La Nación le aportó un subsidio a cambio de una serie de cuadros que “documentaran” la Guerra del Paraguay. Fue así que, a partir de esbozos realizados entre 1865 y 1870, López pintó sus principales cuadros entre 1888 y 1901. Aunque el artista se propuso pintar unos cien cuadros, pudo concluir sólo la mitad de las obras que se había propuesto. Gran parte de estos óleos, catalogados como arte naíf (ingenuo), aparecen con la firma Zelop, seudónimo que ideó mediante la reversión de su apellido.
Por esos años, López permaneció enigmáticamente al margen de las corrientes artísticas en boga y no se relacionó con sus contemporáneos. Siguió su camino solitario reconstruyendo compañías enteras de soldados diminutos sobre el fondo de un paisaje subtropical, y bajo hermosos cielos.
Cándido López murió el 31 de diciembre de 1902 en Buenos Aires, la misma ciudad que lo había visto nacer 62 años antes.