Cuando el intendente de facto Alberto Natale cortó la cinta para inaugurar los monoblocks de Corrientes y Esteban de Luca, El Pimentón era apenas un niño que no llegaba a los diez años. Los más grandes del barrio Tiro Suizo lo agarraban de máquina para hacer mandados pero no pasarían muchos años para que lograra hacerse respetar por todos. A los quince, ya se había acostumbrado a resolverlo todo a las piñas y le hacía frente a cualquiera. Pero la madrugada del 2 de agosto el grande fue él. Los códigos en el barrio habían cambiado y la muerte lo encontró a manos de una nueva generación.
Luciano “El Pimentón” Ojeda (41 años) nació en el barrio Tiro Suizo y se crió junto a su hermana en una casa donde hoy todavía vive su tía, a pocas cuadras del Monoblock. “Era un tipo malo, picante, por eso se ganó ese apodo. No tenía problema de agarrarse con nadie, aunque no usaba armas”, contó un vecino.
En los años noventa, se convirtió uno de los líderes del Monoblock y tuvo sus primeras entradas a la cárcel por hechos de robo. Pero para él las reglas eran claras: nunca robaba en el barrio. Entre delito y delito, pasó la mitad de su vida en prisión y, después de su última salida, se fue a vivir a Granadero Baigorria con su novia, una chica que conoció mientras estaba preso. Algunos cuentan que planeaba rescatarse y que se había buscado un trabajo de albañil. A su barrio regresaba cada tanto a visitar a su familia y a sus amigos, como la tarde del sábado 1º de agosto.
“A Pimentón lo matan porque estaba solo. Cuando él venía al barrio se quedaba con sus amigos. Ya estaba grande para andar girando, prefería comer en una casa un asado. El problema es que ese día jugaba Central y estaban todos en la cancha”, contó un allegado a Pimentón.
Ese sábado, Pimentón se puso a tomar en la vereda de Esteban de Luca, cerca de una de las entradas del Monoblock. Apenas pasaba la medianoche y en la calle había muchos vecinos, entre ellos un grupo de jóvenes. El Pimentón se quedó sin plata y empezó a molestar a uno de los chicos. Ya desde temprano andaba preguntando quiénes eran los que mandaban en el barrio. De lejos, un pibe chiquito y callado lo observaba.
El monoblock
Cuando fueron inaugurados, los monoblocks que ocupan la manzana de Corrientes, Esteban de Luca, Paraguay y Gutiérrez eran conocidos como El Palomar porque los vecinos de los alrededores no podían creer que tuvieran ventanas tan chiquitas. Eran, en realidad, las viviendas planificadas para los trabajadores municipales, pero durante años la construcción estuvo abandonada. Sólo los cimientos, las columnas, los techos y algunas escaleras se mantenían en pie entre matorrales. Para los chicos, la manzana con seis puntos de ingreso era un parque de aventuras, donde se mezclaban los juegos con los cuentos de terror.
En los últimos años de la dictadura militar, el complejo de viviendas fue terminado a las corridas y empezaron a llegar las primeras familias. Las casas estaban conformadas por tres rectángulos, dos cubiertos y un tercero que hacía la función de patio. “Los nuevos vecinos eran trabajadores municipales: enfermeros, mucamas o empleados de Parques y Paseos. Era gente humilde y laburante que había conseguido su primera casa. Tenían muchos hijos, algo que era raro en el barrio hasta ese momento”, describió un vecino.
Poco a poco, empezaron a llegar más personas al complejo y se empezó a notar la superpoblación: “La estructura del Monoblock no permitía privacidad y vivir ahí empezó a ser un infierno. La gente terminaba de pagar las cuotas y vendía para mudarse a otro barrio. No había violencia, pero el lugar era muy precario y se fue haciendo una especie de villa”.
Hoy, en el complejo, conviven tres generaciones: los viejos empleados municipales que ya están jubilados; sus hijos, que como El Pimentón rondan entre los 40 y los 50 años, y los hijos de estos últimos, quienes hoy tienen el control.
Según los vecinos, los jóvenes se instalaron con códigos nuevos. “Los padres de estos pibes estaban acostumbrados a fumarse un porro de vez en cuando. Los chicos, en cambio, consumen pastillas y salen a robar por el barrio”. El problema, aseguran, es que roban a sus propios vecinos y después tienen que amenazarlos para no ser denunciados, lo que derivó en un clima de temor y violencia.
La nueva generación
El Tití nació más de 20 años después que El Pimentón y, como él, se crió entre la calle y el Monoblock. Junto a otros pibes, se hizo respetar desde chico. A diferencia del picante más grande, es callado y casi nunca hace chistes.
Cuando El Pimentón se puso pesado con uno de los pibes del barrio, los amigos de El Tití lo arengaron para que ponga orden y haga justicia. El chico obedeció. Y con un certero puñal cortó el cuello del antiguo líder del barrio. El Pimentón caminó herido por Esteban de Luca hasta llegar a la esquina de Corrientes, donde murió recostado en la pared de una casa. La calle estaba colmada de vecinos pero de lo ocurrido no hubo testigos.
Eran las primeras horas del 2 de agosto, la madrugada en que “los códigos de grandes y los códigos de chicos” se encontraron.
Audiencia
En una audiencia en los Tribunales provinciales, el 8 de septiembre pasado Walter Aníbal R, alias “El Tití”, de 23 años, quedó imputado por el homicidio de Luciano Ojeda. La jueza Raquel Cosgaya dispuso, además, la prisión preventiva por 30 días para el joven a pedido del fiscal Florentino Malaponte, a cargo de la investigación del crimen.