Una pesadilla infantil recurrente, la de morir sumergido en arenas movedizas, se tornó en la punta de lanza del último y más personal libro del reconocido escritor sueco Henning Mankell, en el que testimonia la reaparición de esas imágenes cuando se confrontó al diagnóstico de cáncer, la enfermedad contra la que batalló hasta la madrugada del lunes último, en la que murió, a los 67 años.
Arenas movedizas –así se llama el libro publicado en Argentina el mes pasado– es la escalofriante bitácora de un hombre para el que morir dejó de ser una instancia remota pero inevitable para convertirse en una dimensión cotidiana que lo llevó a confrontarse con fantasmas actuales, que de repente se alinearon con las remotas tinieblas de la niñez.
Una amenaza impiadosa
La última obra del creador de la saga policial del detective Kurt Wallander sumerge al lector en los pliegues de su enfermedad, de la que empieza a tener un difuso registro a fines de noviembre de 2013, cuando toma conciencia de que algo anda mal, una sospecha que será esclarecida casi un mes y medio más tarde cuando los médicos le confirmaron el cáncer que ya había empezado a carcomer sus fibras vitales.
A partir de ahí, la posibilidad de la muerte, “una condición trágica inherente al ser humano”, ingresa en el campo visual del narrador, que no titubea en volcar sobre el papel ese caos emocional del primer momento que se diversifica a lo largo del relato, a través de recuerdos, libros, imágenes y reflexiones, todos artilugios creados sobre la marcha para enfrentarse CON lo inesperado y lo irreversible.
En ese marco irrumpen recuerdos de su niñez: “De repente me sobrevino una certeza inesperada. Como una descarga eléctrica. Las palabras se organizan solas en la cabeza. Yo soy yo y ningún otro. Yo soy yo. En ese instante adquiero mi identidad. Antes, mis pensamientos eran tan infantiles como cabía esperar. Ahora se materializaba un estado totalmente distinto. La identidad presupone conciencia (…) La vida se torna de pronto una cuestión seria”.
Es sobre la vida donde hace hincapié Mankell, y esa vuelta a la infancia lo lleva a recrear sus primeros miedos: la pesadilla de estar parado sobre un hielo que se hunde y lo devora, o sobre arena que de golpe zigzaguea y lo arrastra a un espacio interior sin aire ni posibilidad de escapatoria.
La memoria en acción
El escritor sueco se vale de una memoria caprichosa pero no deliberada para reunir retazos de vivencias que reaparecen en escena por algo que las convoca, o porque pertenecen a ese presente efímero donde el tiempo cambia su estatus habitual: no hay entonces una cronología sino un entramado de episodios o pensamientos vitales que lo llevan a interpelarse sobre el medio ambiente, la cultura o la existencia de algún Dios, totalmente ajeno a sus creencias.
Las respuestas dejan lugar a nuevas preguntas y, cuando todo se vuelve demasiado complicado, Mankell mira una foto suya en blanco y, negro colgada en la pared: “Es una foto de cuando yo tenía nueve años. Estoy sentado en un pupitre, en el colegio de Sveg. Cuando veo esa cara llena de curiosidad, y la certeza de que todo es posible en la vida, siento que vuelve la fuerza de querer comprender”, desliza.
Ese encadenado de temas que se superponen conduce al lector por los vericuetos de la memoria y del olvido, mientras el narrador se prepara para las sesiones de quimioterapia y la enfermedad se cuela dentro de las rutinas diarias.
La literatura, el mejor aliado
Para Mankell, según relata en el libro, el diagnóstico de cáncer fue un “descenso a los infiernos”, que decidió neutralizar a través de la escritura: primero en artículos periodísticos y posteriormente en este libro en el que desgrana impresiones sobre la muerte, el miedo, la esperanza, las creencias pero, más que nada, sobre la vida. Y es que el creador del inspector Kurt Wallander, cuyos libros han sido traducidos a 40 idiomas, deja en claro que su testimonio hará foco en la vida, no en la muerte.
Desde entonces, el autor de Asesinos sin rostro y Los perros de Riga comenzó a leer libros sobre arenas movedizas y descubrió así que el relato sobre esas masas de arena capaces de sumergir en las profundidades de la tierra a un hombre y matarlo son un mito. “Todas esas historias que se cuentan y lo que describen son una invención”, narra en su libro. Además de la lectura, también está la escritura, porque la literatura fue en estos meses de zozobra el mejor aliado ante el golpe mortal. “Tomar un libro y perderme en el texto en los momentos difíciles ha sido siempre un modo de buscar alivio”, confiesa Mankell.
También la fotografía de obras de arte y la música se convirtieron en estrategias espontáneas para sortear por un rato ese trajinar indeclinable de la enfermedad que fue horadando silenciosamente su cuerpo, cuando las arenas movedizas dejaron de ser una molesta pesadilla para volverse una impiadosa realidad.