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Cerca de Scioli calculan con diván y matemática en mano

Es un oficio de almacenero, una matemática electoral como la que Néstor Kirchner anotaba con una Bic en su libretita negra.

Es un oficio de almacenero, una matemática electoral como la que Néstor Kirchner anotaba con una Bic en su libretita negra. Sumas y restas, cálculos de la salvación, numerologías del panperonismo para entrever que, al final del túnel, hay una luz: una chance, quizá sólo imaginaria, de victoria.

Supone, en simultáneo, atribuir conductas y reacciones, adivinar comportamiento de masas y personajes, anticipar lecturas o dar por hecho decodificaciones más que rebuscadas. El panperonismo, espacio gordo que hasta el 10 de diciembre controlará un 80 por ciento del universo político y, si derrapa en el balotaje, se quedará con un 20 por ciento, tira números al aire, traslada ceros y comas, escruta mapas y estructura, con alambre, una matemática del milagro.

El cálculo primario, según numerólogos del PJ y el sciolismo, es sumar el 37,1 por ciento de Daniel Scioli y el 34,15 de Mauricio Macri, que arroja el 71,2 por ciento, por lo que queda “suelto” el 28,8 por ciento. Para que el PRO llegue a los 56 puntos que le dan algunas encuestas, debería capturar 22 del voto que no fue a Macri ni a Scioli. O lo que es lo mismo, quedarse con un 75 por ciento de aquellos votantes, es decir uno de cada cuatro votos silvestres. Para, a la vez, llegar al 60 por ciento con que se ilusionan algunos PRO, debería capturar 26 de los 29 puntos, es decir 9 de cada 10 votos. En el PJ suponen que parece poco probable.

De ese malón de votos en disputa, el 21,4 por ciento lo conquistó Sergio Massa. Una base de argumentación –interesada como todas– que circula en el peronismo indica que el votante que fue a UNA en la general, aun sabiendo que el tigrense salía tercero y que no emitir “voto útil” podía facilitar el triunfo de Scioli, de todos modos se mantuvo con Massa.

El propio massismo habla en cambio de una relación 6 a 4, incluso 7 a 3, a favor de Macri. Si se da lo segundo, sólo con la migración de voto de UNA, el PRO quedaría en algo más del 48 por ciento, a un tiro de la victoria. Pero necesitaría juntar 1,5 de Progresistas, que equivale al 60 por ciento de los votos de Margarita Stolbizer más unas décimas de Nicolás del Caño y Adolfo Rodríguez Saá. Así y todo, Macri estaría superando, con justeza, el 50 por ciento, según números del PJ que podrían bautizarse como “La Probabilística de la Victoria” para estar en línea con los eslóganes de Scioli.

La conducta del voto massista es la que determina los grandes matices. Si, en cambio, se reparte 6 a 4, Macri tomaría 12,5 puntos de Massa y llegaría al 46,7. En ese caso, debería capturar el 100 por ciento de los votos de Stolbizer y, aun así, le faltarían unas décimas para juntar el 50 por ciento más un voto.

En Casa Rosada y en el búnker sciolista comparten la mirada sobre el voto de Massa –consistente en que tiene resistencia inicial a Macri y tendencia al peronismo–, con lo cual se animan a pensar que el reparto puede ser menos traumático de lo que parecía en los días inmediatamente posteriores a la general, cuando Massa, en persona, dio todas las señales posibles en dirección a Macri.

Las palabras, más anti-Macri que pro-Scioli, de Felipe Solá, Facundo Moyano y el entrerriano Adrián Fuertes, entre otros, invita al peronismo oficial a hacerse ilusiones con mejorar en el voto massista. “Macri obtuvo un 53 por ciento en Córdoba ¿cuánto más va a sacar?…”, se preguntó un dirigente del interior que, como los gobernadores, advierte que la elección se gana o se pierde en Córdoba y la provincia de Buenos Aires. En rigor, de los 5,3 millones que sumó Massa el 25-O, casi el 50 por ciento se explica por lo que juntó en provincia de Buenos Aires (2,15 millones) y el casi medio millón que reunió en Córdoba.

La épica que no generó Scioli, reconocen en el PJ, la generó el rechazo a Macri. Eso se traduce en las reacciones de grupos no militantes, o en cierta ebullición entre las agrupaciones a raíz de la posibilidad de que Macri gane, explica un dirigente juvenil porteño que lo sintetiza con una frase: “Las básicas se llenaron otra vez de gente”. Ese formato, con cierta prescindencia de las estructuras y los partidos, y con un mensaje más personal que político, aparece como una llave mágica para modificar el resultado.

La urgencia hizo, incluso, que los grupos escondan sus trapos y salgan a hacer campaña sólo con camisetas argentinas sin mostrar pertenencia de partido ni de agrupación. Es, casi, una contradicción con una de las banderas K: la preponderancia de la militancia.

En el oficialismo anotan además el concepto de voto útil sobre una idea más compleja: el 25 de octubre, el único candidato que aparecía con chances reales de resultar electo presidente ese día era Scioli, que pulseaba para ganar en primera. Por el contrario, no había ninguna hipótesis de Macri electo en primera vuelta. Ante eso, se tientan con presumir que el voto de Scioli está más consolidado porque los 9,3 millones que lo votaron, lo hicieron sabiendo que podía ser presidente ese día, mientras que los 8,6 millones que votaron a Macri sabían que no, que su voto servía para impedir que el FpV gane en primera o gane por mucho.

En ese universo puede permear el imaginario del “peligro macrista”, casi un pensamiento lateral.

Suman, al margen, miradas sobre el voto de Nicolás Del Caño (una encuesta pre-Paso estimaba que se repartían 9 a 1 hacia Scioli) y de Rodríguez Saá, de perfil PJ, aunque apuestan a que con la diferencia de casi 800 mil votos, un voto en blanco es también ventajoso para el que terminó primero. Y cada voto vale doble.

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