La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, disfruta de un tiempo de relativa calma en el proceso de juicio político que le quita el aliento. Pero esa tregua, lograda gracias a una decisión del Supremo Tribunal Federal que llevó todo a fojas cero, podría terminar tan pronto como en febrero, por lo que mantener en calma la calle es la mejor forma de evitar que la oposición más radical logre montar a mediados del año próximo el patíbulo con el que sueña.
Las manifestaciones en reclamo de la destitución de la desangelada presidenta alcanzaron su pico en marzo, cuando dos millones de brasileños salieron a las calles con una indignación que mezclaba en una proporción no determinable causas vinculadas a la corrupción y a la frustración económica. Desde entonces, y acaso por cansancio ante la falta de resultados, esa presión ha cedido al punto de que los dirigentes de la oposición socialdemócrata más jugados a su destitución reconocen que sin ella sus planes para terminar con la era del Partido de los Trabajadores (PT) deberán esperar a las elecciones de 2018.
Por eso, le resulta tan urgente al gobierno, si no relanzar la economía brasileña, al menos ponerle un piso a su derrumbe.
Es la economía
La proyección del mercado sobre una caída del PBI del 3,7 por ciento en 2015 supone el peor tropiezo de los últimos 25 años. Y lo peor es que el plan de ajuste en curso ha llevado al perro a morderse la cola, en una dinámica conocida de austeridad, caída de la actividad, reducción de la recaudación impositiva y un rojo fiscal cada vez más grande, ya el mayor desde 1997.
Así las cosas, a Dilma no le queda ni siquiera la esperanza, ya que se estima un 2016 crucial para ella y con la economía que, en lugar de crecer, caería otro 2,8 por ciento.
El desplome acumulado entre este año y el que viene revierte con creces todos los avances (magros, por otra parte) de la era Rousseff. En 2011, Brasil creció un 2,5 por ciento, en 2012 un uno por ciento, en 2013 un 2,5 y en 2014 un 0,1 por ciento. Luego llegó el desastre.
¿Ajuste?
Lo que se discute en Brasilia es si queda lugar para más ajuste. Cada vez más actores responden que no y reclaman que se reabra la canilla del crédito público.
Lo mismo dice el Partido de los Trabajadores, cuyo presidente, Rui Falcão, pidió este lunes en una carta pública “una nueva y osada política económica para 2016”.
Por otra “receta”
La nota, que se suma a los reclamos de todos los apoyos que le quedan a la mandataria, como el de Luiz Inácio Lula da Silva, los de los movimientos sociales y los sindicatos, reclama a su propia presidenta medidas reactivadoras para superar la “frustración” del primer tramo de su segundo mandato.
“Ahora que el riesgo de «impeachment» se enfrió, aunque las amenazas de la derecha no hayan cesado, es hora de presentar propuestas capaces de retomar el crecimiento económico, de garantizar el empleo, de preservar el ingreso y los salarios, de controlar la inflación, de invertir, de asegurar los derechos duramente conquistados por el pueblo”, dice Falcão.
Todos saben lo mucho que se juega en el inicio de un 2016 que dará segundas oportunidades.