Santiago Giralt es cineasta y escritor.Tiene tres títulos en colaboración y varios otros en solitario. Fue coguionista de Géminis,de Albertina Carri, y de Cordero de Dios, de Lucía Cedrón. Es también actor, productor y autor teatral.
La mala memoria es su segunda novela tras Nelly R. La amante del General. Sobre esas variables de su accionar artístico encuentra un anclaje inicial que atravesaría todas las expresiones, y que, según expresa, le proporciona un goce particular: la escritura. “Cuando quise proponerme una profesión para el futuro desde Venado Tuerto, donde nací, pensé en el cine como un espacio para trabajar y dirigir actores, que siempre me pareció interesante; cuando empecé a trabajar en cine quise ser guionista, de alguna manera el escritor estuvo antes que el director, empecé siendo guionista y cuando empecé a sentir frustraciones por las películas que se hacían con mis guiones, pasé a dirigir”, señaló Giralt.
Recordar y olvidar
La mala memoria es una novela coral armada en dos partes, un interludio y un epílogo. El título de cada parte refiere un poco al espíritu que campea entre sus líneas y entre las voces que van punteando los relatos, y sobre todo de una voz, la de un personaje que ostenta una memoria pura de los hechos que irán envolviéndolo, sobre todo aquellos ligados al rito de iniciación para encontrar su lugar en el mundo. Por el registro dinámico e imaginativo que exhibe, esa memoria parece contrastar con el nombre del libro –y también de uno de sus capítulos–, y podría tildársela de una “buena” memoria. Sobre cómo surge entonces La mala memoria como título, Giralt refirió: “Para mí jugaban varios niveles en la idea de La mala memoria, por un lado la memoria de las cosas malas, como la parte mala de la memoria; por otro lado la idea de lo qué está bueno recordar y lo que no. Si uno tuviera memoria de todas las sensaciones al mismo tiempo no se podría decidir sobre el paso que sigue, como Funes el memorioso, el personaje de Borges; la memoria necesita borrar las cosas dolorosas, las acciones del presente exigen un repaso del pasado para poder accionar y requieren de algo de olvido también; siempre fui el de la buena memoria dentro de mi familia perohabía cosas que era mejor olvidar. Después estaba La mala educación, la película de (Pedro)
Almodóvar con el tema de la religión católica, me pareció un acto de honestidad de mi parte reconocer un vínculo posible con Almodóvar, en el principio como espectador porque fue un autor que marcó mi educación sentimental a los quince años cuando vi La ley del deseo, que fue como un acto de violación psicológica, algo impresionante, hay como una evocación al Almodóvar de La mala educación, que tiene que ver no sólo con el juego del título sino con el abuso de los sacerdotes a menores en las provincias…”.
Una voz, todas las voces
El tópico coral de esta novela, con varias voces que remiten al mundo pergeñado por Manuel Puig en algunas de sus novelas, es ideal para describir ese universo de pueblo chico, pero hay un personaje que va tejiendo esa trama y es el que tiene memoria,
Martincito. Sobre si ese personaje sería un poco Santiago Giralt, el escritor apunta: “Hay un salto cualitativo que uno tiene que hacer cuando elige la ficción; lo ficcional me permite no tener que fundamentar ningún estatuto de verdad porque hago que tanto lo imaginado como lo real puedan jugar libremente en un campo abierto. No me dan ganas de tener ese estatuto de verdad, de tener que rendir cuentas. Yo no fui personalmente abusado por curas, tengo experiencias de amigos que sí lo fueron, pero mis pensamientos sí eran abusados por la doctrina católica, por eso utilizo las oraciones y las intervengo con pensamientos pecaminosos; me interesaba debatir determinados preceptos que violan la mente de un niño con miedo e inseguridad y los llenan de imágenes escabrosas que es una manera de romper su inocencia; cuando no iba a misa creía que me moría y me iba al infierno, lo creía como un niño cree, imágenes innecesarias para la mente de un niño, y este libro es para limpiar también todas esas impurezas que te deja el catolicismo”.
Un insomne informado
¿Y cuánto puede haber en La mala memoria de aquello que se vivió y escuchó de verdad y cuánto hay de reconstrucción? Giralt lo explica de este modo: “El diez por ciento que da marco a la trama y al conflicto de la novela es invención pura, es lo que me permite saber que hay un conflicto que se va a desarrollar desde el principio hasta el final, y luego hay anécdotas vividas y escuchadas, recordadas, contadas por miembros de la familia; yo era un chico muy insomne, sobrestimulado, y me acuerdo de que en
Venado Tuerto había repetidoras por cable que transmitían los programas nocturnos de Buenos Aires a partir de las doce de la noche; veía Zona de riesgo por ejemplo, programas que tenían la información que yo buscaba, eso me transformaba en un insomne ya que me quedaba hasta las tres de la mañana viendo
Peor es nada, con el delirante de (Jorge) Guinzburg, siempre buscando esos bordes de representación que estaban prohibidos por mis padres. Mientras ellos dormían yo miraba un televisor que ponía muy bajito”.
(En el) Campo de exploración
Puede en la lectura de La mala memoria seguirse el rastro de una suerte de educación sentimental que el narrador tuvo mediante el cine de los setenta, y con la literatura, en un arco amplio que incluso no desdeña los Best Sellers. “A mí el rock no me llegaba porque en mi casa la información era bien de clase media wainstream, pero lo que me pasaba era que cuando leía un libro donde había sexo, asesinatos, pecados, todo aquello que estaba prohibido para mí, entendía que allí había información que nadie iba a estar censurando; recuerdo una colección que se llamaba Narrativa actual, que salía en los kioscos. Ahí leí a Puig, Patricia Highsmith, Jorge Amado, Terenci Moix, Almudena Grandes con Las edades de Lulú, toda la información que estaba censurada a través de la tele y las películas llegó a través de los libros, (la lectura) era un lugar interesante porque nadie estaba chequeando qué era lo que leía, lo que yo buscaba eran experiencias, no estaba contra mi familia pero sí contra esa sociedad que era tan puritana; en Venado había travestis pero de eso no se hablaba, y eso pasaba en El beso de la mujer araña, las preguntas que tenía en la vida real en los libros aparecían profundamente hechas y sin que nadie mediara entre esas preguntas y yo, entonces la literatura se transformó en un campo de exploración enorme, estuve hasta los diecisiete años en el pueblo”.
Bullying y antimodelo
El ámbito de La mala memoria es el de la aldea (Venado Tuerto) que representa todo ese paisaje del sur santafesino, sobre todo por la composición de esa clase media pueblerina, tal como pintó Puig su General Villegas natal. Aquí también hay una estructura de voces, y algunas con más preeminencia que otras. “Al principio,
Martincito iba a ser el protagonista, él vive una transformación durante el desarrollo del relato y al final sabemos que vive en Canadá; quería contar 30 años, y a mí me surgen las voces que siempre menos representatividad social tuvieron, en general alejadas del hombre heterosexual blanco como la voz más representada, lejos de los estereotipos de los héroes de novela y cine, dejé también a los ancianos que son una parte de la sociedad que no es muy escuchada y los niños en la puerta de la maduración, y me pongo en mi propia experiencia porque fui un niño gordo de chico, sufrí sobrepeso durante 10 años de mi vida, y saber además de que internamente uno tenía la diferencia de género, vivir el bullying como gordo, sobre todo en la adolescencia, era terrible; dentro de todas esas categorías a las que uno va entrando de chico, la de ser gordo era humillante, con las cosas que te diferenciaban de los demás que podían hacer lo que vos no podías”.
Eterno retorno
¿Puede un escritor despedirse definitivamente de esa patria de la infancia o es el lugar al que se vuelve como una fuente inagotable donde abrevar? “Está en el epígrafe de El Gran Gatsby (uno de los tres que abren el libro), que dice que se vuelve siempre a la infancia, soy muy nietzschiano en ese sentido, no sólo fue Nietzsche quien me enseñó a matar a la religión adentro mío, sino que también habla del mito del eterno retorno, que tiene que ver con la idea de Sísifo en esto de que se va y vuelve, me parece que habla de tratar de descular la propia existencia, que es la pregunta que lleva a escribir, y a preguntarme quién soy, qué puedo hacer en este planeta”, concluye Giralt.