Una vez al mes, cada luna nueva, dentro de una de las actividades que le ofrece a la ciudad la Secretaría de Cultura de la Municipalidad, un grupo de personas, bien entrada la noche, le da vida al cementerio El Salvador.
Muchas son las razones para que este hecho, que se reitera mensualmente desde mediados del año 2000, llame la atención de una población que, en gran parte, la componen descendientes de aquellos que, sobre el fin de siglo XIX y primeras décadas del XX, bajaron de los barcos; los mismos que después de haber sufrido el desarraigo, escapándole a las guerras, subían con el rostro lleno ansiedad y asombro por la cortada Sargento Cabral, en busca de la puerta de entrada de una ciudad que se aprestaba a cobijarlos.
Trabajo, oficio y deseo de perpetuar la memoria individual y colectiva, integrándose al medio, fueron las claves para que aquellos inmigrantes, mixturaran sus diversas culturas y comenzaran a rendirle homenaje al nuevo lugar que los acogía.
La calle principal del Cementerio El Salvador, es un rosario de monumentos que interpela a la ciudad…
—Los cementerios del mundo, están marcados por las religiones…
—Claro. Por ejemplo, la Iglesia Católica destaca que, cuando uno se muere, “descansa en paz”; y para la masonería es una verdadera blasfemia, ya que para ellos el cuerpo humano no descansa: lo que queda se disuelve para volver a alimentarnos a través de transformarse, entre otras cosas, en abono para que lo incorporemos y se vuelva a cumplir de este modo el ciclo de la vida. La materia transformada deja lugar al espíritu que vuela en busca de otros lugares…”.
—…energía, le llaman algunos…
—“…energía sabia…”.
Dante Taparelli recurre a su verborragia y hurga en sus razones y en sus propias creencias para darle sostén a aquello que lo apasiona. “Me siento rejuvenecido; si tuviera que elegir una actividad sola en mi vida, haría sólo ésta: las visitas guiadas al cementerio”, afirma. Artista plástico y buscador incansable de las señales que la ciudad le ofrece, se muestra agradecido: “Soy el que debo agradecer a la ciudad que me hace sentir como un Moisés”, sostiene apasionado; y agrega: “En El Salvador se abren las aguas del miedo”.
El cementerio de El Salvador fue obra del arquitecto Oswald Menzell. Se muestra a la ciudad desde su pórtico estilo dórico con columnata y frontón, que es su ingreso. Sobre la calle central de acceso, los panteones son ricos en detalles.
—¿Lo que muestra El Salvador, nos habla, de algún modo?
—Los cementerios están llenos de señales y fueron levantados por los mismos inmigrantes que llegaron sin nada, llenos de miedo y con una bolsa de trapo como toda posesión; muy parecidos a estos que vemos peregrinar hoy por Europa en busca de un lugar digno donde vivir. Todos pobres, desposeídos y llenos de miedo.
—Y lo artístico que aflora a cada paso…
—Es Rosario, la que fue construida por inmigrantes que escapaban de las hambrunas ocasionadas por las guerras. El destino de los jóvenes era ser carne de cañón. Algunos lograban subir a los barcos. En plena travesía se casaban con chicas tan necesitadas como ellos, y hacían sus familias. Una vez en tierra, se ponían a trabajar. Eran descendientes de aquellos que, trabajando en las canteras, le hacían los capiteles a Nerón
—¿Cómo han organizado estas visitas nocturnas al cementerio que tiene tanto éxito?
—Es una actividad que, si bien depende de Cultura de la Municipalidad, es para mí un servicio público. Así lo vivo: como un servicio público gratuito.
—¿Cómo lo organizan?
—Lo venimos haciendo desde hace nueve años. Todos los meses, en luna nueva; ya que queremos que la noche no esté iluminada porque se perdería el encanto de la gente que con sus linternas va alumbrando aquellas cosas que nosotros les vamos marcando. Todos iluminan; la gente lleva sus propias linternitas y, además, nosotros tenemos previstas para quienes no las traigan. Todos señalan con el haz de luz.
—¿De cuánta cantidad de personas son las visitas?
—Entre 120 y 150 personas por grupo y formamos dos por noche. Es el máximo que recibimos para que todos podamos aprovechar y hacemos dos grupos por cada encuentro. De este modo mantenemos “el clima”. Hay dos flautas traversas para los que tienen que esperar; el sendero iluminado con velas y con sahumerios.
—…y ha trascendido…
—Sí, algo que empezó como curiosidad, se fue propagando; hicimos grupos para la carrera de antropología; para la Facultad de Medicina. Ha llegado lejos. Ahora, esto nos está diciendo que la sociedad necesita de otras cosas. Debemos prestar atención a la innovación por adentro de cada ser humano ya que la sociedad está rota espiritualmente.
—¿La misma ciudad lo inspiró?
—Cuando me mudé a calle Laprida, hace cuarenta años me anticiparon que podría ser feliz pero que tuviera cuidado con la bruja de al lado. La bruja, Ana María, fue la mujer de mi vida.
—¿Por qué razones?
—Le decían bruja porque era sabia. Cada vez que comenzabas una frase, hablaras de lo que hablases, ella la terminaba. Ella decía, por ejemplo, que a los cementerios había que ir con la cabeza levantada y no con la cabeza gacha. Afirmaba que todo lo que está hecho en los cementerios, salvo lo funcional, está para los vivos; de lo contrario, las vidas pasadas carecerían de sentido. Allí están escritas las experiencias de vida, los sueños, incluye lo moral, lo filosófico, lo social.
—Las personas que van, ¿qué buscan? Yo tengo como explicación simple que una de las cosas que tal vez busquen sea una forma mágica de exorcizarse de muerte…
—Creo que lo hacen por necesidad. Cuando termino, voy por un atajo a la salida para saludar a cada uno, estrechándoles la mano. Y ellos no me largan la mano, las mismas con las que estuvieron aplaudiendo por cinco minutos en medio de un cementerio a las dos de la mañana. Madres que han enterrado a sus hijos una semana antes…Y eso que yo sólo les cuento lo que están viendo. Nadie habla de muerte. Todo es universalismo, conexión.
—¿Esta actividad es un modo de fomentar el cuidado y la memoria?
—Este cementerio como todos los cementerios del mundo; se transforman en los más genuinos museos de la memoria de la sociedad. Leemos las placas y traducimos el simbolismo de lo edificado y la estatuaria que permanece oculto para el lego…
—¿Es su trabajo…?
—Lo voy develando…
—¿Qué siente al hacer esto?
—Me siento honrado. Honradísimo…
—Si pudieras mostrar una radiografía del cementerio, ¿qué se ve en él, en ese monumental homenaje a la muerte?
—La vida. Y nadie habla de la muerte…La muerte es una condición natural que es propia de la vida; sin una no existe la otra. Van a ver la experiencia de la vida pasada; y yo creo que hemos logrado que la gente se vaya en paz, sin miedo…
Taparelli retoma su relato; ahora un monólogo: “Llego temprano; me pongo el frac, tomo el bastón. Todo un rito. Tenemos una foto que hemos armado con fotos encontradas como restos. Vagamos por una ciudad invisible reconstruida. Les digo a quienes han pasado por la visita al cementerio que lo mejor que podemos hacer cada uno para sanarnos es ir al cementerio, ya que para sanar el cuerpo lo primero que hay que sanar es el espíritu. Los comentarios que escuchamos son de paz y alegría; concluye Dante Taparelli.