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22F, la ecuación trágica que desarticuló al 54%

En el pulso de la política, Cristina dimensionó y reaccionó frente a la tragedia de Once varios meses más tarde.

—Cristina dice que no…Que no vayas.

Lacónico, Oscar Parrilli, secretario general de la Gobernación, el más eficaz atajo telefónico para llegar a la presidenta, trasmitió la respuesta. Daniel Scioli escuchó al pie del helicóptero de la gobernación, preparado para volar a la estación de Once que el miércoles 22 de febrero de 2012 ardía de caos y muerte, en shock por el accidente ferroviario.

El gobernador tuvo, antes de despegar, la precaución de avisar –o consultar– a Cristina de Kirchner su decisión de ir al lugar de la tragedia. Lo hizo vía Parrilli y esbozó un argumento desesperado: “El accidente fue en Capital pero las víctimas son bonaerenses, es toda gente de la provincia, Tengo que estar ahí…”, se explicó Scioli, que siempre tuvo un rasgo: estar presente, “dar la cara”, decían los sciolistas en los momentos más dramáticos y feroces.

Pero Cristina dijo que no y Scioli, obediente, acató la indicación: no apareció por Once. La presidenta, como parte de un hábito tatuado en el ADN kirchnerista –Néstor Kirchner, entre otros episodios, apuró su partida al sur cuando se produjo la primera marcha por el caso Blumberg–, tampoco lo hizo. Mauricio Macri, jefe de Gobierno, sí. Cristina demoró casi una semana su aparición en público: lo hizo el 27 de febrero, en un acto en Rosario.

“Le pido a la Justicia, encarecidamente, que las pericias para determinar los responsables directos o indirectos no pueden durar más de 15 días”, dijo. Este martes, más de 3 años y medio después del accidente, un tribunal –que llevó un juicio durante 22 meses– dictó 21 sentencias.

Delay

En el pulso de la política, Cristina dimensionó y reaccionó frente a la tragedia de Once varios meses más tarde. Lo hizo el 6 de junio de 2012 cuando le arrebató a Julio De Vido el área de Transporte para crear un superministerio, con caja y volumen político, que puso en manos de Florencio Randazzo.

No fue el impulso inicial del gobierno, que primero apostó a un recambio en la línea de los secretarios: cuando renunció Juan Pablo Schiavi –que había llegado para ordenar “el sistema” que se consolidó en la era Ricardo Jaime–, De Vido consiguió que Alejandro Ramos, un intendente santafesino de su cercanía, recale como secretario de Transporte.

Fue, con otras caras, un statu quo que se rompió cuando Transporte pasó a Interior.

Aquel traspaso detonó otra sociedad: la que, patrocinada por Kirchner, se estableció con los gremios del sector, que ponían los secretarios de cada área, el famoso “club del transporte” y cuyo expediente más pintoresco fue la incorporación del sindicato de Camioneros de Hugo Moyano como accionista de la línea ferroviaria Belgrano Cargas.

Fines

El accidente de Once quedó sintetizado en la grafía 22F y significó, en el universo político, el fin de la estela todopoderosa del 54 por ciento de los votos que Cristina de Kirchner obtuvo el 23 de octubre de 2011, exactamente 122 días antes de la tragedia en la que murieron 51 personas. Hubo, antes, chispazos como el cepo al dólar y los retoques en las tarifas. Pero la tragedia concentró los peores símbolos: un empresariado pícaro y funcionarios complacientes. Jaime, emblema de aquellas y otras brumas, que para entonces ya no era secretario de Transporte, fue anteayer uno de los 21 condenados, al igual que Schiavi y Claudio Cirigliano, dueño de TBA, la empresa que recibió millonarios subsidios y no supo-pudo-quiso ofrecer un servicio eficiente y seguro.

El 22F fue, a la vez, un síntoma del deterioro de un sistema de beneficios e inacciones en el “club del transporte” y aceleró la transición interna en el kirchnerismo: unos meses antes, Moyano había abandonado el planeta K con críticas a la presidenta. En ese febrero, se inició la tensión entre Cristina y Scioli por los fondos extras para la provincia y 40 días más tarde La Cámpora presentó en la cancha de Vélez a “Unidos y Organizados”, la mega agrupación que Máximo Kirchner soñó como engranaje de un tercer movimiento histórico.

En ese tiempo estalló, además, la causa Ciccone mientras el vice, Amado Boudou, en tertulias marplatenses, debutaba como portavoz de una reforma constitucional para fantasear con la re-re de Cristina. La política ardía pero ningún episodio, por el impacto de las 51 muertes y por la desidia, hirió tanto. Quizá porque Cristina venía de ser tributaria de la solidaridad de muchos ante su dolor y no pareció, con sus ausencias y demoras, trasmitir la misma sensibilidad.

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