Un DNU cada cuatro días. Mauricio Macri cumplió el miércoles pasado su día 20 como presidente y estampó, luego de una travesía de aviones y mensajeros entre Balcarce 50 y La Angostura, su firma en el cuarto Decreto de Necesidad y Urgencia, una herramienta que se supuso excepcional con la reforma constitucional de 1994 pero que los presidentes usaron, más de una vez con exceso de picardía, no por necesidad ni por urgencia sino para gambetear al Congreso.
Por torpeza o por pura osadía, Macri blandió el recurso del DNU en asuntos vedados por la Constitución, como la competencia penal. Ese superpoder de lapicera, denostado por el macrismo y la UCR cuando lo usaron Néstor Kirchner o su esposa Cristina, visibiliza un hábito más áspero: bajo el subtítulo de construir autoridad política, Macri se reveló como un buen aprendiz de los Kirchner, casi un heredero. En las formas, más que antikirchnerista Macri huele a post kirchnerista.
Es, claro, un oficio que requiere premeditación. Cuando el martes 22 se juntó la Comisión Bicameral de DNU, se produjo un episodio sintomático. Cambiemos, con 6 de los 16 butacas, pidió con lógica tener la presidencia por ser oficialismo y a pesar de que el FpV tiene 8 integrantes. Los K, con Diana Conti y Juliana Di Tullio resistentes y furibundas, se oponían hasta que Juan Manuel Abal Medina deslizó la posibilidad de que Luis Naidenoff, radical de Formosa, asuma como presidente.
—Luis, yo te vine a votar para que presidas —dijo, para distender, el massista Raúl Pérez. Abal Medina asintió.
—No, así no…—se paró sorpresivamente Ángel Rozas para irse y se le plegó al instante Mario Negri.
Cuando asomaba la posibilidad de que Cambiemos mande en la bicameral (el voto del presidente es voto calificado en caso de empate), los radicales se retiraron y desecharon la propuesta, ya en medio de un revuelo, de reunirse nuevamente el martes 29. Para los PJ, esto blanqueó la voluntad de la Casa Rosada de que no funcione la bicameral.
Sin control de la comisión, para Olivos parece más conveniente que los DNU queden en un limbo hasta marzo en vez que aparezcan, aunque no alcancen para anularlos dictámenes negativos. Administrativamente hay, incluso, aspectos más simples: el decreto que frenó la reforma Procesal Penal podría, directamente, devolverse a libro cerrado al Ejecutivo con el argumento de que no está dentro de las facultades del presidente.
Sin bicameral, el macrismo ahora tendrá que negociar con su principal socio para la gobernabilidad, Sergio Massa, que gruñe cuando Emilio Monzó le trata de perforar el bloque con acuerdos individuales con los diputados o cuando el PRO lo involucra en pactos que no selló.
Esto ocurrió con la maniobra para sentar a Pablo Tonelli en la Magistratura en el sillón que tenía el FPV, bloque que propuso al neocamporista Marcos Cleri. Pero Graciela Camaño, jefa del bloque del FR, le avisó a Nicolás Massot no sólo que su bancada no avala esa jugarreta sino que su postura jurídica y legislativa respecto de ensambles parlamentarios, mandatos y minorías quedó registrada en un escrito que el FpV manoteó para redactar su objeción a Tonelli.
Los DNU, la imposición de un consejero macrista que congeló la Corte –el kirchnerismo, a 20 días de dejar el poder que ostentó 12 años, tuvo que recorrer más de 600 kilómetros hasta Santa Rosa, La Pampa para encontrar un juez que atienda su demanda– y los cortesanos exprés, configuran a un Macri que no dialoga ni negocia, impone. “No nos gusta, pero se entiende que lo haga…”, dice un peronista que lo padece. Más ácidos son los bonaerenses al medir a María Eugenia Vidal. “Parece Cristina: no te atiende y te quiere pasar por arriba sin saber, siquiera, qué pensás” sintetizó, entre el elogio y la furia, un PJ que monitoreó el derrape del presupuesto, que tuvo a Massa como el actor invisible.
—¿Qué paso? ¿No estaba todo arreglado? —le calentó el teléfono a José Ottavis, camporista que invocó un pedido de Cristina de Kirchner para no aprobar el presupuesto. Eco de días donde el “dice Cristina” era el abracadabra que abría puertas y calladas disidencias.
—A nosotros no nos va a definir la política, Massa —pataleó Walter Abarca, duelista de Ottavis en un bloque que mostró, por primera vez, una fractura de La Cámpora: un puñado de diputados camporistas, que reportan a Wado De Pedro se opuso al entendimiento que patrocinaba Ottavis y dibujó Horacio González. Invocaban una bandera primal del kirchnerismo: el desendeudamiento. “¿Cómo vamos a explicar que le damos un cheque en blanco de miles de millones a Vidal?”, se interrogan. Y callan.