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Trapani: “La duda y la contradicción son un poco mi esencia”

Salvador Trapani habla de su regreso a Berlín, espacio que por estos días festeja sus veinte años, donde el clown, luthier y músico se presentará con “La Royalle”, espectáculo en el que propone un singular y excéntrico viaje plagado de anécdotas. Este viernes, a partir de las 22, en el bar teatro de Pasaje Simeoni 1128.

El regreso de un largo viaje de dos décadas a un escenario que está de festejo y que sirvió como plataforma de despegue y espacio de experimentación, un tiempo de crecimiento y vínculo directo con un público empático que se potenció, que lo siguió, que siempre fue por más, que entendió de rutinas disparatadas e instrumentos no ajenos a cierto exotismo, surgidos del desafío de volver extraordinario lo cotidiano sirvieron para que el clown, luthier y músico rosarino Salvador Trapani vuelva a presentarse este viernes, a las 22, en el Bar Berlín (Pasaje Simeoni 1128), que cumple veinte años este mes. El mismo lugar donde Desconcierto, su imbatible show junto al músico Esteban Sesso (que también está por regresar, ver aparte), estuvo en cartel por tres temporadas, aunque ahora lo hará con el no menos profuso y variopinto La Royalle, estrenado en 2002, un unipersonal de humor excéntrico-musical que ya es un clásico de las propuestas teatrales rosarinas. A través de este espectáculo, Trapani se sumerge en el imaginario popular encontrando en la música y el humor de su anecdotario un medio creativo y de profunda comunicación con el público. De este modo, en la propuesta conviven, merced al inusual y conocido talento de Trapani, aventuras musicales insólitas, anécdotas desopilantes y una gira por un universo de inagotables emociones, con su clown Iván Mitrenko más escurridizo que de costumbre, aunque siempre presente.

—¿Hasta qué punto se puede transgredir la rutina de un espectáculo que hace tiempo que tenés en cartel como pasa con “La Royalle”, siendo que de las estéticas escénicas, la del clown, es la que implica que el actor esté más atento, más vivo y más presente?

—Es verdad, no siempre se vive igual una función, de hecho, la duda y la contradicción son un poco mi esencia, porque además esa es un poco la esencia del clown: es siempre el aquí y ahora y es estar uno mismo, en una misma situación, pero que no siempre es la misma. La vida es cambio, y las personas tenemos, al mismo tiempo, una tendencia a lo estable, a lo ya establecido, a la tranquilidad, al no riesgo. Y ese es el mar de fondo que hay siempre en mi trabajo: el no arriesgar con algo que ya está probado frente al clown que es riesgo puro, porque el público siempre es nuevo por más que se trate de gente que ya te vio mil veces. Y siempre vuelvo a lo mismo: la técnica actoral de un payaso implica tener trazado un camino del que uno se pueda correr y volver al camino cuando uno lo crea oportuno.

—¿Dónde está la inspiración de tu estética que se vale de diferentes recursos para poder producir algo con identidad propia?

—Es una mezcla. Siempre trabajo con instrumentos insólitos, excéntricos que yo mismo construyo; esta es una tradición que arrastramos los artistas excéntricos desde la Comedia del Arte. Pero además, los instrumentos siempre han sido una herramienta de comunicación. Más allá de la búsqueda de la perfección, de la afinación exacta, de esa idea de tomar instrumentos complejos como un violín o un piano y ver hasta dónde se pueden extender los límites para lograr maravillas, lo que aparece siempre al principio es la vibración de una cuerda, lo demás es recorrido.

—Tus espectáculos implican viajes a lugares que quizás no existan geográficamente pero que, de todos modos, aparecen en escena . ¿Cuál es el destino y el balance de este tiempo de trabajo siendo uno de los pocos artistas locales que es profeta en su tierra?

—En principio, es todo agradecimiento, y sobre todo si pienso en el Berlín, un lugar en el que, con Esteban Sesso, hicimos tres temporadas con Desconcierto, todos los viernes, con mucho éxito y fue un fenómeno. Siempre, en algún lugar, incluso me pasó en Italia, lo que fue doblemente conmovedor para mí, encuentro gente que me dice “yo te vi en el Berlín”, y eso para un artista es una fortuna enorme, sobre todo si se piensa en que se trataba de un lugar donde la gente ya sabía que estábamos y nos iba a ver una y otra vez, algo que fue muy trascendente para mi carrera, porque no sólo nos vio mucha gente sino que aquél Berlín era un lugar en el que los artistas locales podíamos probar muchas cosas, era un lugar muy festivo, muy vital.

—¿Cuál es la clave que en estos años hizo que el público elija tu trabajo, esté atento a un nuevo estreno o a una nueva temporada de aquello que quizás ya vio en otro momento?

—Es algo de mi trabajo que no puedo ver nítidamente, aún me cuesta un poco. La vida siempre es complejamente simple, y lo que siento con los años es que soy un artista que tuvo mucha suerte, mucha fortuna de encontrar en esto, me refiero a mi lugar en la actuación y en la música, las herramientas, el vehículo que me permite comunicarme con otros seres que están ahí y que quizás no sé quiénes son, qué piensan, si están sanos o enfermos, si tienen mucho dinero, si no tienen nada; desde el escenario, con una lata de yerba transformada en charango o el clásico serrucho (entre muchos otros momentos o instrumentos), puedo decir “acá estamos, nos encontramos”. Yo siento que el arte, en esto del encuentro, es sanador, nos permite a algunas personas encontrarle sentido a la vida aun cuando parece no tenerlo, sobre todo frente a un mundo que muchas veces se vuelve áspero. Claramente, este trabajo me hace la vida más bella a mí y de algún modo yo puedo hacérsela más bella a los demás.

—Siempre los hechos artísticos son hechos políticos ¿Cuánto de los últimos cambios que hubo en el país y de la realidad política que nos atraviesa se puede llegar a filtrar en tu propuesta escénica?

—Todos somos animales políticos, y por lo mismo, políticamente, estamos atravesando un gran cambio en el país y por lo que se ve no es muy bueno, todo pinta un poco tempestuoso, hay un clima muy enrarecido. Pero el clown tiene un lugar que, con su humor, trasciende todo o debe hacerlo, incluso tenemos que poder reírnos de los hechos más trágicos, y esa es la maravilla y el poder que tiene un clown que, como pasaba con el bufón, el único que le podía decir al rey lo peor incluso poniendo en riesgo su vida, está jugado a decir lo que piensa y siente, porque de otro modo no existiría. Yo siento que un clown no se tiene que sentar en el lugar del poder o de un partido político porque se vuelve aburrido, no pasaría nada. Estoy convencido que en mi trabajo debo ser crítico siempre. Hay que poder burlarse de lo que nos pasa, es patético, terrible, pero es lo que somos, no hay más remedio, es así.

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