Días atrás comencé la lectura de Hernan Casciari, escritor argentino que en diciembre de 2015 sufrió un infarto en Montevideo, Uruguay, episodio que luego describe relatando su miedo a morirse.
Entonces surgió en mí el interés de escribir sobre la muerte. Temas disímiles si los hay, vacaciones y muerte. No era capaz de encontrar algún punto en común, el alejamiento de los conceptos mostraba kilómetros de distancia. Recurrí a unos textos de Sigmund Freud sobre la muerte, al tiempo que recordaba mi definición de las vacaciones, las cuales considero como un paréntesis en la vida. Pensaba si la muerte puede ser definida como un paréntesis en la vida, y no. Considero a la muerte como un antes y un después de la vida. La muerte de un ser querido hace que a partir de ese momento ya no seamos los mismos. Mientras que las vacaciones nos muestran al volver en tan sólo veinticuatro horas que estamos en el mismo lugar, como si nunca nos hubiésemos ido.
Instante en el que descubro que al pensar en vacaciones y muerte, se trata de la negación de la muerte. Como cuando en lugar de decir que alguien murió, decimos “se fue”. El decir “se fue” genera la sensación de volver, pero la realidad es que la muerte no son unas pequeñas vacaciones, no son un paréntesis: se trata de un antes y un después de aquella ausencia.
Francoise Dolto, en su libro “Infancias”, el cual es una autobiografía de su niñez, en un párrafo hace referencia al momento en el cual el niño se da cuenta de que el adulto no sabe qué responder ante la pregunta sobre la muerte. Ella dice en su libro: “¿Cómo es que los grandes no comprenden a los niños? Esto es algo muy sorprendente para los niños; primero porque creen que los grandes saben todo, hasta el día en que, preguntando sobre la muerte, se dan cuenta de que los grandes o bien tienen miedo de hablar de la muerte o, si dicen la verdad, no saben nada acerca del tema; entonces, a partir de ese día, los niños saben que los grandes, si no los comprenden, no lo hacen a propósito. Los niños aprenden ese día que la vida tiene algo divertido, ya que nadie sabe realmente lo que quiere decir. A partir de entonces, o tratan de olvidar que no comprenden lo que es vivir y simulan comprender todas las pequeñeces de cada día para interesarse en eso y huir, como los grandes, o bien permanecen de alguna manera en estado de poetas, y todo lo misterioso forma parte de lo que los hace vivir, aman lo misterioso, lo que no se puede tocar, lo que no se comprende”.
Recordaba en ese “no tocar” aquel instante que falta decir “no lo toques” para que el niño lo haga, como si la misma frase incitara el hacer (lo misterioso interroga).
Aquí una mirada de la muerte desde la visión de un niño. ¿Qué sucede con el adulto? El adulto no puede concebir su propia muerte. Dice Sigmund Freud: “La muerte propia no se puede concebir, tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores (…) En el fondo, nadie cree en su propia muerte o, lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”. El adulto no puede imaginar la muerte de otro sin considerarse desalmado o malo. Mientras que los niños no tienen tapujos en hablar de la muerte despreocupadamente, llegando aun a decírselo a una persona amada, por ejemplo –dice Sigmund Freud–: “Mamá querida, cuando por desgracia mueras, haré esto o aquello”.
Por otro lado, usted lector dirá, tal vez, que no tiene nada que ver hablar de vacaciones y de muerte. Pero si hacemos un intento de referir vacaciones a viaje, de los viajes quedan las fotos y los recuerdos, al igual que de los muertos.
Suena incluso muy fuerte decir la palabra muerte, resuena en nuestros oídos de manera tajante e imperante.
Al tomarnos vacaciones, haciendo referencia a un cambio de escenario cerca o lejos, no importa cuál, nos alejamos de casa, de las rutinas, de los horarios, creemos incluso dejar las responsabilidades y los problemas. Pero al volver, ellos vuelven a emerger, así de golpe. Aquella semana o diez días, o quince, tan sólo fueron un paréntesis en el año, para luego todo volver al mismo lugar, con recuerdos y fotos en el haber, para compartir y mostrar a quien le guste, con caras sonrientes y felices que no muestran aquel detrás de cámara. Fotos que no revelan los caprichos ni las peleas, ni los días lluviosos.
De los seres queridos que partieron también quedan las fotos y los recuerdos. Atrás en el olvido se alejarán los malos recuerdos como imposibles (los días lluviosos).
Detrás de una pérdida debe haber un duelo e intentar que éste pueda tramitarse y evitar como desenlace un duelo patológico, el cual se conceptualiza como aquel estado en el que el sujeto no puede aceptar la pérdida de aquella persona amada, produciéndose un estado del sujeto en el cual se menosprecia y empobrece. Mientras que en el duelo normal, el sujeto transitará la falta con sus particularidades y propios interrogantes que le permitirán elaborar dicha pérdida, desde una historización desde el pasado, el presente que transita y el futuro que proyecta con dicha ausencia en su pesar.
Vuelvo a pensar en la disparidad de hablar de vacaciones y de muerte. Así en crudo suena algo disparatado. Tal vez porque la muerte no me ha sido ajena a llevarse un ser amado, tal vez porque las vacaciones llegaron tarde y se fueron rápido, o tal vez porque la hoja estaba en blanco.
Usted lector podrá reírse, juzgar bizarro o quedarse pensando en algo. Mis vacaciones llegaron tarde, y la muerte de un ser querido suele llegar y desestabilizar. No llega ni tarde, ni temprano, tan sólo ocurre, y sólo si ocurre usted sabe de qué se trata; cuando es violenta o inesperada es más traumática; cuando es por enfermedad, la espera es más agónica y angustiante.
La muerte se metaforiza como viaje y partida, quizás dicha metáfora esconde el significado del deseo de vuelta, si hay un viaje y una partida está la posibilidad del regreso.
Incluso se suele utilizar en muchas ocasiones la palabra destino para referirse a la muerte, como si fuese su hora o el destino ya estuviese prefijado.
A lo largo de la vida transitamos pérdidas, pero la palabra pérdida no sólo remite a muerte. Ya desde niños atravesamos duelos, la pérdida del cuerpo de la niñez, la pérdida de los padres de la infancia, la pérdida de dejar de ser un joven para intentar ser un adulto, la pérdida de ideales, de sueños que no llegan y demás. Cada sujeto tramitará dichos duelos a su manera e intentará resignificar la falta, cada sujeto a su tiempo.
Dice Freud: “Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”.