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En el nombre del chamamé

El talentoso músico Raúl Barboza vuelve a tocar en la ciudad, y esta vez habló sobre su último trabajo, de la actualidad del género, de la innumerable cantidad de discos registrados y del sometimiento que sufrieron las lenguas originarias.

Raúl Barboza es un embajador mundial del chamamé. Llevó el acordeón por los cinco continentes y fue distinguido con la Orden de Caballero de las Artes y las Letras de Francia. Inquieto, innovador e incansable, el músico cruza el océano varias veces al año, se presenta en trío fusionando el chamamé con el musette francés, o en cuarteto, recrea su repertorio más reciente y los clásicos del litoral. Esta noche, a las 21, Barboza desembarcará en el Teatro de Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza), donde se presentará junto a Nardo González en guitarra, Cacho Bernal en percusión y Roy Valenzuela en contrabajo.

Entre otros temas, Barboza se refirió al modo singular de ejecutar el chamamé y a la actualidad del género. “Estoy con gran felicidad de poder estar en esta ciudad linda y próspera, y tan cerca de mi espíritu, porque yo, en mi primera juventud, visitaba mucho Rosario porque vivía un compañero de la escuela de mi mamá y después fue algo así como un primo hermano, que fue don Tarragó Ros. En Rosario, él tenía un salón de baile de chamamé donde yo solía ir a tocar de tanto en tanto y lo visitaba en su casa porque él era de la misma ciudad donde nació mi madre y mi padre, Curuzú Cuatiá (Corrientes), entonces teníamos esa amistad, ese acercamiento. Y ahí cerca también hay un gran bandoneonista que trabajó mucho en Europa, tocó con la Orquesta Sinfónica de Londres, es un gran arreglador de música y vive en Granadero Baigorria: el Cholo Montironi, a quien hace mucho que no veo. El Cholito es un extraordinario músico y una persona muy sensible a quien yo conocí en París”, expresó.

—Por “Chamamémusette” fue distinguido por tercera vez con el Gran Prix Charles Cros de la Academia de la Música de Francia…

—Así es, la primera vez fue por los años 90. Fue un premio colectivo que se le dio al disco que se llamó Paris Musette; el musette vendría a ser el vals francés que es un poco la identificación de París y de toda Francia, como el chamamé es la identificación de la música del litoral y el tango la de Buenos Aires. Ahí me escucharon tocar en una reunión un vals que acá se llama “Que nadie sepa mi sufrir”, y en Europa tenía otro nombre que es en francés, “La Foule”, que quiere decir la multitud, que lo había grabado Edith Piaf. Ella quiso grabar ese vals pero debieron cambiar la letra porque no podían hacer una traducción literal dada la fonética, entonces mucha gente pensaba que era un tema de ella y que era música francesa; durante varios años estuve corrigiendo ese error hasta que encontré una partitura donde estaba escrito el nombre del autor de la música, que era muy amigo de mi papá y gran amigo mío, Ángel Cabral. Yo toqué en una reunión y el productor del disco, Patrick Tandin, me preguntó si yo quería grabar ese tema a la manera que yo lo toco, que es completamente diferente a la forma de interpretar de los acordeonistas franceses. Es más cantable, tiene otro sonido, no es que sea mejor ni peor. Yo le puse “Que nadie sepa mi sufrir (La Foule)”. Lo grabé así para que haya una identificación del tema para respetar al autor y la línea melódica, dando a entender que en realidad el tema tiene otro nombre en Argentina aunque en Francia todo el mundo lo sigue llamando “La Foule”.

—A lo largo de su carrera, ¿cuántos discos grabó?

—No me acuerdo, yo no sé si son más o son menos, son varios. Nunca utilizo la palabra muchos. Hice varias grabaciones en Argentina en distintas compañías discográficas, la primera fue Columbia, después, el maestro (Ariel) Ramírez, cuando terminé mi contrato me pasó a la Philips, y cuando terminé el contrato allí me llamaron de Microfon, donde estaba Julio Mahárbiz. Luego me enojé y me fui a vivir a Brasil porque ahí tenía más libertad para tocar, no estaba presionado para hacerle caso a quienes querían hacer un comercio de la música, yo nunca me adherí a ese pensamiento. Dije que no quería grabar más. Eso fue a mediados de los 80. Después me instalé en Japón, donde había estado tres veces tocando. Para Japón grabé un disco de tango porque tenía ganas de grabarlo, me sentía con la capacidad de poder hacerlo, porque es una música argentina, pertenece a mi país y porque tuve músicos de los cuales aprendí mucho, y era como rendirle homenaje a los músicos de mi país que tocan otros ritmos; entonces grabé, entre otros, cuatro temas con la orquesta sinfónica de Carlitos García, y otros como “Adiós Nonino”, siempre de manera autodidacta porque yo no leía.

—¿Considera que hay un resurgimiento del chamamé ante tantos festivales, fusiones y músicos jóvenes dentro del género?

—Hay una cosa que es muy importante saber y tener en cuenta: el chamamé siempre fue muy importante en esta zona, esto es en Misiones, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Chaco. Ahí trabajaban Ernesto Montiel, Tránsito Cocomarola, Mario Millán Medina, Tarragó Ros, Damacio Esquivel. Y no olvidemos que la compañía Odeón subsistió gracias a la existencia de los discos que vendía Gardel, Cocomarola y Tarragó Ros. Lo que ocurre es que en las grandes ciudades, las potencias económicas querían hacer del chamamé una música “cómica”, una música como para que sea trabajada y tocada sin respeto, pero siempre hubo músicos de una gran calidad, a punto tal que Ástor Piazzolla era un  ferviente admirador de Cocomarola, de Isaco Abitbol y de Montiel.  No obstante yo convengo en que la música está pasando por un mejor momento porque se ha comprendido que no se puede tener a un pueblo amordazado. Desde que llegaron los extranjeros a nuestra tierra lo primero que se hizo fue impedir a los autóctonos que hablaran el idioma de su tierra, se obligó a hablar el castellano. En todo el país se intentó cambiar la espiritualidad de los autóctonos. Como los guaraníes hablaban guaraní o yopará, en muchos casos esos hombres y mujeres venían a Buenos Aires o a Rosario, y por no hablar bien el castellano tenían los peores trabajos, y claro que no podían tener los mejores lugares en el arte. Motivo por el cual siempre estuvo supeditado al capricho no bien visto, o al deseo bien visto, pero no los dejaban en libertad de poder poner la música del litoral, de elegir horarios y solamente se la escuchaba en horarios muy temprano o muy tarde, cuando el hombre se iba a trabajar o cuando el hombre llegaba a su casa, mientras tanto, durante el mediodía, era la música extranjera la que más se escuchaba.

Nuevo compendio de vivencias que buscarán llegar al corazón del escucha

Por: Daniela Barreiro

El encuentro entre Raúl Barboza y su público rosarino ocurrirá meses antes de la edición de un nuevo material de estudio que saldrá a la venta a mediados de año. El material, que aún no cuenta con título, ya fue grabado y se encuentra en pleno proceso de posproducción. “Le estamos poniendo los botones, retocándolo un poco porque hay lugares en los que tira un poquito, hay cosas que hay que borrar y otras que mejorar. Va a salir para julio o  agosto. En ese momento voy a venir por un tiempo cortito, porque tengo que viajar a Europa por compromisos de conciertos”, dijo el acordeonista adelantando las presentaciones del nuevo material, ese que se presenta como “un pequeño cuadernillo de vivencias donde cada tema tiene una razón de existir”. “Generalmente, cada tema tiene que ver con alguna vivencia, hago una melodía acorde a lo que he vivido. Después, en los escenarios, comento lo que ocurrió.  Hay temas nuevos que tienen algunas improntas diferentes. El disco fue iniciado en primera instancia en trío, acordeón, guitarra y contrabajo; ahora hemos solicitado a Cacho Vernal si podía agregar algunos timbres de percusión. Vino y se pudo agregar después de grabado. No es mi gusto ni mi manera de tocar pero en esta oportunidad no había forma de hacerlo de otro modo. El disco tiene mayores graves y muchos matices. El color del grupo es siempre el mismo, pero trato que cada música tenga su personalidad”, adelantó, al tiempo que confesó que este nuevo (futuro) disco, “no tiene un recorrido como tenía La Misa Criolla o Mujeres argentinas, donde uno va preparando el disco en función de un título. Aquí he grabado temas, vivencias, vamos a ver qué título le podemos poner”.

Si bien el próximo disco de Barboza no posee algo así como un “hilo conductor”, su carrera y obra sí lo tienen: “Es el amor hacia la música; cada música tiene un hilo conductor que es tratar de llegar al espíritu de la gente y que cada tema traduzca o les llegue a cada uno de los que escuchan algo de paz y tranquilidad, teniendo en cuenta todas las cosas desagradables que uno vive sin querer vivirlas, por lo menos que la música sirva para eso. Ese fue siempre mi pensamiento. Pienso que el arte es la expresión del alma, el espíritu. Con los años, he logrado comprender que soy sólo un ejecutante, la vida me da las posibilidades de tomar una muy pequeña parte de ella y ponerle una melodía, que pasa a través del acordeón y, como yo no canto, el acordeón traduce mis sentimientos. Mi acordeón es el traductor de mis sentimientos y juntos intentamos que esos sentimientos lleguen al corazón de quien está sentadito escuchando”.

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