Dos jóvenes programadores locales lanzaron una aplicación para celulares. Se trata de Piropo.club, cuyo fin es que los usuarios conozcan gente, se relacionen e interactúen en línea y algo más. El flamante proyecto, disponible desde hace aproximadamente dos semanas, logró suscribir a más de 600 personas desde su comienzo, una cifra que, según refirieron a El Ciudadano los mentores de la iniciativa, es un excelente número que superó las expectativas iniciales.
Pese a que no cumplió los 30, Cristian Cortez tiene una importante trayectoria en diseño de distintos tipos de aplicaciones. Su nombre, de hecho, ya resuena a nivel internacional entre los más avezados en la materia y trabaja junto a su compañero en otros cinco proyectos que piensan lanzar en los próximos meses. Uno de ellos es el Truco.club, algo tan argentino como el “piropo”.
Para esclarecer los conceptos a aquellos que no están familiarizados con este tipo de funciones, los emprendedores contaron que la nueva aplicación tiene algunas similitudes con la estadounidense Tinder, “aunque con algunas variantes”.
A la hora de resaltar cómo se les ocurrió lanzar el producto, Cortez explicó que, por un lado, el argentino se suele enganchar mucho con los sitios e internet o a través de celulares que proponen conocer gente. Por otra parte, dijo que, sorprendentemente, advirtieron que el mercado en el país se los disputan dos empresas extranjeras y que una de ellas es Tinder. La otra es Happn.
Por los medios de comunicación también supieron que Argentina es uno de los países con más iPhone per cápita de toda Latinoamérica, lo que los movilizó para pensar en algo que tuviera más que ver con las costumbres locales.
“Después de haber viajado a Estados Unidos y ver cómo es Tinder te das cuenta de que es un producto desarrollado para otra cultura. Los latinos somos más de abrazo, de beso, rompemos el hielo de otra manera y justamente esa aplicación nos transmite algo más frío”, dijo Cortez sobre el producto norteamericano. De hecho, una inquietud los movilizó: ¿Cómo puede ser que se disputan el mercado estas aplicaciones que no tienen nada que ver con nuestra forma de ser?”.
“En Europa o Estados Unidos –continuó el programador– nadie sabe lo qué es un piropo porque culturalmente no es algo que harían. En cambio, nosotros no tenemos esas trabas. Y pensamos en cómo en Argentina, que es la cuna del Tango, del romance y la novela, estemos usando una aplicación extranjera”.
Para acceder a Piropo.club los usuarios pueden bajarla en forma gratuita en “el Play Store de Android” en todos los teléfonos que funcionan con este sistema operativo. No obstante, también está disponible su descarga, a través de la web, para Blackberry, hoy ya en vías de extinción. Además, los jóvenes trabajan actualmente para su desarrollo para iOS, para todos los productos Apple (iPhone, iPad).
Una vez que se accede a la aplicación, aquellas personas que en algún momento cruzaron un “Me gusta”, tienen la posibilidad de acceder a sendos perfiles y “cruzarse” mediante “chat en tiempo real”.
“También hay grupos, de manera que si una persona le dio «Me gusta» a esos grupos, la aplicación la conecta con gente que participa de esos núcleos y la misma Piropo.club detecta a las personas compatibles entre sí, de modo que les da la opción de interactuar”, explicó Harald Valdivieso, la otra mitad de esta sociedad creativa.
Mientras mostraba en sus teléfonos móviles cómo se usa la aplicación, Cortez insistió en que “buscamos hacer un producto más cercano a nuestra realidad, a cómo somos”. Así, consideró que en Tinder, por ejemplo, se filtran datos como el sexo, la preferencia o en qué lugar está la persona que puede ser compatible. “Creo que todo eso le quita el interés, porque lo que la mayoría de la gente quiere cuando entra a un lugar a conocer personas es entrar en ese juego de no saber quién está del otro lado e ir averiguándolo, ir descubriendo cosas del otro e ir conociéndose a medida que se sabe más”, agregó.
Para darle un toque más cálido, los programadores pensaron en la elección de los colores y, para que no fuera “tan frío”, se decidieron por el púrpura. También acotaron que tuvieron en cuenta la accesibilidad, de modo que sea sencillo de usar.
Como Roberto Galán, pero en la era 2.0
Antes de internet y las redes sociales, los ámbitos destinados a conocer a personas con posibilidades de establecer una relación sentimental estaban reducidos a lugares determinados, como bares temáticos y ámbitos generados “ad hoc”. También existía la opción del “correo sentimental” de las revistas. El rubro “amor”, siempre tan demandado en todas las épocas, no quedó fuera de los cambios culturales que impuso el boom tecnológico, primero con la irrupción del chat y después con las líneas telefónicas 0-600.
Pero un día apareció Tinder y arrasó con todo. Es básicamente una red social, como Facebook y Twitter, para interactuar desde el teléfono con gente según el deseo del “consumidor”. La principal característica es que todos saben lo que buscan, por lo que nadie desconoce que los participantes van por algo más que “conocer” gente. El objetivo final es seducir y concertar un encuentro; lo que suceda de ahí en más, ya forma parte de la vida real.
Para integrarse a Tinder, por ejemplo, el suscriptor define gustos (sexo, edad y hasta cuántos kilómetros a la redonda debe estar su candidato) y el programa selecciona los perfiles que reúnan esos requisitos. Entonces llega el turno de armar un “book” de fotos, con la posibilidad de nutrirlo con imágenes que la propia aplicación importa desde Facebook.
Hecho esto, entonces sí, es hora de ingresar al mercado del amor para mirar y ser mirado. Corazón o cruz, son las únicas herramientas disponibles, con lo cual no hay lugar para los grises: te gusta o no te gusta la persona que se exhibe con una galería de fotos siempre llamativas, de perfiles favorecidos y en situaciones de festividad y alegría.
Al presionar el botón de la cruz se le indica al programa que no hay interés por esa persona, entonces su imagen desaparece de la vida virtual. En cambio, cuando se elige “corazón”, la aplicación guarda ese dato a la espera de que el otro usuario también opte por la misma opción. Si hay coincidencia, casi al mismo estilo de Roberto Galán con su inolvidable “Yo me quiero casar, ¿y usted?”, se accede a la instancia del diálogo privado a través de un chat. Hasta ahí llega el trabajo del programa, porque desde entonces todo dependerá de la sintonía de los usuarios.
La otra aplicación que reina en el mercado –y que en los últimos tiempos sumó una importante cantidad de seguidores– es Happn, básicamente con la misma tónica de Tinder pero con una particularidad: alerta sobre usuarios que se encuentran geográficamente cerca entre sí, para mantener vivo en el mundo virtual el inoxidable “flechazo” callejero entre dos personas que se vieron de casualidad en la calle y se gustaron.
Así las cosas, la tecnología brinda posibilidades, derriba ciertas barreras y ofrece algunas zonas de confort para establecer relaciones. Sin embargo, lo que no puede hacer (al menos por ahora) es que la gente se quiera.
El futuro está en el exterior
Harald Valdivieso contó que tuvo su primera computadora a los 15 años y a partir de allí se apasionó por la programación. El joven es de nacionalidad peruana, pero llegó a Rosario cuando terminó la escuela primaria, luego realizó el secundario en la ciudad y posteriormente ingresó a la carrera de Ingeniería Electrónica de la Universidad Nacional de Rosario cuando apenas tenía 16 años. Sin embargo, después de cursar el tercer año decidió cambiar por Ingeniería Industrial.
Actualmente, los dos emprendedores se dedican a desarrollar proyectos ambiciosos y confesaron que su deseo es abrir un estudio. Aunque aún trabajan de manera “freelance” (a medio tiempo), no descartan la posibilidad de radicar su lugar de trabajo en el exterior.
Próximos a viajar a Estados Unidos, Cortez y Valdivieso aspiran a conseguir inversores para sus iniciativas. “El año pasado viajé a San Francisco para establecer contactos con clientes. Lo cierto es que acá hay talento, pero si todo nos sale bien, quizás nos iremos a trabajar al exterior”, señaló el más veterano de los programadores, quien además dicta cursos en el Polo Tecnológico Rosario y en 2015 organizó Emprendevs, un entrenamiento de 48 horas para programadores y diseñadores locales que, según refirió, tuvo mucho éxito y se repetirá en el transcurso de este año.