Como un Frank Underwood sudamericano, con pocos votos y, al parecer, con muchos crímenes, Eduardo Cunha venía limpiando con eficacia su camino hacia lo más alto del poder en Brasil. Cuando, después de la votación del Senado de este miércoles, Dilma Rousseff sea suspendida y la reemplace el vice Michel Temer, aquel debía quedar como “número dos” del Estado y presidente en funciones cada vez que el nuevo mandatario viaje al exterior.
Su saga de intrigas incluyó en 2010 una alianza inicial entre su facción del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y el Partido de los Trabajadores, con una fracción del voto evangélico como moneda de cambio. Luego, en febrero del año pasado, se desmarcó y logró derrotar al candidato de Dilma a presidir Diputados, colocándose segundo en la línea sucesoria. Poco después rompió, directamente, pero “a título personal”, con el gobierno. Más tarde, acosado por clamorosas denuncias de coimas y de financiación ilegal de las campañas de decenas de diputados que le responden ciegamente, intentó vender al mejor postor su prerrogativa de dar entrada o archivar los pedidos de juicio político. Se ve ahora con quién arregló. Hasta el jueves pasado.
A algunos les gusta creer en las coincidencias y, a otros, en la conspiraciones, pero lo que nunca falla es creer en los hechos. Las acusaciones en contra de Cunha son de larguísima data, pero la acusación que le hizo el procurador general de la República, Rodrigo Janot, ante el Supremo data de diciembre, cuando su supuesta caída en desgracia hizo que algunos analistas se apresuraran a pensar que el juicio político a Dilma estaba caído.
Los hechos indican que, tras el receso legislativo estival, Cunha admitió el impeachment por las llamadas “pedaleadas” fiscales, encolumnó a su tropa y actuó coordinadamente con la oposición para elevar el caso al Senado. Dilma perderá el gobierno, por una suspensión de 180 días pero acaso definitivamente, pasado mañana. La “misión” de Cunha está concluida. Así, como si obrara una refinada maquinaria política y judicial, tras dormir largamente en los cajones del Supremo, uno de sus jueces, Teori Zavascki, desempolvó el caso el jueves pasado, en un hecho sin precedentes y justo antes del cambio de mando en el país.
Al parecer, el magistrado buscó condicionar con su cautelar a un cuerpo en el que Cunha venía operando alguna sanción menor por la aparición de cuentas con cinco millones de dólares inexplicables en Suiza. Lo logró, a juzgar por la goleada de 9 a 0 a favor del apartamiento con el que se cerró la jornada.
Siguiendo con los hechos, el apartamiento es, en principio, una gran noticia para Temer. Por un lado, porque se ahorrará asumir la Presidencia teniendo al lado, como socio privilegiado y virtual vice y reemplazante en cada viaje, al político más repudiado de Brasil, lo que no es poco decir, con casi un 80 por ciento que no hace distinciones de oficialistas y opositores.
En ese sentido, su ausencia será providencial para un Itamaraty que, “de vacaciones” durante la semana de espera, ya se prepara para el desafío titánico de emprolijar la imagen internacional de un gobierno que, a los ojos del mundo, nacerá manchado por sospechas de conspiración.
En segundo lugar, Temer eliminaría a un hombre de ambiciones desmedidas. Según la Constitución, si a la falta de la presidenta se sumara la del vice, Brasil iría a elecciones en caso de que la acefalía se produjera en la primera mitad de mandato, esto es antes del próximo 31 de diciembre. Si se produjera después, el Congreso debería nombrar a un nuevo presidente hasta el final del mandato.
¿Puede un político tan refinadamente maquiavélico, en el mejor sentido de la palabra, caer con tanta facilidad? ¿Qué minas deja enterradas?
Por lo pronto, será reemplazado en el comando de la Cámara baja por el actual vicepresidente, Waldir Maranhão, de otra agrupación, el derechista Partido Progresista, pero incondicional de la “escudería Cunha”. Un hombre de trayectoria tan sinuosa como su referente, al punto de que en el proceso de impeachment cambió de idea a último momento y, desobedeciendo a la conducción del PP, votó a favor de Dilma. A propósito, Maranhão es investigado por el Superior Tribunal Federal en dos presuntos casos de lavado de dinero en relación con el “petrolão”. El semillero viene complicado, parece.
Es improbable que Cunha no haya estado detrás de ese cambio de voto de su mano derecha, todo un mensaje cifrado que el propio diputado depuesto se encargó de aclarar la semana pasada. Maranhão, que defendió a la presidenta, será desde ahora el encargado de admitir o rechazar los pedidos de juicio político que comienzan a plantearse contra el propio Temer, quien, recordemos, firmó en ocasión de viajes de Dilma varios decretos con las mismas “pedaleadas” que le están por costar la cabeza a aquella.
Por si fuera poco, Cunha también sugiere que, si tiene que caer, podría elegir hacerlo aferrado al mantel. ¿Y si él también se convirtiera en un “arrepentido” de la Justicia?
El senador Jorge Viana, del Partido de los Trabajadores, dijo a propósito de esas versiones que si Cunha habla, “derrumbaría la República de Temer”.
Más que terminar, la crisis política de Brasil no hace más que renacer.