Cuando un paradigma, cuando una forma de ver el mundo comienza a agrietarse, empiezan a ocurrir hechos inesperados poco tiempo antes: un ejemplo lo dio en los últimos días el FMI al realizar una nueva y esta vez más profunda crítica de al menos algunos postulados del neoliberalismo.
No es la primera crítica “desde adentro” de ese enfoque económico, político y social, sino que se trata del largo camino que viene recorriendo un “pos-Consenso de Washington”.
Quizás unas de las primeros movimientos en ese sentido fue una recordada conferencia de Joseph Stiglitz en 1998, cuando se desempeñaba como vicepresidente del Banco Mundial y aún no era Premio Nobel, en el que convocó a la utilización de “más y más amplios instrumentos” de política económica.
Recién había sacudido el mundo la crisis asiática y a Stiglitz le preocupaba que el enfoque neoliberal estuviera demasiado centrado en la reducción de la inflación, sin tomar en cuenta otros aspectos del desempeño económico de los países, necesarios para un desarrollo sostenido.
El FMI, por su parte, viene haciendo una serie de ajustes, al menos discursivos, a sus enfoques, urgido por la falta de resultados satisfactorios en el crecimiento y la estabilidad globales tras la crisis financiera de 2008.
Pero ahora decidió dar un paso más, a través de un paper dado a conocer por los economistas Jonathan D. Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri, quienes hacen quedar como verdaderos “duros” a algunos exponentes locales (y regionales) de la propaganda neoliberal.
¿Qué dijeron estos expertos del Fondo? No hicieron una crítica completa a las ideas de libre mercado, pero sí reconocieron que esa agenda tiene serios baches.
Por un lado, mostraron el vaso medio lleno: aseguraron que la expansión global del comercio registrada durante los últimos años de auge neoliberal “rescató a millones de la pobreza más abyecta”.
También señalaron que la inversión extranjera directa ha sido una forma de transferir tecnología y conocimiento de los países desarrollados a los países en desarrollo.
Además, elogiaron las privatizaciones, al considerar que en muchos casos eso llevó a “una más eficiente provisión de servicios y a la reducción del déficit fiscal” en distintos países.
La autocrítica llegó a través de otros aspectos del neoliberalismo que los autores reconocieron que “no han dado los resultados esperados”.
Principalmente, advirtieron que la remoción de restricciones al movimiento internacional de capitales –la llamada liberalización de la cuenta de capital– resultó perjudicial.
También advirtieron que las políticas de austeridad fiscal pueden llegar a ser un peor remedio que la enfermedad que buscan combatir.
Puntualmente, señalaron que, sobre esos aspectos, no se puede decir que a través de la evaluación de un gran número de casos a nivel internacional hayan tenido impactos positivos en términos de crecimiento.
También marcaron que donde se aplicaron esas políticas “los costos en términos de creciente desigualdad” –un tema que ahora está en el centro de la agenda también en los países desarrollados– fueron “prominentes”.
Y los economistas del Fondo terminaron admitiendo algo fundamental que los críticos del neoliberalismo vienen advirtiendo hace ya décadas: que más desigualdad significa en última instancia un perjuicio para los países, tanto en el nivel como en la sostenibilidad del crecimiento económico.
“El crecimiento de la desigualdad engendrada por la apertura financiera y la austeridad puede recortar el crecimiento, justamente aquello que la agenda neoliberal tiene como intención impulsar”, reconocieron.
Los economistas del Fondo advirtieron que ahora “existe fuerte evidencia que la desigualdad puede reducir significativamente el nivel y la durabilidad del crecimiento”.
La evidencia del daño económico que provoca la desigualdad sugiere que los responsables de las políticas “deberían estar más abiertos a la redistribución (del ingreso) de lo que están”, agregaron.
Las conclusiones son algunas de las más contundentes que se han expresado desde el organismo internacional en ese sentido y muestran que hay un paradigma que –aunque sea desde la teoría– se está agrietando.