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Belgrano y el rey inca, la idea que pudo cambiar la historia

El general Manuel Belgrano, poco antes de reasumir como jefe del Ejército del Norte, propuso ante el Congreso de Tucumán que se aprestaba a declarar la Independencia la instauración de una monarquía Inca en América del Sur, una propuesta que contó con el beneplácito de José de San Martín y Martín Miguel de Güemes, pero que causó estupor entre varios representantes porteños.

Tras liderar las campañas militares en el norte del actual territorio argentino, y obtener victorias en las batallas de Tucumán (24 de septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero), Belgrano fue enviado a Europa en 1814 en misión diplomática.

Era parte de una misión que intentaba lograr el reconocimiento de la independencia para las Provincias Unidas del Río de la Plata por parte de las potencias europeas.

El creador de la bandera inició contactos con el gobierno inglés, junto con Bernardino Rivadavia, quien llevaba instrucciones secretas del entonces director supremo, Gervasio Antonio Posadas, para que negociara el ofrecimiento de una Corona en el Río de la Plata a un príncipe británico o español.

Esos esfuerzos diplomáticos resultaron infructuosos y Belgrano notó que, en esa Europa de la restauración de la Santa Alianza vencedora de Napoleón, existía un fuerte rechazo a las ideas de republicanismos e independencia.

En el Congreso de Viena, congregado en Austria en 1814, las monarquías absolutistas discutieron el retorno a las fronteras y las concepciones absolutistas anteriores a la Revolución Francesa, iniciada en 1789.

“Tras ese viaje, Belgrano se convence de que lo mejor para la supervivencia de la causa americana es la formación de una monarquía parlamentaria. Había que tener un rey, y con una dinastía de linaje americano. Así se lograría el apoyo de las poblaciones de Perú y el Altiplano a la lucha por la emancipación”, explicó el historiador Gabriel Di Meglio.

En ese contexto, Belgrano se dirige al Congreso el 6 de julio de 1816 y explica la situación que se vive en Europa: el fortalecimiento de los absolutismos y el retroceso de las ideas liberales.

En consecuencia, el ex integrante de la Primera Junta de Mayo sostiene que, ante ese panorama internacional, la mejor forma de gobierno de esa nación que buscaba su independencia era el de “una monarquía temperada”, conformada por la Casa de los Incas, despojada de su trono por los españoles 300 años antes.

“Era una idea que contaba incluso con el respaldo de Güemes, quien desde Salta había rechazado sucesivas incursiones realistas, y de San Martín, que desde Cuyo preparaba el Cruce de los Andes”, sostiene Di Meglio, autor de la Trama de la Independencia, un libro de reciente aparición.

Ese Estado monárquico de origen americano tendría su capital en Cuzco, antigua sede del Imperio Inca, con el propósito de sumar el apoyo de las poblaciones de Perú, Bolivia y Ecuador, y tendría un carácter parlamentario.

La iniciativa de Belgrano concitó el rechazo de Buenos Aires, cuyos delegados veían en la elección de esa capital andina una eventual pérdida de la centralidad ostentada por el puerto.

A 30 años de esa sesión en Tucumán, Tomás Manuel de Anchorena, quien fue diputado por Buenos Aires, le contó a Juan Manuel de Rosas la reacción de los representantes porteños ante la iniciativa del letrado y militar.

“Nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante de la idea (…) le hicimos varias observaciones a Belgrano, aunque con medida, porque vimos brillar el contento de los diputados cuicos del Alto Perú y también en otros representantes de las provincias. Tuvimos por entonces que callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento”, le escribió Anchorena en esa misiva dirigida al Restaurador de las Leyes.

Tres días después de haberse declarado la Independencia, y cuando el sistema de organización política que debían darse las Provincias Unidas era cuestión de fervorosos debates, el presbítero Manuel Antonio Acevedo, diputado por Catamarca, propone la elección de un monarca descendiente de los incas.

Anchorena le aclara a Rosas que no le molestaba en sí la idea de la monarquía constitucional, pero sí que se coronara a “un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en un elevado trono”.

Pero, ¿quién era entonces el principal candidato a ocupar ese trono americano soñado por Belgrano? En Tucumán se mencionó el nombre de Juan Bautista Tupac Amaru Monjarrás, hermano de José Gabriel Condorcanqui Noguera, también conocido como Tupac Amaru II, líder de una sublevación que en 1870 puso en jaque el dominio español sobre el Perú.

Sin embargo, existía un problema para coronar a este hermano del gran Tupac Amaru, y era que se encontraba cautivo desde 1783 en una prisión de Ceuta, una posesión española en el norte de África.

Desde allí, Juan Bautista siguió con entusiasmo la lucha por la emancipación americana a través de las noticias que le traían los sucesivos cautivos que recalaban en esas mazmorras.

La oposición de los diputados porteños diluyó la iniciativa de Belgrano, en medio de las farragosas discusiones del Congreso emancipador, y resultó del todo abandonada cuando el cuerpo se trasladó a Buenos Aires, en 1817.

Los representantes sesionaron en la capital hasta 1820, cuando la batalla de Cepeda provocó la caída del Directorio encabezado por José Rondeau, y el triunfo de los caudillos Francisco Ramírez (Entre Ríos) y Estanislao López (Santa Fe) sobre el centralismo porteño.

En cuanto a Juan Bautista Tupac Amaru, Bartolomé Mitre consigna, en unos de sus trabajos históricos, que el portador del linaje de los incas resultó liberado en 1823 y se trasladó a Buenos Aires.

El gobierno de la provincia le entregó una pensión con la que costeó su existir hasta 1827, año en el cual muere y es sepultado en una tumba sin identificación en el cementerio de la Recoleta.

La redacción del Acta de Independencia en quechua y guaraní es un reconocimiento de la entrega que los pueblos originarios hicieron a la lucha por la emancipación, y constituye la huella que dejó en ese Congreso aquella idea de Belgrano, que no pudo prosperar en ese país que nacía.

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