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FTR: La farsa de la corrección política

El creador Emilio García Wehbi pasó por el encuentro rafaelino con “El grado cero del insomnio”, un espectáculo potente
y provocador que, partiendo de paradojas y contradicciones, sirve para repensar el lugar de lo femenino en el presente

Como eyectadas al presente desde el estudio de un viejo programa de la televisión argentina de los 80, urdidas con esa estética que satura la belleza femenina para acercarla casi a lo esperpéntico, un grupo de mujeres, entre Amazonas posmodernas y la legendarias Erinias, se apoderan (literal y metafóricamente) del espacio escénico, y con actitud punk despliegan una catarata de mensajes (dichos, bailados, cantados), saturados desde la repetición. Reiteran una coreografía interminable, al tiempo que, finalmente, se disponen alrededor de una mesa y desde allí, cada una a su tiempo, asumen el protagonismo discursivo que va al corazón de lo que su director llama “la farsa de la corrección política y su derivado escénico, el teatro de living, o teatro naturalista y de situaciones”.

Ese director es el talentoso Emilio García Wehbi, como pocos de su generación, la de los artistas que se dieron a conocer en los primeros años 90, un creador coherente entre lo ético y lo estético, que desembarcó en la 12ª edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR), que finalizó anoche, con El grado cero del insomnio, la propuesta más provocadora y singular del encuentro que, buscando alejarse del teatro de representación, se acerca de manera intencional a lo performático, al acontecimiento teatral, poniendo en jaque al espectador tanto desde lo discursivo como desde lo formal.

Es, según su director, “un espectáculo que busca, robando palabras del filósofo esloveno Slavoj Zizek, desmontar un discurso bienpensante que intenta negar, como mecanismo de autoindulgencia, la diferencia entre la manifestación de una idea, expresada esta como ideología, y la práctica de la misma, su verdadera ideología, para construir y hegemonizar enunciados vacíos de contenido real que no significan absolutamente nada”.?

“En estos años vengo trabajando con el humor, algo a lo que antes era muy reactivo, quizás porque no me interesaba. Sucede que apareció un humor posible para mí, cercano a lo que puede ser mi estética; y también desde hace un tiempo tenía ganas de trabajar con un discurso de minoría, desde lo femenino. Así convoqué al equipo actoral de diez actrices para, desde el proceso y desde esa minoría como potencia modificadora, pensar un positivo crítico a una mayoría, la mayoría de dominancia de lo masculino, pero al mismo tiempo, planteando un reflejo entre lo masculino y un teatro dominante en la Argentina; una analogía que sirve para reflexionar algunas cosas”, expresó García Wehbi en el marco del espacio de devoluciones del FTR, creador que considera a esta contradicción como “una de las principales enfermedades de estos tiempos”.

“En esa búsqueda –continuó–, encontré en el esloveno Slavoj Zizek, dentro del campo de la filosofía, un campo que siempre me intereso transitar diagonalmente, al bufón perfecto; lo que hicimos fue extraer ese concentrado ácido y humorístico, y a partir de allí alcanzar un discurso que unificara el concepto de ideología de ese filósofo que muy claramente sostiene que no se es lo que se enuncia; que no se es revolucionario por llevar una remera del Che. Este discurso inicial funcionó como disparador para poder hacer una analogía de esa cuestión con un teatro dominante en la Argentina que tiene un discurso políticamente correcto, supuestamente progre, pero el dispositivo de acción, desde mi punto de vista, es absolutamente conservador, reaccionario, timorato, especulador y mercadotécnico”.

A los textos de Zizek, sumó la anarquía de los cínicos griegos, “para pensar a la política más como un dispositivo de disenso que de consenso”, dice García Wehbi, que plantea, a modo de destellos en los discursos críticos y las enunciaciones que transita el montaje, desde la dudosa autenticidad de las propuestas de Marina Abramovic a insultos al Papa, pasando por los cambios en la sexualidad contemporánea y, sobre todo, el uso del poder del cuerpo femenino en el contexto de una sociedad que para resolver la problemática de la búsqueda de la igualdad de géneros, dada su constitución machista, extermina a las mujeres.

En El grado cero del insomnio, espectáculo que por estos días se presenta en el porteño Teatro Beckett, García Wehbi desnuda con un humor ácido, corrosivo y desmetaforizado no sólo la farsa de una supuesta corrección política de cierto sector de la sociedad pretendidamente bienpensante, sino que utiliza su planteo formal para hablar de la mujer, de su lugar en la sociedad, de su atomización frente a los discursos machistas, revelándose toda la propuesta en una potente caja de resonancia en contra de la violencia de la género, como un manifiesto en el que, también, se dirimen otras cuestiones como la legitimidad actual de la clase media.

“El objetivo, entre otros, era hablar de la condición de lo femenino, paradójicamente desde lo masculino que es por lo general lo que me critican; de todos modos las que encarnan ese texto son mujeres que avalan, enuncian y defienden ese texto, algo que construye estos enunciados como auténticamente femeninos. Y es un texto que parte del concepto de apropiación por eso tomé a Zizek, que creo que se potencia a partir de lo desaforado, tomando al cuerpo femenino como una potencia, con un falso Zizek en escena como para dejar aún más clara cuál era la fuente”, completó García Wehbi, quien a través de sus actrices arroja a la platea, entre el hastío y la repugnancia, problemáticas que van desde la inestable condición de un teatro que se replica en Buenos Aires y que, copiado, llega tarde al interior del país, hasta el polémico paso por Buenos Aires del ícono de las propuestas preformativas Marina Abramovic, para, poco a poco, correr esa problemática al cuerpo femenino, en un tránsito en el que pone en jaque la mediatización de un paradigma de mujer idealizado que, claramente, no existe.

Respecto de la contradicción por la que transitan los discursos de El grado cero del insomnio, el creador, cuya producción tanto nacional como internacional dialoga entre un teatro experimental y riesgoso que, entre otras variables, suele partir de versiones de los clásicos más relevantes hasta propuestas de dramaturgia propia o reescrituras de otros autores, analizó: “Zizek no es un filósofo feminista, por eso propongo de algún modo un Zizek travestido, como incluso se puede ver en la gráfica del programa de mano; el planteo dramatúrgico tuvo que ver con hacer ese recorrido hasta abordar un discurso de lo femenino. Es decir: partir de la contradicción».

«Y algo parecido pasa con la analogía que se hace con el teatro dominante, con la puesta en crisis del dispositivo teatral, porque la estamos haciendo desde el mismo teatro, entendiendo esto como una paradoja, porque hacemos una crítica a los pequeños burgueses, a las contradicciones del pensamiento de la clase media, pero también somos clase media. De algún modo, formamos parte de ese mismo engranaje que criticamos, y esa es la paradoja; el artista no está en condiciones de operar de otro modo si no es a través de su arte, y ese es un límite, es un marco, un contexto, y si nos preguntamos hasta dónde podemos llegar, como pasa con El grado cero…, podemos llegar al borde, a la incomodidad, pero para generar esa incomodidad en el público, primero tenemos que plantear esa incomodidad adentro, en nosotros”, continuó diciendo.

Y completó: “Volviendo al tema de la paradoja, pensaba que el espectáculo iba a ser menos festejado, que iba a ser más insidioso para el público; en ese sentido, todo lo que pasó por el hecho de ser un espectáculo muy festejado, con buenas críticas, con funciones a sala llena, creo que le quitó virulencia y nos generó otra enorme contradicción, porque claramente buscábamos lo contrario”.

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