“No ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible. Al asesinar al lenguaje verbal, estamos asesinando al padre de todas nuestras confusiones. Por fin seremos libres. Esto vale no sólo para el teatro. Seremos hombres libres en todo aspecto de nuestra vida”. La cita es del poeta, dramaturgo, ensayista, novelista, dibujante, director de teatro y actor francés Antonin Artaud, de cuyo nacimiento se cumplen mañana 120 años.
Si es cierto aquel viejo adagio que dice que “de poeta y de loco todos tenemos un poco”, Artaud habrá sido uno de los mejores ejemplos.
Fue un genio para muchos y sólo un loco para otros. Con todo, no hay duda de que forma parte del grupo de pensadores que revolucionaron la escena del siglo pasado.
Poeta maldito en toda la acepción de la palabra, sus fobias, sus delirios y sus psicosis hicieron que lo encerraran durante años en institutos psiquiátricos.
Pero pese a los 16 años que pasó internado en hospitales para enfermos mentales no dejó que le quitaran el talento que le permitió dejar su legado al mundo artístico. Una vasta obra que explora la mayoría de los géneros literarios, utilizándolos como caminos hacia un arte absoluto y “total”.
Antoine Marie Joseph Artaud nació en la ciudad francesa de Marsella, el viernes 4 de septiembre de 1896. A los cuatro años de edad sufrió un grave ataque de meningitis, cuya consecuencia fue un temperamento nervioso e irritable. Mientras estudiaba en el colegio del Sagrado Corazón, el joven Antonin (diminutivo que usó definitivamente para distinguirse de su padre) sufrió sus primeros delirios con tan sólo 16 años, justo cuando terminaba de descubrir la poesía. Tras seis años de reclusión, en 1918 experimentó una mejoría tal que le permitió volver a la calle.
Dos años después se trasladó a París y en 1924 reunió sus primeros versos bajo el título de Tric Trac del cielo. A raíz de ese libro entró en contacto con André Breton y los principios del grupo surrealista, convirtiéndose en uno de sus principales miembros. Escribió en la revista La Révolution Surréaliste, hasta que en 1926 se alejó del movimiento.
“La vida consiste en arder en preguntas. No concibo la obra al margen de la vida”, escribió por entonces.
El Teatro de la Crueldad
Luego, Artau se adentró en el teatro, como actor y director, terminando por dedicarse a la teoría una vez que el reconocimiento que deseaba nunca llegó. Fue cofundador del Théâtre Alfred Jarry en 1927, en el que produjo varias obras, incluyendo una suya, Los Cenci (1935), un drama basado en la obra de Stendhal, verdadera ilustración de su concepto de Teatro de la Crueldad.
Artaud utilizó este término para definir un nuevo teatro que debía minimizar la palabra hablada y dejarse llevar por una combinación de movimiento físico y gesto, sonidos inusuales, y eliminación de las disposiciones habituales de escenario y decorados.
Con los sentidos desorientados, el espectador se vería forzado a enfrentarse al fuero interno, a su ser esencial, despojado de su civilizada coraza.
“El Teatro de la Crueldad fue creado para restablecer en el teatro una concepción de la vida apasionada y convulsiva, y es en este sentido de rigor violento y condensación extrema de elementos escénicos que debe entenderse la crueldad en la cual están basados”, dijo.
Pero, impedido siempre por enfermedades físicas y mentales crónicas, Artaud fue incapaz de poner sus teorías en práctica.
Tal vez fueron sus concepciones del teatro las que llevaron a Artaud a buscar trabajo como actor del incipiente cine. Así, trabajó en 22 películas, durante los años 20 y 30, entre las que destacan Napoléon (1927) de Abel Gance, La pasión de Juana de Arco (1928) de Carl Theodor Dreyer y La caracola y el clérigo (1928) de Germaine Dulac.
Su actividad cinematográfica, que también lo llevó a escribir guiones, no le impidió seguir elaborando sus teorías teatrales.
“Y el público creerá en los sueños del teatro, si los acepta realmente como sueños y no como copia servil de la realidad, si le permiten liberar en él mismo la libertad mágica del sueño, que sólo puede reconocer impregnada de crueldad y terror”, afirmó.
Pero tras el fracaso que supuso el estreno de Los Cenci en 1935, Artaud abandonó definitivamente el medio. Abominando de la cultura occidental, partió hacia México, donde vivió durante varios meses con los indios tarahumaras, habitantes de la Sierra Madre y consumidores habituales de peyote y demás hongos alucinógenos.
De nuevo en Europa, en 1937 publicó Los tarahumara y viajó a Irlanda. En Dublín vivió en la más absoluta pobreza, pero fue durante la travesía de regreso a Francia cuando sus delirios volvieron a llevarlo al manicomio apenas tocó tierra. Esta vez permaneció diez años recluido. Cuando regresó a París, en 1947, fue reconocido como el padre de la nueva escena.
Una recopilación de sus ensayos aparecida en 1938 con el título de El teatro y su doble hizo que el antiguo alucinado fuera considerado un genio. El libro describe fórmulas teatrales que se convirtieron en las señas de identidad del movimiento de teatro en grupo, el teatro de la crueldad, teatro del absurdo, teatro ritual y de entorno.
“Si el teatro es, como los sueños, sanguinario e inhumano, manifiesta y planta inolvidablemente en nosotros, mucho más allá, la idea de un conflicto perpetuo y de un espasmo donde la vida se interrumpe continuamente, donde todo en la creación se alza y actúa contra nuestra posición establecida, perpetuando de modo concreto y actual las ideas metafísicas de ciertas fábulas que por su misma atrocidad y energía muestran su origen y su continuidad en principio esenciales”, señaló Artaud.
Convertido ya en el gran visionario del teatro contemporáneo, Artaud publicó Cartas desde Rodez (1946) y Van Gogh el suicidado por la sociedad (1947). “Allí donde huele a mierda huele a ser”, escribió en su obra más conocida, Para terminar con El juicio de Dios y otros poemas (1948), que es póstuma, ya que él murió unos meses antes de su llegada a las librerías. Otras de sus obras más destacadas son: El ombligo de los limbos (1925), El pesanervios (1927), El arte y la muerte (1929), y Heliogábalo o el anarquista coronado (1934).
Antonin Artaud falleció en París, a los 51 años, el jueves 4 de marzo de 1948, poniendo punto final a una existencia atormentada.
En una de sus últimas declaraciones sostuvo: “Sé que tengo cáncer. Lo que quiero decir antes de morir es que odio a los psiquiatras. En el hospital de Rodez yo vivía bajo el terror de una frase: «El señor Artaud no come hoy, pasa al electroshock». Sé que existen torturas más abominables. Pienso en Van Gogh, en Nerval, en todos los demás. Lo que es atroz es que en pleno siglo XX un médico se pueda apoderar de un hombre y con el pretexto de que está loco o débil hacer con él lo que le plazca. Yo padecí 50 electroshocks, es decir, 50 estados de coma. Durante mucho tiempo fui amnésico. Había olvidado incluso a mis amigos. Estoy asqueado del psicoanálisis, de ese «freudismo» que se las sabe todas”.