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“Los Oesterheld”, un trágico cuadro de familia

La investigación no sólo aborda la poco frecuentada etapa militante del creador de “El eternauta”, sino que ofrece una vital reconstrucción de una época y de una familia que resultó emblemática de la saña represiva de la dictadura cívico-militar del 76.

Las periodistas e investigadoras Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini.
Las periodistas e investigadoras Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini.

Los Oesterheld es un libro de esos considerados necesarios por quienes buscan todavía conocer otros momentos del genocidio perpetrado por la dictadura cívico-militar del 76; sobre todo en lo que atañe a algunas figuras icónicas, relacionadas con distintas expresiones de la cultura popular. En este caso, como lo indica su título, el libro devela las particularidades de la familia Oesterheld, emblemática por la dimensión de su tragedia y porque pone el acento en la saña con que se planificó y ejecutó el exterminio de quienes se oponían al plan sistemático de entrega del país a los poderes hegemónicos locales y extranjeros. Y porque Los Oesterheld habla del creador de El eternauta, esa historieta ya venerada por millones de lectores, y de la singular relación de Héctor con sus hijas, todos militantes con profundos valores éticos y humanos que fueron presos de la fatal encrucijada a la que los condujo sus acciones en un país con un gobierno dispuesto a aniquilar a quien lo resistiera. Las periodistas Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini encararon una monumental investigación sobre esa época, sobre la militancia que la caracterizó y, fundamentalmente, sobre Héctor Oesterheld, en su faceta de creador y en su compromiso político con Montoneros; sobre sus cuatro hijas y sobre su mujer Elsa, única sobreviviente del terror y la desaparición a la que fue sometido el resto. Una buena cantidad de aspectos desconocidos de la vida y obra de Oesterheld son iluminados en las páginas de este libro, y al mismo tiempo puede palparse el salvajismo de los métodos represivos aplicados por el gobierno de ese entonces. Con una pretensión narrativa cercana a la de una buena novela, Los Oesterheld expone las razones por las cuales un artista reconocido en el mundo desistió de las tentaciones que ese lugar ofrecía y se jugó junto a sus hijas asumiendo un rol protagónico en los hechos que jalonan de modo trágico parte de la historia política argentina. Antes de la presentación del libro en Rosario, hoy a las 19 en La orden del tornillo (Salta 2250), Beltrami y Nicolini cuentan las motivaciones y el itinerario recorrido para dar vida a Los Oesterherld.

PERIODISMO / INVESTIGACIóN Los Oesterheld Fernanda Nicolini, Alicia Beltrami Sudamericana / 2016 409 páginas
PERIODISMO / INVESTIGACIÓN
Los Oesterheld
Fernanda Nicolini, Alicia Beltrami
Sudamericana / 2016
409 páginas

—El trabajo del libro es un hallazgo ya que no había nada previo sobre la acción militante de Héctor Oesterheld; pero a la vez introduce a sus cuatro hijas, cuyas vidas no fueron frecuentadas más allá de vagas referencias en otros textos que abordan la represión a las organizaciones armadas, y es además uno de los casos más paradigmáticos en relación a la cantidad de miembros de una familia que militaban y fueron desaparecidos, ¿fueron conscientes de que abordarían una historia de tanta resonancia?

—(Beltrami) Desde un principio supimos que íbamos a abordar una historia paradigmática por ser la de una familia devastada y porque esa familia era la de Héctor Oesterheld, reconocido además por su obra como historietista. Sabíamos también que queríamos narrar lo que no estaba dicho y como la intención fue corrernos del arquetipo del militante montonero poco creíble y también del arquetipo de las cuatro chicas angelicales de las fotos, necesitábamos mostrar sus acciones dentro de una lógica, un contexto sociocultural y un clima de época. Sabíamos que a través de esta historia familiar compleja íbamos a contar parte de la historia del país, de Montoneros, de una época; pero de lo que no fuimos muy conscientes es del trabajo monumental que implicaría: nos insumió cinco años y un poco más de 200 entrevistados.

—¿Cómo fue el itinerario para lograr una reconstrucción basada en la memoria de los vivos y en cartas, qué encontraron allí por fuera de las dolorosas descripciones de otros textos de este tipo?

—(Nicolini) Lo más fuerte que generó el libro, por su esencia basada en testimonios, fue la reconstrucción de redes que la misma dictadura había destruido a partir de 1976, y que seguían desconectadas hasta hoy: compañeros de militancia que nunca más se habían encontrado o que ni siquiera sabían si otros estaban vivos. Cada vez que entrevistábamos a alguien le preguntábamos nombres y salíamos en busca de esos nombres, lo que hacía que luego ellos se conectaran entre sí y pudieran reconstruir no sólo la historia alrededor de los Oesterheld, sino su propia historia.

—Supongo que hubo capas de recuerdos que iban superponiéndose en los entrevistados, que eran distintos a cómo se habían vivido, ¿cómo fue la operatoria para elegir con cuál quedarse?

—(Beltrami) Al trabajar con las memorias personales vimos que muchas veces un relato particular podía reacomodar los hechos, moverlos de tiempo y lugar, mezclar nombres, pero cuando los cruzábamos, afinaban a la perfección. Eso fue posible porque hicimos muchísimas entrevistas, cruzamos datos, volvíamos a repreguntar hasta dar con la versión acabada. Hasta organizamos encuentros con varios compañeros para hablar de un mismo hecho. Los detalles dudosos, ya sea por contradictorios o inverosímiles, directamente los descartábamos.

—Por lo que ustedes ponen en evidencia en el libro, Oesterheld pudo aunar como pocos la creación artística y la militancia, ¿qué descubrieron de su personalidad más allá de lo que representa para el imaginario colectivo?

—(Nicolini) Comprobamos algo que se intuye en su obra, que era una persona de mentalidad joven en un cuerpo que siempre pareció de abuelo. ¿Qué significa eso?, que dentro de una generación de padres que podían ver con desconfianza a esa juventud que salía a llevarse el mundo por delante, él por el contrario sentía curiosidad y hasta admiración por los jóvenes, y eso se traducía en su relación con sus hijas y sus amigos: siempre estaba haciendo preguntas, escuchando, tratando de traducirlos a su propia obra. También que esta fascinación y la posterior entrega como militante a una causa que estaba motorizada por personas treinta años menor que él, tenía una contracara en la mirada de un hombre con experiencia y madurez. Uno de nuestros entrevistados, después de leer el libro, nos dijo que había descubierto que Héctor había sabido no perder ciertas cosas esenciales como disfrutar de una buena comida, ir al cine o invitar a un asado en su casa del Delta en plena clandestinidad.

—¿Cómo trabajaron las voces de aquellos que fueron víctimas, con qué lógicas representaron ese sentir militante?

—(Nicolini) Si bien las dos tenemos claramente una posición ideológica, hubo una distancia generacional que nos permitió escuchar los testimonios de cada uno de los entrevistados con mucha libertad. Esto significa que podíamos abordar los recuerdos, las memorias de los otros sin historias propias ni deudas con esa historia, por decirlo de algún modo, en nuestras espaldas. Entendimos que cada uno tuvo su manera de procesar su propio pasado –con autocrítica, con dolor, con orgullo, con culpa– y eso ya nos daba un parámetro de la naturaleza de nuestro libro: sería tan potente desde los hechos, desde lo narrado, que no sería necesario hacer juicios sobre eso. La propia historia hablaría por sí misma.

—¿Cuánto tiempo les llevó recabar el material?, ¿la escritura fue paralela?, ¿cómo encontraron el tono que les resultó?, ya que hay una fluidez narrativa cercana a la de una buena novela

—El trabajo nos insumió cinco años. Los tres primeros años fueron solo de investigación y luego empezamos a escribir, aunque hasta último momento recabamos información porque la escritura te permite ver con mayor claridad los datos que faltan y descartar los que no suman al relato. Respecto al tono apareció desde un principio porque siempre supimos que queríamos salirnos del formato típico de libro periodístico o histórico y que el estilo narrativo debía asemejarse al de una novela, atractiva para la lectura.

—¿Sienten que el libro pone en evidencia los lazos afectivos en tan singular familia, en lo que respecta a la transmisión generacional de valores éticos y humanos?

—(Beltrami) La trasmisión de valores éticos y humanos  de Héctor y Elsa en la educación de sus hijas, principalmente enfocados en la empatía social, en la necesidad de generar con gestos mínimos un mundo más justo y humano, fue el caldo de cultivo para que las cuatro hermanas se interesaran en la militancia política.  La escisión familiar se produjo cuando Héctor y sus hijas ingresaron a Montoneros considerando la única opción para cambiar la realidad del país y Elsa rechazaba esa elección por considerar que la violencia generaría más violencia y que el aparato represivo del Estado iba a arrasar con sus valiosas ideas y con sus vidas. En ese sentido, solía decirles a sus hijas que “querían frenar un tren con las manos”.

Elsa, el hilo conductor que abre y cierra la historia

Elsa, la única voz sobreviviente.
Elsa, la única voz sobreviviente.

—¿Cómo llevaron a Elsa a hacer su propia reconstrucción, pese a que es evidente su fortaleza para soportar tanta pérdida y dolor? Hay una tensión muy bien conducida entre su relato y los hechos que involucran a su familia, ¿fue buscado o surgió a partir de la estructura que fueron armando?

—(Nicolini) Antes de que nosotras la entrevistáramos, Elsa ya había hecho un gran trabajo de reconstrucción del tiempo que había compartido con Héctor y sus hijas. Había dado muchas notas, había sido parte de un muy buen documental –HGO– de mediados de los noventa del que pudimos obtener el crudo de la entrevista, había dado su testimonio para el Archivo de la Memoria. Cuando nos dimos cuenta que todo ese corpus era la única voz sobreviviente de esa familia, la única que podría aparecer sin nuestra intermediación, nos pareció que era necesario que en el libro figurara así, en primera persona, hablándole directo al lector, como un hilo conductor que abre y cierra la historia.

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