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Una pulseada final voto a voto

Se cumplió la jornada electoral en el gran país norteamericano. Los resultados definitivos comenzarán a conocerse de manera oficial durante la madrugada y si la paridad se mantiene, se podría extender la incertidumbre hasta la mañana.

Los estadounidenses comenzaban, al cierre de esta edición, a transitar una larga noche ante sus televisores, a la espera de saber quién será el 45 presidente de su país: si la demócrata Hillary Clinton o el republicano Donald Trump.

Las horas de tensión empezaron a las 19 de la costa este cuando cerraron los centros de votación en Georgia, Carolina del Sur, Vermont, Indiana y Kentucky. El último en cerrar fue Alaska.

Los canales de televisión de Estados Unidos anuncian habitualmente los ganadores en cada estado, uno por uno, a partir de recuentos parciales de votación, encuestas a boca de urna y proyecciones propias.

Habitualmente, los resultados en California, que aporta 55 grandes electores, son decisivos para saber el ganador final del escrutinio. Las cifras en este estado se conocen hacia las 4 de la madrugada local.

Este año, la incógnita sobre la identidad del nuevo ocupante o la nueva ocupante de la Casa Blanca podría estirarse, si las encuestas finales son correctas y algunos de los estados, como Florida, se disputan palmo a palmo.

Además del sucesor de Barack Hussein Obama, los estadounidenses votaron para renovar toda la Cámara de Representantes (Diputados) y un tercio del Senado. Votaron también por gobernador en 12 estados (entre ellos el asociado de Puerto Rico) y por una multitud de propuestas y cargos locales. Habrá además dos referendos sobre varios temas, incluyendo la legalización de la marihuana, en varios estados.

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En Estados Unidos se vota un martes porque a mediados del siglo XIX, el país era una sociedad principalmente rural. El domingo estaba reservado a la iglesia y los miércoles al mercado. Al considerar que el viaje a caballo al centro de votación podía tomar 24 horas, el día después del primer lunes de noviembre fue la opción escogida para la celebración de las elecciones y ningún intento para modificarlo prosperó.

El sistema es un sufragio universal indirecto sin balotaje. La elección se lleva a cabo en los 50 estados y el Distrito de Columbia (que abarca la ciudad de Washington y no forma parte de ningún estado).

Los electores votan por los candidatos a presidente y vicepresidente, y en función de esa votación popular cada uno de ellos se adjudica en cada estado unos “grandes electores” (delegados al colegio electoral).

Los grandes electores

En total son 538, y su número varía según los estados, en función de la población. Cada estado tiene tantos delegados como congresistas en la Cámara de Representantes (proporcional a su población) y senadores (dos por estado).

De esa forma, California, por ejemplo, tiene 55, Texas 38, Nueva York 29 y Florida 29, y en el otro extremo, Vermont, Alaska, Wyoming y Delaware sólo tienen 3.

Esos grandes electores elegirán seguidamente de manera oficial el 19 de diciembre, y meramente como una formalidad, al presidente y el vicepresidente de Estados Unidos.

Un candidato a la presidencia debe obtener la mayoría absoluta de los 538 grandes electores, es decir 270.

En todos los estados, menos dos, el candidato que obtenga la mayoría de los votos se adjudica todos los delegados del estado, un esquema que elimina automáticamente los candidatos de los partidos pequeños y consolida el reinante bipartidismo de demócratas y republicanos.

En Nebraska y Maine, los delegados son atribuidos de manera proporcional.

Terrenos definitorios

Debido al esquema de votación, los candidatos concentran su campaña en una docena de estados que pueden inclinarse hacia uno o el otro e influir en el resultado final. Son los apetecidos “swing states”. Resulta inútil perder el tiempo en estados decididamente demócratas o republicanos.

Los estados clave más importantes, que pueden cambiar según el tipo de elección y el año, son aquellos con gran número de electores, como Florida (29), Pensilvania (20) u Ohio (18). Pero los pequeños también pueden influir y no deben ser ignorados.

Florida, el estado clave en donde se posa la atención

Florida es uno de los campos de batalla más importantes en las elecciones estadounidenses, tanto por su tamaño –20,2 millones de habitantes– como por su oscilación entre una y otra tendencia con muy pequeño margen entre ambos candidatos. Anoche, algunos primeros sondeos a boca de urna contradecían los pronósticos previos y daban una buena elección a Donald Trump, pero el recuento recién empezaba.

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Todos recuerdan con desasosiego cuando, en el 2000, Florida protagonizó el aún cuestionado recuento de votos que dio al republicano George W. Bush la presidencia con una diferencia de poco más de 500 votos sobre el demócrata Al Gore.

Y desde hace décadas, los republicanos no han ganado la presidencia sin triunfar en Florida.

La última vez que esto ocurrió fue en 1923, con la victoria de Calvin Coolidge.

Peter Fernández, un lavaplatos de 21 años originario de Hialeah, dijo que había votado por Trump.

“No sé mucho, no soy muy educado”, dijo, con vergüenza por no poder ofrecer un análisis. “Pero él dice lo que se le pasa por la cabeza”.

El corredor I-4

Casi la mitad de los 14 millones de electores que tiene el estado de Florida emitieron su voto anticipadamente durante las últimas dos semanas.

Aunque los votos no se cuentan hasta la noche del martes, los sufragios anticipados pueden mostrar la tendencia porque los votantes, al registrarse, optan por hacerlo como demócratas, como republicanos o sin afiliación partidista y estos últimos suelen votar demócrata, según indicó la agencia AFP.

Así, se sabe que los demócratas y los independientes han votado más masivamente que los republicanos y que el voto anticipado de los hispanos creció 87 por ciento respecto a las elecciones de 2012.

“Este incremento (en el voto hispano) se debe en gran parte a que los puertorriqueños están votando masivamente”, escribió en su blog el analista político Steve Schale.

Desde 2012, un millón más de hispanos se han mudado a Florida, la mayoría puertorriqueños que huyeron de la crisis financiera en la isla y se instalaron en el centro del estado, sobre todo en Tampa y Orlando.

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