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Gatica, el “Mono”: una partida que nunca ocurrió

A 53 años de su muerte, El Hincha recuerda a un púgil que marcó una época en el deporte de los puños.

Fue un 12 de noviembre. Año 1963. Domingo. Caluroso y espeso. Fútbol y un clásico en Avellaneda. Independiente vs. River. Joven hincha de los millonarios, llegué temprano a la cancha. Eran épocas de tercera, reserva y primera. Una fiesta. Mario, uno de mis cuatro acompañantes del barrio, me dijo: “Dale Néstor, vos sos el más rápido, dale andá…”, para estimularme  a enfrentar una marea que luchaba con conseguir el pase a la popular. La ventanilla era tan chiquita como grande me pareció la alegría al quedar cara a cara con el boletero y decirle: “Cuatro”. Transpirado, con la ropa desaliñada, encaré la búsqueda de mis amigos. Misión cumplida. De pronto quedé paralizado. Frente a mí, un hombre delgado, con camisa de mangas cortas y una mirada que no había perdido su brillo ni su instinto. Llevaba en sus manos un aro grande de mimbre del que colgaban decenas de muñequitos. Eran diablitos rojos con la identificación de Independiente. Nos cruzamos miradas. Las entradas habían pasado a un plano secundario. Él no supo quién era yo. Yo sí, supe que era José María Gatica. El Mono. El Tigre. El Mazorquero… El mismo que fue descubierto en las calles del barrio de Constitución por Lázaro Kosci. El mismo que transitó la circunsferencia de la vida y el boxeo. Con explosión, gloria, ocaso, tristeza y final. Algunos lo reconocieron y le brindaron un: “Chau campeón… chau campeón…”. Otros, los menos, de esos miserables que se ocultan en la cobardía del anonimato que significa la multitud, le recordaron su pasado en Nueva York con Ike Williams.

Mientras caminaba a la tribuna y durante el partido también, imaginé los tiempos de esplendor de Gatica. El predilecto de Evita y el mimado de Perón. El que llenaba el Luna Park. El que nunca fue campeón de nada y se convirtió en ídolo por decisión popular. El símbolo de una clase social: “Los cabecitas negras” que llegaban a Buenos Aires buscando nuevas esperanzas y horizontes. El pibe que nacido en San Luis un 25 de mayo de 1925, empezó a pelear por las moneditas que le tiraban los marineros de la “Mission of Seaman”. El de las clásicas peleas con Alfredo Prada que paralizaban al país y dividían las opiniones. El que paseaba con autos lujosos y lucía costosos trajes a medida. Su saludo histórico y una foto con Perón: “Mi general, dos potencias se saludan”. Las noches de alegres cabarets para festejar triunfos en el Luna Park que explotaba, con altavoces en la calle para todos aquellos que no habían podido entrar. El de sus mensajes con aire de desplante: “Aire, aire, che… para hablar con Gatica se pide audiencia”.

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Su récord profesional con 88 victorias (72 nocauts), 7 derrotas y 2 empates. La eterna y clásica rivalidad con el rosarino Alfredo Prada, con quien combatió seis veces. Dos como aficionado (ganaron una cada uno) y cuatro como profesionales (2 a 2). La última el 16 de septiembre de 1953. Prada ganó por nocaut en el sexto round y retuvo el título argentino de los livianos.

Pocas imágenes futbolísticas me quedan de aquel Independiente vs. River. Mi cabeza estuvo ocupada con otros pensamientos. A la salida de estadio y caminando hacia la avenida Mitre, empezaron a llegar rumores que luego fueron voces y comentarios firmes. “A Gatica lo atropelló un colectivo… está grave”.

El enorme José María Gatica volvía a su casa. Quiso subir al colectivo de la línea 295, era el interno 16, cerca del Puente Avellaneda. Trastabilló. No hizo pie. Justo él. El hombre que manejó sus piernas y su cuerpo con la agilidad y exactitud de un felino no pudo con un estribo en movimiento. Cayó y su cuerpo fue aplastado por las ruedas. No se recuperó. Tenía 38 años…

El estadio Luna Park resultó chico para cobijar a los que fueron a despedirlo. El pueblo, los muchachos de la popular, lloraban y le ponían luto al ring. Han pasado 53 años. Se fue su cuerpo. Pero su imagen, su historia y su lucha no se van jamás. Son parte y sangre de un cuerpo social: el pueblo. El mismo que lo bautizó ídolo y que cuando lo llamó “Mono”, fue con respeto y devoción.

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